Estoy convencido que mucho de lo dicho y escrito estos días va a envejecer mal. Sin dudas lo sucedido con el pasaporte de Marset es grave, pero no es menos grave la falta de nivel y de templanza de nuestra dirigencia para abordar esta turbulencia política.
Primero lo básico. El gobierno tiene un problema en cómo gestionó el episodio Marset, y la oposición razonablemente pretende sacar el mayor rédito posible. Parece claro que el pasaporte se otorgó legalmente, pero no parece existir acuerdo en qué grado de discrecionalidad tenía el gobierno para “demorarlo” o buscar alternativas. Es lógico que el FA busque los eventuales errores e inconsistencias en el episodio y en las explicaciones que se dieron del mismo.
Lo que no parece razonable, ni creo sea útil para nadie, es bailar al ritmo de los comité de base llevando el intercambio retórico al barro. Acusar, o mucho peor, dar a entender que el narco está enquistado en la política o en el gobierno es boomerang que le va a partir la cara a quien lo lanza. Hay varias explicaciones de por qué no se frenó el pasaporte (aceptando que fuera legal hacerlo) que no implican que los jerarcas políticos estaban implicados. Es más, no hay un solo señalamiento concreto y personal sobre el vínculo de los exministros Bustillo y Heber con el otorgamiento del pasaporte.
Nada de esto quita que la renuncia correspondiera, porque ellos eran los responsables políticos. Pero de ahí a decir, o dar a entender lo que se dijo estos días, hay un océano. El narco es un problema grande, pero nadie mostró un solo indicio de que tenga vínculos relevantes a nivel políticos. Como decía Martín Aguirre hace unos días en estas páginas, ¿alguien cree que Biden regalaría una foto a su lado a un gobierno sospechado de vínculos con el narco? Cualquiera que se acerque de buena fe al episodio entiende que el escándalo que tenemos estos días es sobre los errores y omisiones del gobierno en gestionar el episodio políticamente, y no sobre ninguna colaboración de este con el narco.
Lo otro que parece totalmente fuera de tono es decir que estamos en una crisis institucional. ¡Por favor! El gobierno tiene un problema político, que no representa ningún riesgo institucional. No se puede anunciar el fin del mundo todos los días.
Quizás lo más simbólico y lamentable de toda esta falta de templanza fue lo que se vivió el lunes en el inauguración del Hospital del Cerro. Un nivel de violencia política, por ahora verbal, que Uruguay conoció pocas veces. Gente, incluyendo diputados, que fue a la inauguración de un hospital a insultar, silbar los discursos y el propio Himno Nacional. Parece que hay personas que ponen la acumulación política por sobre todo, dispuestas a abuchear la inauguración de un hospital porque la hacen “los otros”.
Es cierto que hoy es todo mucho más efímero. Pero eso no puede avalar cualquier cosa, sobre todo de dirigentes partidarios de primera línea. En lo que va de este gobierno varias veces vimos denunciar cosas dramáticas, como el colapso de los CTI o las muertes por falta de agua potable; esas denuncias que en su momento robaban titulares pero luego envejecieron mal y hoy son munición en contra de quien las lanzó.
Cuidado que a mucho de lo dicho y hecho estos días le puede suceder lo mismo.