Debate y democracia

Una interesante columna de Agustín Iturralde publicada esta semana por el diario El País, incursiona en el tema de la polarización y afirma que vivimos en un país con una cultura política muy civilizada, muy poco polarizada.

Basa sus conclusiones en un informe publicado por la fundación alemana FES (por sus siglas en alemán de Friedrich-Ebert-Stiftung).

Una vez confirmada esa visión de la democracia autóctona, Iturralde se pregunta si la baja polarización resultante de esa cultura política civilizada está logrando canalizar las demandas sociales. De inmediato se responde a sí mismo advirtiendo de la existencia de algunas “luces amarillas” que habría que registrar e intentar resolver.

Pero llegado a ese punto reconoce también lo difícil que es lograr acuerdos nacionales para resolver problemas sociales, afirmando que, desde la vuelta a la democracia en 1985, ningún tema importante en lo que a eficacia democrática refiere, se resolvió por consenso.

A su juicio, los consensos se han conseguido por la imposición ejercida por quienes gobernaron en determinado momento, logrando luego que quienes se oponían a promover esos cambios a su vez, cuando fueron gobierno, “abrazaron esas reformas en silencio”.

El columnista entiende que un nivel saludable de polarización con propuestas de ideas y sin descalificaciones personales, “es absolutamente imprescindible para el buen funcionamiento de la democracia”.

Consideramos muy atinado el análisis de Iturralde, pero entendemos que en el Uruguay existe una importante polarización, camuflada por la existencia de dos grandes coaliciones.

Esta realidad estrenada en la pasada elección, marcó un punto de inflexión al momento de constituirse una nueva asociación de partidos denominada Coalición Republicana. Esta nueva opción electoral, surgió para unificar las diferentes ideas que se consideraban por fuera de la histórica coalición de izquierda fundada en 1971, denominada Frente Amplio.

Y es aquí donde la realidad de lo expresado por Iturralde en relación con la existencia o no de debate y polarización y cuánto importa esto a los votantes, entra en el terreno de la incógnita.

Son claras ahora las diferencias existentes dentro de cada una de las coaliciones con respecto a temas trascendentales, pero ambas se mantienen sin deserciones ante la proximidad de una elección que se presenta muy pareja. A partir de esa realidad, es evidente que las discrepancias internas podrían ser una simple estrategia electoral para “atender” a la mayor cantidad posible de simpatizantes. Resignarse por “disciplina partidaria” a ser parte de un movimiento político que promueve ideas que de verdad no se comparten, no parece ser muy razonable si hablamos de principios y valores.

Llegado este punto, el debate lo define ahora el soberano en las urnas.

A la vista de ese resultado, tocará a cada uno de los políticos involucrados, meditar acerca de si lo que verdaderamente importa es atender las reales demandas sociales y el fortalecimiento de la democracia o todo se trata de un simple juego para hacerse con el poder o mantenerlo.

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