De Tláloc a Milei; una cuestión de identidad

“Tláloc fue una de las divinidades más veneradas de toda Mesoamérica. Su culto se extendió por gran parte del territorio centroamericano. Fue adoptado por los nómadas aztecas (así se llamaban los mexicas cuando apenas acababan de llegar a Aztlán) que se instalaron en el lago Texcoco, asimilándolo como divinidad agrícola.

Siguió siendo uno de los dioses fundamentales de las distintas comunidades agrícolas autóctonas; originario de la cultura de Teotihuacán, dada la caída de la ciudad pasó a Tula, y de ahí su culto se esparció entre los pueblos nahuas. Los teotihuacanos tuvieron contacto con los mayas, de ahí que ellos lo adoptaran o lo identificaran en la forma del dios Chaac. En la cosmología tlaxcalteca, Tláloc se casó primero con Xochiquétzal, diosa de la belleza, pero Tezcatlipoca la secuestró. Tláloc se casó otra vez con Matlalcueye, y tiene una hija o hermana mayor que es llamada Huixtocíhuati.”

De esta forma la enciclopedia Wikipedia, reseña los fundamentos mitológicos de la trascendente divinidad mejicana.

En abril de 1964, una gigantesca escultura inconclusa que representa a Tláloc, considerado la deidad de la lluvia, era trasladada desde su lugar de origen en Coatlinchán hasta su destino final en el Museo de Antropología en Ciudad de México.

Bajo una lluvia permanente que muchos asociaron con sus poderes, mexicanos de todas las edades y niveles sociales se acercaron para ver de cerca al enorme monolito. Su traslado se convirtió en un suceso sin precedentes.

El caricaturista y escritor mejicano Abel Quezada se preguntaba; “¿Por qué va el mexicano a ver a Tláloc?” Y daba respuesta a tal interrogante con una conclusión tajante – “Porque Tláloc es igual que él”.  

“De Tláloc no se sabe si es dios o diosa; su fisonomía es confusa; es todo un misterio. Salido del fondo de la historia, ha pasado a ser un referente nacional.”

Citando a Octavio Paz, Quezada concluía que en realidad el mexicano es “un ser en permanente búsqueda de sí mismo”; y explorando su propia identidad, va a observar a Tláloc.

“Tláloc es igual que él…nadie sabe exactamente qué cosa es…y sin embargo es Tláloc.”

Algo parecido podría ocurrir actualmente en Argentina, con la irrupción abrumadora del candidato Javier Milei en la política.

Bajo el emblema de una libertad que en muchos de sus pregones huele a anarquía, gana adeptos día tras día entre los ciudadanos. Su programa de gobierno es confuso y muchas veces sus planteos carecen de claro sustento legal e incluso constitucional. Sin embargo, amplía semana tras semana, con nuevas y agresivas confrontaciones, la imagen revulsiva de su proyecto. Logra con esto aumentar, de forma sistemática, los márgenes favorables reflejados en los sondeos de las encuestas de opinión.  

El efecto Milei en Argentina, parece comparable a lo que Quezada comentaba sobre el efecto Tláloc en Méjico.

Nadie sabe exactamente quien es Milei. Pero muchos millones de argentinos se identifican con él y su discurso, de alguna manera, los representa.

Debemos señalar que esta comparación, que podría parecer un poco antojadiza, deja en claro que existe una clara y resaltable diferencia entre ambos acontecimientos. El traslado de la enorme escultura de Tláloc, culminó con su arribo e instalación en el Museo de Antropología en Ciudad de México, donde permanece inmóvil hasta el presente y a la vista de todos quienes por allí circulan y quieran observarla. Las consecuencias de la aventura democrática que encabeza Javier Milei, sólo decantarán y darán a conocer su verdadera cara con el correr del tiempo.

La inexorable realidad que, para bien o para mal resulte de este suceso, es la que nos dejará ver su verdadera imagen y la real identidad de la sociedad que la respalda.

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