La anhelada reactivación económica

La recesión y el ajuste son parte de la nueva cotidianeidad. Todos sabían que la transición entre lo ya conocido y lo que empieza a gestarse sería un desafío y que superarlo implicaría transcurrir un periodo complicado repleto de dificultades

 El año electoral que ya quedó atrás fue el preludio de lo que luego inexorablemente ocurriría. Su largo recorrido permite identificar con claridad que la intención del entonces oficialismo era postergar el abordaje de las problemáticas hasta tanto las urnas dieran su veredicto.

Los ciudadanos, independientemente de su postura política y de sus simpatías tenían plena conciencia de que se aproximaba una etapa durísima y que el nuevo gobierno tendría que hacerse cargo de esa situación límite.

No fue una sorpresa para nadie que quienes asumieron la responsabilidad de gobernar tuvieran que hacer lo imprescindible para revertir una inercia que prometía un escenario verdaderamente dramático.

Así las cosas, y tal cual lo previsto, el país inició un intrincado proceso de transformaciones de todo tipo, intentando alcanzar un esquema de mayor normalidad que posibilitara evitar el colapso y encontrar un destino de crecimiento y prosperidad.

El camino no ha sido fácil y aun hoy no lo es. Los recortes al gasto estatal, la lucha por terminar con el déficit fiscal y el reto de eludir una catástrofe fueron el signo de esta época en la que los observadores siguen con mucha atención los indicadores macroeconómicos más relevantes.

En ese trayecto la inflación comenzó a descender mientras los precios relativos continúan buscando un nuevo equilibrio. La tendencia lograda sigue en ese sendero de desaceleración lo que entusiasma no sólo al gobierno sino también a la gente que sueña con ver la luz al final del túnel.

La crisis fue anunciada antes de suceder y todos, por diferentes motivos, esperaban una etapa muy compleja, plagada de privaciones e inconvenientes, de adaptación de las finanzas familiares y personales.

El aumento generalizado de precios lastimaría la economía doméstica y eso generaría malhumor social. A pesar de esas expectativas poco alentadoras, la paciencia cívica fue, al menos hasta aquí, superior a la que muchos pronosticaban.

Pero al mismo tiempo, los mismos que elogiaban esa actitud madura de gran parte de la comunidad auguraban con preocupación que esa circunstancia tendría fecha de vencimiento y que si las señales alentadoras no asomaban el acompañamiento concluiría muy pronto.

Por todos esos motivos en el presente el debate pasa por saber cómo y cuándo operará la reactivación. Los más optimistas hablan de un fenómeno único, sin antecedentes en el pasado. Sostienen que será como una “V”, es decir que ni bien se toque fondo el rebote será lineal lo que se va a traducir en una inversión de gran magnitud con implicancias positivas evidentes.

Otros, más prudentes, entienden que la dinámica será en “U”, es decir con un valle más prolongado, una meseta de algunos meses, hasta llegar a la inflexión que dé lugar a una mejora de gran trascendencia, pero sólo después de una pausa que podría precisar quizás de un trimestre o algo más.

Parecen planteos similares. Después de todo, lo importante es recuperarse y mirar el futuro con mejores perspectivas. Eso sería cierto si no fuera por la razonable ansiedad de la gente que siente que quizás no sea factible soportar tanta presión bajo las condiciones actuales.

El gobierno, mientras tanto, confía plenamente en su estrategia. Cree con convicción que la indexación seguirá bajando su intensidad y que una combinación de factores incentivará a los protagonistas a hacer lo óptimo.

Los paradigmas que estuvieron vigentes están de retirada. Hasta hace poco los ahorristas y los empresarios invertían en divisas extranjeras, en instrumentos financieros en moneda local o bien compraban mercaderías para resguardar su patrimonio o inclusive con la aspiración de multiplicar su dinero bajo esa modalidad.

La mayoría de esas consignas parecen haber caído en desgracia. La tradición de ganar la carrera buscando opciones en un contexto inflacionario empieza a perder sentido. Con alternativas de rentabilidad negativa los actores económicos están invitados a invertir en la economía real, deben producir y generar riqueza genuina. No es una opción, sino que emerge como la única viable.

 

Ese nuevo círculo virtuoso sería la clave para abandonar el actual pantano. No sería un acto de magia sino el producto de alinear los estímulos en la dirección adecuada. Cuando las reglas están claras y se consigue comprender el rumbo el porvenir puede ser muy promisorio.

Aún falta mucho por acomodar. El desorden y las distorsiones abundan atentando contra el resultado final. Es vital entender que la naturalización de lo incorrecto debe ser desterrada. Construir un país sensato no es una tarea simple, pero obtener pequeñas victorias quitará algo de presión a corto plazo y permitirá enfocarse en la enorme lista de reformas profundas pendientes.

Describir el momento actual es un gran reto. Es imposible saber si ya pasó lo peor o aún quedan más escollos con los cuales lidiar. Sobre lo que sí hay consenso es que la salida está más cerca, que la recuperación es un hecho. Solo resta por develar el formato y la oportunidad de esa reactivación.

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