La gran incógnita del límite temporal

Existe plena conciencia social de la magnitud de las dificultades que se están atravesando en materia económica y de las que todavía quedan por soportar en una etapa que se presenta como extremadamente tumultuosa y desafiante.

A estas alturas nadie duda que la crisis ya se ha iniciado o que la misma ya había nacido hace bastante tiempo y que ahora se ha agudizado con una potencia que aún no ha localizado un freno. Algunos dirán que esto recién comienza mientras otros afirmarán que sólo se trata de la exteriorización de un fenómeno artificialmente reprimido que se está transparentando sin filtros.

Lo cierto es que nadie podría aducir que ha sido sorprendido en su buena fe. Hace décadas que se viene hablando de que la bomba iba a estallar, que el colapso sobrevendría invariablemente, que el ajuste era inevitable y que algún día la fiesta se toparía con un abrupto desenlace.

De hecho, el actual Presidente no sólo planteó este tema en campaña sino que explicitó, para algunos en forma muy desproporcionada, lo que era vital que ocurriera para que el país transitara el camino de las soluciones de fondo.

Muchos creyeron que era una sobreactuación, una puesta en escena y sostenían que con ese diagnóstico y esa plataforma nadie lo votaría. Bajo esa percepción descartaron esa alternativa. Nadie acompañaría a alguien con semejante visión.

A la luz de los resultados electorales aquellas predicciones no se verificaron. Es paradójico, pero inclusive algunos que asumían que esas hipótesis eran poco razonables terminaron promoviendo en la segunda vuelta a quien señalaban como un exagerado y hasta un candidato totalmente delirante.

Con el diario del lunes, solo resta reconocer que quien triunfó en aquellos comicios tiene como mínimo la legitimidad de origen para llevar adelante un plan de acción que anticipó oportunamente a la sociedad.

Los mecanismos republicanos invitan siempre al debate parlamentario y a la consideración judicial. Las reformas que están sobre la mesa tendrán que superar las instancias necesarias para convertirse en algo tangible.

Los más eufóricos y optimistas especulan con que, sin importar demasiado los vericuetos del proceso, finalmente todo avanzará y pronto gran parte de lo propuesto estará operativo. Varios entienden que otras ideas disruptivas vienen en camino y que esas también seguirán igual suerte concretándose sin impedimentos relevantes.

Otros ruegan que todo se detenga, que el “status quo” continúe, o que al menos parte de ese gigantesco paquete de modificaciones no pueda avanzar encontrando cotos formales de diferente índole que entorpezcan su viabilidad.

Mientras esa discusión sigue su curso, los precios relativos ya están buscando su nuevo equilibrio. La simple liberación de la economía, cuestión que no precisa del visto bueno del congreso ni de trámites de ninguna especie, ya está funcionando en casi todos los rubros, más allá de las desregulaciones que esperan sus aprobaciones de rigor.

La inflación del último mes fue récord y la mayoría de los pronósticos para el primer bimestre indican que será un período muy bravo especialmente para los sectores medios y bajos de la comunidad. El apoyo popular obtenido en la última elección legítima este devenir y las encuestas actuales confirman que ese respaldo persiste a pesar de los tropiezos, de los nuevos entusiasmados y de los desencantados que nunca faltan.

Ante ese panorama la inquietud central está vinculada a la “paciencia cívica”, es decir a la fecha límite hasta la cual la gente aguantará los inconvenientes sin chistar, sin pedir que este derrotero traumático se interrumpa.

En realidad, esa fantasía no existe. No hay tal cosa como una fecha precisa que actúe como frontera. En todo caso esa línea es muy difusa y será parte de una secuencia progresiva en la que evolutivamente diferentes grupos agotarán su reserva y claudicarán en este recorrido.

Las expectativas ciudadanas no solamente emergen como muy subjetivas y completamente individuales, sino que también son inexorablemente contextuales y tendrán que ver con las vivencias singulares de cada persona, de cada familia y entorno social.

Cuando esta dinámica arranca es natural que todos tiendan a imaginar lo que podría acontecer, pero luego aquello que era sujeto de suposiciones se convierte en algo mucho más real y es recién ahí cuando se puede comprender verdaderamente la dimensión de la tormenta. Hacer cálculos sobre cuándo se alcanzará el punto de inflexión es muy osado. No hay día límite preciso que determine la bisagra en la que se extinguirá la paciencia.

Es imposible saber el instante en el que la inflación doblará el codo disminuyendo su intensidad y cuál será el índice mensual de esa coyuntura. Tampoco se puede establecer cuándo comenzará a reactivarse la economía luego de meses de recesión. Ese ejercicio intelectual es patrimonio de los expertos, esos mismos que habitualmente fallan porque esas proyecciones son meras probabilidades que luego pueden o no confirmarse.

Los más ansiosos aguardan respuestas categóricas y recurrirán a los gurúes que pululan en estas circunstancias turbulentas. Los más prudentes comprenderán que no es bueno jugar a las adivinanzas y que independientemente de las angustias sucederá lo que deba en el momento que sea.  

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