La importancia de una burguesía vigorosa

La prédica de la extrema izquierda latinoamericana ha sido por muchas décadas la de alcanzar el poder, para devolver a los desposeídos los derechos que, según ellos, les habrían sido arrebatados por personas malas, egoístas e inescrupulosas, a los que siempre han definido como burgueses. 

Atacar y destruir la burguesía, pasó a ser su emblema.

¿Pero qué es en realidad la burguesía? En su origen, los burgueses fueron aquellos ciudadanos europeos que mediante su capacidad artesanal o de comercio, lograron dejar atrás las miserias de una vida rural feudal para instalarse en ciudades amuralladas o burgos, organizarse y darse los códigos de convivencia que les permitieran sobrevivir. Dueños de sus propios negocios y responsables de sí mismos, pasaron a ser para el marxismo del siglo XX el chivo expiatorio perfecto y el enemigo a vencer por todos los que no formaran parte de ese conglomerado, formado con el esfuerzo de innumerables generaciones.

Los burgueses no eran herederos de grandes fortunas generadas en complicidad con el poder, ni de los títulos nobiliarios que suelen acompañarlas. Eran, son y seguirán siendo, la clase media. Son esos que se ganan la vida con su trabajo, disfrutan de la familia y amigos, tratando de educar a sus hijos en el esfuerzo y en valores para que ojalá, superen los logros de sus padres. Y así de generación en generación. Es la gran fuerza vital, generadora de creatividad y riqueza, sin cuya influencia ningún país puede salir adelante, mucho menos proponer proyectos efectivos de solidaridad y de justicia social.

Con la desaparición del comunismo, surgió el Socialismo del Siglo 21 que, con Cuba a la cabeza, viró hacia el estatismo fascista. Asociando a los miembros de una nomenklatura heredada de su periplo marxista con los oligarcas de gran capital a los que extendió todo tipo de privilegios, la idea se difundió rápidamente. Con su odiada “burguesía”, el ensañamiento continuó siendo especialmente agresivo dado que sus integrantes, la siempre resiliente clase media, quedaron a merced de funcionarios y oligarcas asociados con el poder. Basta con ver el ejemplo venezolano y sus millones de desplazados para comprobar los resultados de tales políticas.

Partiendo por el deterioro constante de la educación pública y la pretendida remoción de los valores establecidos, hasta llegar al ridículo de tirar abajo las estatuas de Cristóbal Colón o prohibir las de la Virgen María, las izquierdas latinoamericanas promovieron el desarrollo de Estados sobredimensionados e inoperantes.

Exacerbaron el odio de clases y socavaron la seguridad de las sociedades donde permisivamente consintieron el accionar de delincuentes de toda calaña, justificándolos en el hecho de que “la sociedad” estaba en deuda con ellos porque no habían tenido oportunidades. Las consecuencias de tanta demagogia apuntaron contra cualquier persona cuya presencia simbolizara un cierto aroma a clase media indefensa. Y ocurrió en democracia y dejando flotar la idea de que se trataba de un fenómeno espontáneo y natural.

Como la gente no es tonta y las sociedades se componen de gente, ese accionar fue poco a poco quedando en evidencia.

Aquellos polvos trajeron estos lodos. A modo de ejemplo, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, a nadie debió sorprender. Tampoco debería sorprender si ese modelo, cuya real esencia todavía desconocemos, se hubiera contagiado o todavía se contagie por la región como un antídoto.

Lo que sí sorprende es que, presentado el presidente brasileño a su reelección en las próximas elecciones presidenciales, su principal contendiente sea Luis Ignacio Lula da Silva, fundador del Foro de San Pablo y factor fundamental para la irrupción de Jair Bolsonaro en la política de ese país.

Derechas e izquierdas parecen haber llegado por diferentes caminos a un punto de encuentro común, donde el gran diferenciador pasará a ser el control férreo de la corrupción y los privilegios.

En paralelo, las sociedades latinoamericanas van llegando a la encrucijada a partir de la cual su única salida pasará por el reconocimiento e impulso de una clase media fortalecida, que asegure la vigencia de una economía realmente generadora de empleos auténticos. Un accionar en esa dirección, estimulará a los gobiernos a encaminar las políticas adecuadas para fortalecerse y entregar servicios de excelencia en las áreas clave de salud, seguridad, educación y justicia que deben ser, en definitiva, sus principales objetivos.

De esta forma los desposeídos – tan recordados a la hora de buscar los votos para ganar elecciones – no sólo se verán directamente beneficiados, sino que en su mayoría pasarán a integrarse a la economía con dignidad y no a la espera de dádivas y subsidios populistas que terminan siendo siempre pan para hoy y hambre para mañana.

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