Los retos de la internacionalización que se asoma

La globalización es un fenómeno de larga data que se ha explicitado desde muchas aristas, pero ahora retoma cierto impulso a la luz de los cambios políticos en Argentina y de la impronta libertaria de un gobierno que ha puesto el tema en el centro de la escena.

El país ha permanecido confinado desde hace demasiado tiempo. La integración global ha sido declamada pero un aroma proteccionista ha atravesado a los diferentes mandatos. Con discursos disímiles en lo retórico, pero prácticamente idénticos, por una razón u otra, la economía nunca terminó de abrazar al libre mercado.

De hecho, los que suelen rechazar esa visión sostienen que se han implementado políticas como estas en el pasado, siendo que en realidad esos períodos sólo fueron transiciones fugaces y muy sesgadas que impactaron parcialmente sólo en ciertos sectores sin que se haya trabajado profundamente en ese recorrido hasta completar el ciclo.

Bajo el paradigma de la “sustitución de importaciones” se han protegido industrias y actividades estructuralmente deficientes y abrumadoramente improductivas. Esa dinámica desplegó una narrativa tan infantil como arrogante. La idea de darle potencia a determinados rubros era una declaración de soberbia intelectual de los infaltables burócratas que nunca faltan.

Ellos dicen saber lo que hay que hacer y amparados en esa argumentación lineal reparten subsidios y domestican sin escrúpulos a los potenciales competidores de sus “apadrinados” que en vez de progresar dedican energías en conseguir la sanción de normas a su absoluta medida para impedir que los consumidores puedan elegir en libertad.

Han sido muy astutos a la hora de diseñar su relato. Se presentan inexorablemente como benefactores porque generan empleo, pero ocultan sin sonrojarse la extensa nómina de “favores” que precisan para sostener artificialmente su fantasía. Mientras tanto se aprovechan de los desprevenidos y los esquilman a cara descubierta, sin pudor alguno, impidiéndoles que accedan a lo más elemental, a la posibilidad de adquirir productos de mejor calidad y precio, con la exclusiva intención de cuidar su propio “kiosco”.

Esa actitud depravada, que funciona en virtud de un delicado engranaje de complicidades entre políticos ineptos y pseudo empresarios repletos de picardía y avaricia, sigue tristemente vigente y parece muy complicado tratar de desarmar esa telaraña que tiene muchos vericuetos insondables.

Aquel espejismo empieza a caer en desgracia secuencialmente. La gente está dispuesta ahora a escuchar otras ideas y está tomando nota de que los que prosperan son países más abiertos, con economías capaces de competir, que se especializan en lo que saben hacer mejor para ofrecer sus productos a todos y con esas divisas obtienen lo que otros ponen a disposición importando lo preciso, especialmente aquello que aquí no se produce, o que fabricarlo resulta muy oneroso.

Hoy el mundo se propone ser más eficiente, más profesional y eso se consigue de la mano de la internacionalización lo que implica tomar el camino de decidir jugar en la liga mayor, la de primer nivel, una bastante más exigente, con estándares superiores de calidad y en las que la ecuación de precio es altamente disputada.

La apertura trae consigo amenazas y de eso no hay duda alguna, pero también crea oportunidades de ingresar a grandes mercados con lo que todo eso significa. Vivir encerrados no ha sido una idea correcta. Aislarse nunca puede ser saludable. Lo más grave es que muchos se acostumbraron a sobrevivir en la comodidad de no precisar de una competencia que saca lo mejor de cada uno haciendo que todos se vean obligados a evolucionar.

Con este escenario se puede optar por asustarse y que eso paralice la acción, o emprender el sendero de asumirlo como un enorme reto, plagado de chances fabulosas esas que habilitan a ingresar a otros ámbitos, tan hostiles como favorables para mostrar lo bueno que se puede ser en cualquier disciplina.

El país lo ha demostrado en múltiples ocasiones, lo ha logrado en el deporte alcanzando los máximos reconocimientos, pero también en la economía con sectores tan dinámicos como innovadores, tan resilientes como prestigiosos. No hay que temerle a la competencia, sino más bien a la zona de confort que jamás permite despegar ni progresar.

Para salir de la pobreza, para desarrollarse, es preciso crecer en todos los sentidos y eso incluye madurar como sociedad. La política contemporánea empieza a registrar esto y ahora es el turno de que la ciudadanía acompañe esta hoja de ruta que propondrá tratados de libre comercio, acuerdos multilaterales de bloques y hasta la apertura unilateral como parte de las herramientas de un país dispuesto a dar la batalla por un objetivo superador.

Se trata de salir del círculo vicioso de casi un siglo de frustraciones y emprender el difícil camino de intentar ser mejores en un planeta que tiene diversidad de talentos y ofertas impensadas. No será sencillo, pero quizás vale la pena. Lo otro, lo anterior, ya se sabe que consecuencias trae y no parece que hayan sido las anheladas.

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