El balance democrático

Un interesante artículo del profesor Julián Casanova publicado recientemente por el diario El País de Madrid, ilustra – bajo la lupa de la historia – sobre El ascenso del fascismo cien años después.

Recuerda como en una Italia abatida y sin esperanzas, finalizada la Primera Guerra Mundial, los conflictos sociales se multiplicaron, así como las huelgas y ocupaciones de lugares de trabajo, afectando la producción agrícola e industrial.

Comenta Casanova que en esas circunstancias: “Los patronos de las industrias y los propietarios ricos del campo, los agrari, sintieron esa oleada de militancia como el comienzo de la revolución bolchevique en Italia, la prolongación de lo que había ocurrido en Rusia en octubre de 1917, y comenzaron a pensar en nuevas formas de ordenar las relaciones laborales y a financiar grupos armados para destruir a los sindicatos y castigar a los socialistas más activos y radicales.”

Es en ese contexto que aparece en escena Benito Mussolini, exdirigente socialista, quien se declaró enemigo, tanto del liberalismo que gobernara previo a la guerra, como del marxismo que se extendía como reguero de pólvora a través de los sindicatos, aprovechando el desánimo general.

En octubre de 1922 se programó la sublevación, que ocupando lugares estratégicos en diversos puntos del país, marchara en forma simultánea hacia Roma. “El rey conocía las simpatías de algunos militares por los fascistas y prefirió no crear una división en las Fuerzas Armadas”- afirma Casanova.

Fue así que sin haberse producido una revolución ni ganado una elección por vía democrática, el exsocialista llegó al poder por decisión de Víctor Manuel III. “Fue el rey quien nombró a Mussolini jefe de Gobierno, una decisión que aplaudieron muchos, que esperaban que el socialismo, sus representantes políticos y su poder sindical dejaran de amenazar a las clases acomodadas y al orden social durante un tiempo.”

Ese hecho dio paso al advenimiento del fascismo y a pesar de que los desmanes acontecidos durante el gobierno del Duce no tienen punto alguno de comparación con los cometidos por Hitler o Stalin, el ataque a la libertad de prensa, la supresión de las garantías individuales, la detención o eliminación de los enemigos políticos y el terrorismo de Estado, fueron su práctica de rutina, tal como suele ocurrir hasta el día de hoy, con cualquier dictadura establecida.

Es curioso contemplar como la historia es cíclica y tiende a repetirse. Cuando analizamos el devenir del comunismo y del fascismo, corrientes políticas de similares características estatistas de las cuales además conocemos su final, vislumbramos hechos y situaciones políticas tanto en Europa como en América, donde ciertos denominadores comunes siguen estando allí.

Desaparecido y enterrado el comunismo, hoy sus abanderados – que en algunos lugares todavía se identifican a sí mismos con ese nombre – están prácticamente mimetizados con el fascismo en cuanto a su concepción de la democracia como medio para alcanzar el poder.

Pero el populismo – que también caracteriza a ambas ideologías – ha ido siendo entumecido por el avance de la tecnología y de la información. Las falsedades de quienes aspiran a adueñarse del poder aprovechando las garantías y facilidades de la libertad, pero despreciando soberanamente la opinión del otro, hacen cada vez más evidentes sus verdaderas intenciones.

En la actualidad y de manera cada vez más notoria, las democracias mantienen su equilibrio y balance de poderes, gracias a un alto porcentaje de electores que hacen de regulador para evitar extremismos. Y ese porcentaje aumentará en la medida que la educación de más y mejores herramientas a cada vez más personas, para poder decidir sobre sus propias vidas sin requerir de la guía de improvisados gurúes o de lideres iluminados.

Lo que últimamente inclina finalmente la balanza en cada convocatoria especial o período electoral, ya no es un tema de derechas o izquierdas sino el conocimiento cabal de un grupo lúcido de ciudadanos, de la importancia y valor de sus derechos y libertades.

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