La otra cara de la fiesta

La Copa América 2024 organizada en forma conjunta por la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) y la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (CONCACAF), no logró mover la aguja del interés del pueblo norteamericano por ese deporte.

Con alta participación de espectadores de origen latino en su inmensa mayoría, solo atrajo como público a algunos curiosos participantes locales, en los partidos que jugó el equipo de Estados Unidos.

La utilización de estadios construidos para la práctica de otros deportes puso sobre la mesa la total ausencia de ciertos criterios de seguridad no requeridos para los usos habituales de esas instalaciones, debido a la convivencia familiar y deportiva que tradicionalmente ameniza esos espectáculos.

Lamentablemente le tocó al partido de semifinal entre Uruguay y Colombia actuar de detonante para evidenciar carencias en seguridad que resultan imprescindibles de ser atendidas, cuando de equipos latinoamericanos y sus hinchadas se trata.

En este caso, un pequeño número de hinchas de la selección de Uruguay, conformado en buena medida por familiares de los jugadores, quedó ubicado en medio de muchos miles de hinchas colombianos, algunos de los cuales habrían amenazado y finalmente agredido en forma violenta a hombres, mujeres, niños, adultos mayores y hasta bebés, exteriorizando un fanatismo sin control completamente deplorable.

Cabe suponer la presión sicológica que durante todo el partido habrán tenido titulares y suplentes del equipo uruguayo, teniendo a la vista esta situación en pleno desarrollo, cuyo resultado final podía imaginarse desde antes de iniciado el encuentro.

Desde Libertad Responsable consideramos la actuación temperamental de los jugadores producida al final del encuentro en defensa de sus familiares, como reacción natural digna de todo respeto.

Cualquier esposo, pareja, padre, hijo, hermano, tío, abuelo o ser humano responsable, habría intervenido en defensa de los agredidos para intentar contrarrestar un hecho que, de no haber sido por ellos, pudo terminar en tragedia.

Los uniformados presentes en el sector eran muy pocos y a pesar de sus buenas intenciones resultaba muy difícil para ellos controlar la situación.

Correspondería ahora a los organizadores reconocer la imprudencia constatada en la organización del evento y solidarizarse con las personas afectadas, promoviendo las acciones que corresponda adelantar para evitar que hechos como el ocurrido en la semifinal de la Copa América, puedan volver a producirse en el futuro.

La audaz idea de abrir expedientes con miras a sancionar a los jugadores participantes desde la CONMEBOL, solo serviría para dejar en evidencia una actitud despótica e irracional de quienes desde el gobierno del fútbol sudamericano deberían predicar con el ejemplo, comenzando por reconocer sus propios errores de organización.

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