Carlos Rangel en su libro Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario comenta, en referencia al peronismo desarrollado en los años cincuenta, lo siguiente:
“Juan Domingo Perón asumió el control de la Argentina en un momento cuando ese país había acumulado un excedente de recursos y de reservas monetarias, por exportaciones en brusco ascenso […] En lo esencial, Perón se dedicó a liquidar ese excedente, y además creó en un tiempo asombrosamente corto un déficit […] Los sectores recreadores de riqueza de esa economía, que seguían (y siguen) siendo básicamente las actividades agropecuarias, fueron castigados con severos gravámenes (en la peor tradición mercantilista hispánica) para financiar el aumento en los salarios reales de los trabajadores industriales y a la vez un descabellado proyecto de autarquía industrial. En general toda la estructura costos-precios de la economía fue trastornada artificialmente para dar satisfacciones inmediatas, psicológicas y materiales, a los ‘descamisados’ ”.
Perón, y muchos otros líderes de la época en la región, se inspiraban en la sustitución de importaciones recomendada por la CEPAL, la cual, años después, influyó ideológicamente en la Teología de la Liberación surgida dentro del seno de la Iglesia Católica, tras el Concilio Vaticano II.
Como si el tiempo no hubiera transcurrido, el análisis del peronismo estampado por Rangel, podría aplicarse para definir la idea política que orientó desde un comienzo al matrimonio Kirchner- Fernández y continúa aplicándose hoy con la fórmula Fernández – Fernández en Argentina, más de seis décadas después de su invención.
Dice Rangel que “el ‘Justicialismo’ […] tuvo desde siempre, como todo fascismo, ánimo represivo, cursi, oscurantista”. Y basta con revisar lo ocurrido en Argentina durante la pandemia y la represión general generada en ese país a su sombra, para avalar sus dichos y confirmar cómo se han proyectado hasta el presente.
En 2008, ante un paro nacional y bloqueo de rutas decretado por las gremiales agropecuarias, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner lanzó la siguiente consigna: «En nombre de la Constitución y de las leyes, liberen las rutas y dejen que los argentinos volvamos a producir y trabajar». Hacía referencia a los cortes que los productores agropecuarios de todo el país sostuvieron durante algún tiempo, como medida de protesta contra los impuestos confiscatorios decretados por el gobierno peronista.
Algo muy parecido ocurre nuevamente hoy, pero, mientras esto acontece, trascendidos de prensa dan cuenta de que existe un plan de movilizaciones ciudadanas al servicio del gobierno – los conocidos piqueteros – dedicados al bloqueo constante de avenidas en perjuicio de la libre circulación en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), que estaría financiado con subsidios desde el Estado.
Este nuevo estamento social se ha convertido para mucha gente, e incluso, en algunas familias, por más de una generación, no sólo en su medio de vida, sino en algo que consideran directamente su ocupación principal.
Pero Argentina no es la excepción y Latinoamérica, en plena era democrática, avanza con rumbo incierto.
Formada desde un principio en las prácticas mercantilistas coloniales, dos siglos de independencia no alcanzaron para cambiar la forma de razonar de muchos representantes y representados.
La mentira está instalada y la promesa fácil, alimentada por una ambición de poder sin límites, ha degradado la región hasta niveles de asombro.
Una maraña legal de molde positivista y ambigua interpretación, hace imprescindible el visto bueno estatal para el desarrollo de cualquier actividad privada. En general, la libertad económica brilla por su ausencia y solo resulta plena para los grandes “empresarios” prebendarios abrazados con el poder.
Con mayorías obtenidas a fuerza de populismo, cada vez resulta más difícil cumplir con los ofrecimientos. Quienes de verdad producen riqueza, se van cansando de ser esquilmados, al tiempo que quienes esperan ser beneficiados y venden su voto a cambio de dádivas y prebendas, cada vez son más numerosos y exigen mejores retribuciones.
La cultura del trabajo, así como la del aprendizaje y la educación, están devaluadas. En la práctica, los objetivos se vuelven confusos y las expectativas irracionales.
En Setiembre de 1955, un golpe de estado terminó con el gobierno peronista de la época. Recuerda Rangel en su libro que “los ‘descamisados’ hicieron algunas débiles manifestaciones a favor del dictador derrocado.
Su consigna era lamentable: ‘Ladrón o no ladrón, queremos a Perón’”.