El fiasco del corredor bioceánico

Sonaba apasionante a los oídos de muchos. Parecía un asunto de avanzada, vanguardista, completamente revolucionario, ya que traería consigo un progreso inusitado para toda la región. Años después se ha constituido en una nueva desilusión sumándose a tantas otras.

La narrativa, extraordinariamente construida, decía que el norte argentino surgiría como el paso obligado para todo ese comercio internacional que buscara una salida hacia el océano. Ese relato sostenía que los grandes actores económicos no tendrían otra oportunidad mejor que recorrer miles de kilómetros de lado a lado para acceder a nuevos mercados y que por lo tanto eso sería una circunstancia ineludible para contribuir con el desarrollo de las comunidades.

Bajo ese paradigma se presentaban múltiples estudios de factibilidad que mostraban por donde transitarían las rutas y puentes que posibilitarían que los que producían en las cercanías del Atlántico pudieran hacer llegar lo suyo al Pacífico. En esa misma dinámica sucedería lo inverso, es decir la chance de que quienes residían en el oeste pudieran enviar lo propio al este de Sudamérica.

Todo era un paraíso. Sólo había que ponerse manos a la obra y trabajar duro para generar la bendita infraestructura que haría que ese sueño fabuloso se hiciera finalmente realidad. Para los promotores de ese anhelo, abundaban interesados en invertir en esos tramos imprescindibles para conectarlo todo, sin embargo, por diferentes motivos eso no ocurrió jamás.

Alimentando esta desafiante visión se conformaron foros de todo tipo en diversos lugares. Los gobiernos provinciales tomaron la posta y configuraron ámbitos institucionales que abrieron el debate para indagar acerca de las mejores alternativas para darle curso a esa meta. Los municipios lo hicieron y hasta las organizaciones de la sociedad civil intentaron aportar su percepción para que eso fuera concretado.

Tanto era el entusiasmo que se polemizaba acerca de si esas obras centrales debían financiarlas las provincias o la Nación. Muchos entendían que el sector privado no tenía que participar de ese esquema ya que se trataba de un bien estratégico y por lo tanto la soberanía era un valor que merodeaba las conversaciones al respecto.

En ese devenir se asignaron cuantiosos presupuestos públicos para evaluar dónde y cómo implementar este corredor. Reuniones masivas, bastante onerosas, un despliegue inaceptable de viajes y viáticos de origen estatal han sido naturalizados durante casi medio siglo de discusión hasta ahora absolutamente infructuosas si se analizan los acontecimientos.

Una decena de provincias serían las protagonistas inexorables de ese impresionante derrame que a su paso dejarían las caravanas de camiones que transportarían mercaderías. El crecimiento económico sería incontenible como producto de este nuevo polo de desarrollo regional.

Como parte de ese gran espectáculo los políticos se apropiaron de ese mensaje y utilizaron estas consignas para fines puramente electorales. En cada campaña este horizonte emergía como el gran siguiente escalón y como un rumbo hacia el cual todos apuntarían sin divisiones.

Hasta mencionaban que era una “política de Estado” que atravesaba a los partidos y a las gestiones de uno u otro color. Los discursos grandilocuentes no faltaban a la cita y escuchar esa retórica era muy estimulante para una sociedad ansiosa por la llegada de buenas noticias.

Han pasado varios lustros desde que nació aquella idea embrionaria. Hoy cuando se observan los avances casi nada de eso sucedió a pesar de los pronósticos de los charlatanes de siempre. Obviamente nadie se ha hecho cargo. No ha existido autocrítica alguna de esos mismos que recitaban ampulosas frases para describir lo que estaban planificando.

El corredor finalmente está dando a luz, pero no donde decían los eternos manipuladores de la palabra. Brasil y Paraguay se adelantaron con eficacia mientras en estas latitudes los embaucadores profesionales siguen hablando sin sentido. Bastante más hacia el norte, aprovecharán esa potencialidad otros países y un par de distritos del noroeste argentino.

El resto quedará, como tantas otras veces, buscando culpables sin asumir que han tenido una ocasión magnífica, pero que su ceguera ideológica y su ineptitud inocultable no permitieron siquiera colarse en este proyecto tan necesario como vital.

Habrá que decir que no hicieron los deberes. Que no fueron astutos siquiera. Su holgazanería y soberbia fue mucho más fuerte que su supuesta inteligencia. No han tenido la generosidad que su pueblo merecía. Su mezquindad política y personal han sido evidentes.

Es una verdadera pena que los ciudadanos no hayan tomado nota de este desastre. No se podía esperar mucho de personajes de tan escasa envergadura. La politiquería los obsesiona y terminan enfrascados en la lucha por el poder. No les interesa un ápice ni la gente ni el desarrollo.

Ellos entienden que solo deben tener a mano una buena excusa o un culpable verosímil para sacarse de encima cualquier crítica. Creen que con eso alcanza. Su desprestigio actual es tan fuerte ahora que una dosis de estos errores esenciales explica el presente, aunque ellos prefieran hacerse los distraídos y seguir jugando su juego.

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