El dinámico juego de las expectativas

Se ha escrito mucho sobre el verdadero impacto que tiene lo que los individuos mayoritariamente creen que sucederá en casi cualquier campo de la conducta humana. En lo económico y político esto puede tomar un relieve superior y amerita detenerse en esta mirada en una coyuntura tan singular como la que se vive ahora.

Si se analiza la política contemporánea se puede plantear que en Argentina muchos analistas fallaron estrepitosamente. No la vieron venir y cálculos previos no avizoraron el vendaval que luego arrasaría con la tradición y con casi todo lo hasta allí conocido.

Varios ya se estaban acomodando la banda presidencial antes de las primarias suponiendo que si el resultado era el anhelado por ellos el resto sobrevendría por añadidura como si se pudiera prever todo tan linealmente.

Lo cierto es que solo un puñado de seguidores de quienes después serían los ganadores confiaban en que lo que ocurrió era inevitable. Ese derrotero debería dejar una lección para todos, pero a la luz del presente parece que el aprendizaje no se ha instalado todavía.

Hoy, mirando el escenario político actual, las opiniones se dividen entre los que siguen sosteniendo que este proceso durará casi nada hasta que cualquier tropiezo interrumpa este mandato y aquellos que entienden que no hay razones para suponer semejante descalabro.

Lo cierto es que resulta imposible saber quiénes finalmente tendrán razón, básicamente porque el futuro es una gran incógnita y porque proyectar en el aire puede ser extremadamente audaz.

En materia económica ahora se consolida una situación bastante similar. La inflación y la recesión son los protagonistas de esta transición. Todos los especialistas intentan dilucidar qué pasará, pero por ahora son meras suposiciones.

Muestran intrincados gráficos y curvas con dudosas tendencias, exponen complejas tablas y conjeturan sobre el comportamiento de las variables más relevantes que condicionan la macro y tienen consecuencias en la cotidianeidad ciudadana.

En realidad, nadie podría arrogarse el conocimiento suficiente para saber lo que tienen preparado el porvenir. Muchas circunstancias podrían cambiar el curso de este recorrido y modificar por lo tanto el desenlace de este dilema.

Los más optimistas creen que a pesar de los previsibles inconvenientes la luz al final del túnel aparecerá, mientras que los más pesimistas afirman que todo terminará de la peor manera.

Como en una película de suspenso, como en un partido de fútbol, la gente sigue con enorme interés el desarrollo, observando el minuto a minuto, palpitando cada pequeño incidente y evaluando su significado en términos del despliegue de este plan general.

Habrá que tener suficiente templanza y superar la brutal ansiedad que este trayecto tan convulsionado propone. El nerviosismo no ayuda y quizás sea recomendable naturalizar todo lo que viene ocurriendo para no cargar las tintas más de la cuenta.

El sector político e ideológico que ganó la elección entiende que este instante es histórico, que se constituirá en una bisagra que indudablemente será recordada como un hito insoslayable.

Consideran que estas transformaciones que se han iniciado traerán consigo progreso y que el país comenzará un camino de buenas noticias a la brevedad, lo que derivará en una vuelta a la sensatez y una mejora contundente en la calidad de vida de cada habitante de este territorio.

Del otro lado dicen que esta puesta en escena es la previa a una debacle y que estas recetas no pueden funcionar de forma alguna. Están pensando en cómo seguir esta secuencia una vez que fracase el experimento que tanto critican y se empiezan a probar el traje en una sucesión imaginaria.

Mas tarde o más temprano se develará el misterio. Unos habrán acertado y el resto habrá cometido un grosero error. Tal vez ninguna de ambas cosas se expliciten con tanta claridad. Quizás los grises aparezcan con una tonalidad impensada y siempre descartada por aquellos militantes del exitismo argento.

Por mucho que se esmeren los amantes de los discursos grandilocuentes nadie tendrá argumentos insuperables hasta que la realidad opere inexorablemente. Cuando eso sea efectivamente visible se podrá eventualmente debatir al respecto y obtener conclusiones atinadas.

Mientras tanto sería bueno desdramatizar, vivir el día a día, poniéndole el cuerpo a las convicciones propias sin temor y asumiendo al mismo tiempo el riesgo de no estar viendo lo que otros ven como demasiado evidente.

Esta es la dinámica de la vida misma. El entusiasmo y la decepción son las dos caras de una misma moneda y según el lado del mostrador en el que cada uno se ha parado las lecturas serán diametralmente diferentes.

Las cartas están sobre la mesa. Pronto emergerán las primeras pistas que confirmarán los pronósticos o los refutarán. Los que hayan apostado en la dirección adecuada cosecharán sobre lo sembrado. Los que, por el contrario, equivocaron el rumbo, tendrán un problema mayor. Deberán explicar los motivos por los cuales no acertaron en el diagnóstico, perdiendo credibilidad a su paso.

La buena noticia es que aún hay tiempo para recalcular, para admitir que probablemente el sesgo nubla la vista, que las preferencias personales interfieren en la virtud de la ecuanimidad y que todo puede cambiar en cualquier momento.

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