Lamentablemente son pocos los que admiten que la transformación está en la esencia de la naturaleza. La inmensa mayoría se aferra a lo conocido y se opone a salir de su zona de confort.
Los más audaces hacen su mejor intento por comprender la situación actual y tratan de adaptarse a esa nómina de nuevas reglas. Ellos han entendido que lo que ahora se visualiza ha llegado para quedarse y que no es sólo una simple transición coyuntural.
No pierden su tiempo gritándole al viento ni enojándose con lo que ya se ha instalado como el paradigma vigente sustituto. Tienen asumido que invertir energías en esa lógica es abrumadoramente desgastante y completamente inefectivo.
Su postura es absolutamente activa. Hacen enormes esfuerzos para identificar las características que ahora se convierten en las que regirán el presente, pero van por ese incómodo camino en la convicción de que es vital para continuar el sendero que las circunstancias ahora plantean.
Pero esta conducta astutamente flexible contrasta con la de aquellos que ofrecen una actitud inexplicablemente obstinada. Su necedad intelectual no les permite ver lo que está ocurriendo y quedan cegados ante lo que no encastra con su mirada inercial.
Es que un grupo muy numeroso de observadores y también de protagonistas no han tomado nota del giro que dieron los acontecimientos y entonces pretenden analizar los sucesos con un prisma fuera de época.
En estos últimos meses se han estado generando muchas instancias inusitadas. La política habitualmente está sujeta a mutaciones, pero en buena medida eso siempre emerge después de que la sociedad revisa sus propias ideas e inicia así un ciclo de demandas diferentes.
Más allá de los comportamientos singulares, de la demora con la que cada personaje hace el duelo hasta registrar con claridad el nuevo escenario, la tarea consiste inexorablemente en prepararse para abordar los desafíos del momento.
Los retos actuales siguen allí, inertes, inmóviles, esperando que alguien se ocupe de ellos. La gente tiene enormes expectativas y lo que aspira es a que los dirigentes se enfoquen en la búsqueda de soluciones.
Todo lo demás es periférico y es por eso por lo que cuesta tanto asimilar las dificultades de algunos para enfocarse en la realidad. Todo lo que circunda a lo principal se convierte matemáticamente en accesorio.
Los tiempos apremian y es por eso muy trascendente dejar de insumir meses en este lento proceso de acomodamiento. Urge poner las barbas en remojo y destinar el máximo esmero a las problemáticas de fondo.
Pero para ser eficaz en ese cometido hay que incorporar las flamantes consignas, tenerlas en el radar a cada minuto y no caer en la tentación de retroceder con lecturas del panorama que ya están obsoletas.
Desafortunadamente no se puede volver hacia atrás. Lo hecho, hecho está. Lo que es indispensable es dar vuelta la página, mirar hacia adelante, y tratar de que lo que viene no sea una mera repetición de errores recientes.
Para eso es clave hacer autocrítica. Sin ese repaso es inviable avanzar de un modo consistente. Es decir que lo que cabe no es solamente corregir el rumbo, sino que es más significativo decodificar la hoja de ruta. Es que sólo eso evitará repetir equivocaciones.
No se trata nomás de reconocer el yerro eventual, sino de darle una mirada distinta para que pueda ser de utilidad, para que sea una suerte de guía que permita orientar en la navegación de lo que se viene.
Los dilemas pendientes son muchos. Algunos de ellos van a requerir no sólo de coraje sino también de acompañamientos. Esos apoyos tendrán que plasmarse no sólo en la cuestión discursiva sino también en el Congreso.
De todas maneras, lo importante de esta necesidad de recalcular no tiene que ver con los gobiernos de hoy, ni siquiera con los líderes, sino más bien con las exigencias ciudadanas, con los niveles de paciencia cívica y con ese esquema que condiciona más que nunca a quienes sueñan con representar a los demás.
Interpretar acabadamente la sensación de las personas que viven en comunidad es un talento. Durante décadas eso parecía bastante más sencillo. Hoy todo resulta mucho más intrincado y entonces hay que poner un extra de atención para ver más allá de lo elocuente.
Es hora de recalcular, sin temor alguno, sin resentimientos por los tropiezos y sin cargas emocionales que nublen la visión. Es lo que corresponde hacer frente a esta frenética dinámica que no da tregua, que castiga con rudeza cuando no se la obedece a rajatablas.
Hay poco margen para seguir fallando. No sólo está en juego el desenlace sino también la supervivencia de una clase política que esta jaqueada por las críticas, denostada por sus exiguos logros, y vapuleada por sus inconductas que la han dejado expuesta en múltiples ocasiones.