Ideología a la deriva

Vociferando tiránicamente urbi et orbi su nivel de desprecio al Estado de derecho y al más elemental respeto democrático y republicano, Nicolás Maduro quemó las naves.

Sólo mantuvo a flote su despótica nave autoritaria de gobierno, a la espera de instrucciones y eventuales soluciones al fracaso constatado.

El castrochavismo fabricado por Fidel Castro desde el Foro de San Pablo que fue también su creación, desaparecido el comunismo y comprobado su fracaso, tuvo la audacia de refugiarse en el también obsoleto fascismo, que admitía un cierto perfil capitalista. Fidel buscó siempre convertir al Estado en dios y apropiárselo para beneficio personal y el de sus cómplices. Fascismo y comunismo eran primos hermanos y podían acomodarse a su “concepción ideológica”.

Su nueva “aventura revolucionaria” no solo se fundamentaba en un concepto ideológico perimido, sino que, a pesar de su avanzada edad y al imaginarse inmortal, no previó que desaparecidos o retirados los viejos líderes, su revolución perdería todo rumbo e intentaría sostenerse en el poder solo a punta de pistola, garrote, tortura y represión.  Lo mismo que hizo él, pero sin idealismo ni disimulo alguno.

Los autoproclamados “libertadores de América” se han convertido en el mayor oprobio del continente.

En el caso venezolano, son casi ocho millones de ciudadanos los que han tenido que marchar hacia el exilio para poder sobrevivir, debido a los desmanes y tropelías de quienes también se autodenominaban “defensores del pueblo”.

Metafóricamente hablando, el régimen navega a la deriva, buscando legitimarse a partir de un resultado electoral fraudulento y de un entramado institucional a todas luces corrompido e impresentable.

Maduro y sus miles de secuaces han pretendido engañar al mundo cometiendo un fraude electoral burdo y sin precedentes, procediendo a continuación a perseguir, apresar y torturar a sus opositores, sin medir medios ni consecuencias. Lo sienten – y así lo anuncian – como una especie de derecho adquirido por el simple hecho de ser ellos “los que mandan”.

Han quedado en evidencia y ya ni sus más fieles aduladores se atreven a defenderlos públicamente. Hasta Lula, presidente de Brasil y cofundador del Foro de San Pablo, hasta hace pocos días sostenía que la tragedia venezolana se trataba tan solo de “una narrativa”. Ahora, parece haber decidido tomar cierta distancia del tema. Y eso probablemente sea consecuencia del impacto de caída en picada que su cercanía protectora con el régimen de Caracas estaría provocando a su imagen y popularidad, en su propio país, y donde sí funciona la democracia.

El castrochavismo ya no tiene como presentarse frente a su propio pueblo que lo rechaza visceralmente por una amplísima mayoría. Mucho menos tiene modo alguno de excusarse por sus inhumanas y crueles tropelías ya reconocidas ante Dios y el mundo.

Una vez terminada la dictadura venezolana, es probable que su consecuencia directa sea a su vez el fin de la cubana, cuya prolongada permanencia de más de seis décadas sólo ha servido para resaltar el engaño encriptado en los ideales que en sus inicios la justificaron.

Desaparecido Fidel Castro, los intereses creados, la corrupción heredada y la inexperiencia y ambición de poder de sus nuevos líderes, han generado un cambio de paradigmas nunca vistos en la región, desde la irrupción en Cuba de Fidel en 1959. 

Maduro, su última esperanza, lo intentó desde el autoritarismo y la convicción de ser poseedor de un poder absoluto. Se sintió – o así se lo hicieron creer – “el dueño de Venezuela” y él mismo lo anunció al mundo entre insultos y desprecios inconcebibles una vez conocido su estrepitoso fracaso electoral.

Su engreída y despótica actitud ya no admite retroceso ni promesas de arrepentimiento.

De su capacidad para aceptar la abrumadora derrota de su régimen y de negociar con un poco (bastante) de buena suerte la salida, dependen las consecuencias que de sus desmanes devengan.

Así lo marca la historia y lo corroborará la Justicia, el día que vuelva a instalarse como un poder independiente en la patria de Simón Bolívar, que muchos esperamos con ansias ver renacer.

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