Las turbulencias que se avecinan

La secuencia interminable de elecciones, un panorama económico confuso, las crisis recurrentes y la ausencia de proyectos concretos se han convertido en un peligroso cóctel. Resulta difícil visualizar un escenario positivo con esos ingredientes a la vista.

Hace mucho que Argentina no consigue una estabilidad política y económica que le permita mirar el porvenir con mayor optimismo. Sus idas y venidas se asemejan a las de un laberinto y a pesar de que desde lo discursivo todo parece simple, las soluciones reales siguen siendo lejanas.

Su dinámica está marcada por esa sumatoria de inconvenientes estructurales que jamás se logra superar. No sólo no se resuelven los dilemas actuales, sino que además se adicionan dificultades que empeoran el cuadro.

En ese contexto, cuando se aproxima el momento de las urnas por un lado se abren las esperanzas de que un cambio pueda emerger pronto y que la tormenta se aleje, pero sincrónicamente el desasosiego engendra sacudidas aparentemente inevitables.

La palabra transición aparece entonces con todo su esplendor. Todos saben que lo que está ocurriendo no es un instante coyuntural, sino un fenómeno prolongado si se lo mide en meses, pero también relativamente acotado en términos históricos.

La gente asume que debe soportar esta contingencia, llegar a los comicios en calma para no interrumpir la institucionalidad y respetar los mandatos constitucionales, pero también sabe que eso implica convivir con la angustia cotidiana, sin conocer el eventual desenlace.

A estas alturas la inagotable danza de nombres que podrían postularse en cada una de las alianzas más tradicionales, las disputas internas en esos frentes y la presencia de nuevas figuras en el horizonte aportan diversidad, pero también una mayor dispersión que exacerba la incertidumbre.

El candidato que se imponga aplicará su impronta e ideas. Los ciudadanos imaginan que si ganara uno de ellos impulsaría cierta clase de medidas, pero si el triunfador fuera otro apelaría a otro arsenal de determinaciones.

Las encuestas muestran, al menos por ahora, poca claridad. Nadie parece estar en condiciones de conseguir una ventaja abrumadora que despeje dudas. Muy por el contrario, si todo continúa del modo que se visualiza es probable que haya que esperar hasta el final del proceso lo que incluye la chance de tener que aguardar a una segunda vuelta para dirimir la cuestión.

La cuestión de fondo es el “mientras tanto”. La política hará de las suyas administrando sus tiempos en clave electoral, pero durante ese mismo lapso la sociedad sufrirá los embates de una economía frágil que impacta a diario. Inflación, inseguridad, caos social, conflictos de todo orden, no parecen ser los mejores aliados para quienes sólo aspiran a llevar una vida digna en el día a día.

Claro que faltan liderazgos, que el poder está acéfalo por las disputas mezquinas de quienes sólo intentan salvar lo propio. No menos cierto es que la oposición tampoco ofrece ninguna garantía sobre el futuro.

Aun quienes parecen tener más claro lo que se debe hacer cuando intentan explicar en detalle, titubean, balbucean, y por sobre todo no logran ser convincentes generando finalmente más temores que tranquilidad.

Inclusive los más eufóricos, esos que creen que ya saben cuál será el resultado de la elección no transmiten certidumbre respecto a la gobernabilidad, a la convivencia con los lideres territoriales de diferente signo, a la articulación con un Congreso en el que es casi imposible componer mayorías lineales o alcanzar acuerdos.

La gente sabe que lo que viene no será nada fácil. La política juega su juego preferido, el de las intrigas y las negociaciones, el de las traiciones y los golpes de timón, el del armado con propios y extraños.

Durante esa patética e intensa temporada el malestar no sólo no disminuirá, sino que probablemente se multiplicará agudizando los dramas cotidianos y alimentando irresponsablemente ese clima de crispación que subyace en la conversación cívica de cada jornada.

La torpeza e incapacidad para construir soluciones gestaron este presente pero ahora se agrega a esa impericia imperdonable, la negligencia inadmisible de una clase dirigente absolutamente insensible e inmoral.

El trayecto que ya se inició hace meses cuando los que gobiernan hoy asumieron que sólo pueden proyectar una derrota, continuará con un interminable desmanejo de todas las variables de aquí hasta el final del mandato, con un oficialismo tratando de evitar el colapso inminente para pasar la posta a quien sea.

Ellos ya no pueden resolver nada. Sólo confían en que con cierta contención social algo forzada nada estalle anticipadamente. El problema será de los que vengan después, esos que también intentan resolver sus controversias intestinas, presentar postulantes aceptables y diseñar un bosquejo de acción para abordar a la brevedad la compleja agenda que está en el tapete.

De ese lado del mostrador tampoco está todo claro. Más allá de sus desavenencias personales y sectoriales, tampoco disponen de una hoja de ruta pormenorizada. Sólo un borrador con superficiales generalidades y escasa profundidad instrumental.

Lo que resta del año es poco auspicioso. El comienzo del siguiente tampoco será sencillo. Se vienen meses turbulentos, repletos de dudas. Encontrar el sendero será un enorme desafío para los que puedan triunfar, esos mismos que al día siguiente de la circunstancial victoria deberán sentarse con sus adversarios para tejer acuerdos mínimos que eviten un naufragio repentino y un nuevo fracaso. No es deseable que eso ocurra, pero lamentablemente la evidencia del pasado obliga a no descartar esa posibilidad.

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