En tiempos de crisis la gente valoriza como nunca el tacto de los políticos, su talento para comprender profundamente el momento que se transita y la astucia para conectarse con lo absolutamente evidente.
A estas alturas ya debería quedar claro que la política ha girado drásticamente y que estamos frente a una época diferente. Los que continúan leyendo la realidad utilizando un prisma antiguo no sólo corren el riesgo de equivocarse, sino que además no están registrando lo que ha ocurrido, ni toman nota de las nuevas demandas.
Los que se resisten a los cambios buscan argumentos apelando a la historia mientras se referencian en el pasado. Lo hacen para justificar su propia inercia y para explicar las razones por las cuales hay que seguir apostando por su ya obsoleta liturgia.
Son los mismos que decían que Milei no era rival, que no tenía un partido político sólido, ni disponía de experiencia, adicionalmente le faltaban fiscales, no conocía el territorio y ni siquiera podía construir una estructura que soporte una elección.
Pocos son capaces de aceptar que no lo vieron venir, que quedaron presos de sus viejas creencias, que descartaron lo desconocido sólo porque no encajaba con lo que indicaba la tradición.
Ya sabemos que la autocrítica no es un deporte nacional. Mucho menos aun en la política. Los culpables siempre son los otros y rara vez se asumen los errores de percepción que llevan a tomar pésimas decisiones.
Lo cierto es que ha ganado un Presidente, que fue capaz de sortear múltiples escollos. Obtuvo un triunfo a pesar de todo. Quizás sea el momento de tener un poco más de humildad intelectual para admitir que no todo es tan lineal y que algunos códigos están mutando en esta nueva Argentina.
Hace muy pocos meses hablar de ajuste era mala palabra. La idea de achicar el Estado era muy incómoda y mencionar al liberalismo espantaba votos. Todo eso hoy es distinto y el que no logra procesar esa novedad puede quedar fuera de foco.
En ese contexto el despilfarro estatal es considerado un enemigo. JAVIER MILEI ha ganado indudablemente esa batalla cultural. Los parásitos han sido desenmascarados y son repudiados socialmente por su actitud hostil contra los pagadores de impuestos, esos que todos los días se esfuerzan.
No se trata de cargar las tintas contra los agentes públicos, esos que trabajan y se comprometen. Los despreciables son los holgazanes, los pícaros que hacen lo mínimo, los delincuentes que figuran en una repartición y no se presentan a hacer lo que deben.
La gente ya se dio cuenta, o tal vez se ha cansado de tanto disparate. Por eso le exige a la política gestos muy concretos, posturas sin dobleces que demuestren que el sacrificio ante las dificultades no las pagará sólo el contribuyente, sino que también en el gobierno habrá gente renunciando a sus obscenos privilegios.
La sociedad toda votó por un cambio. La inmensa mayoría sabe que lo que viene será difícil, que habrá que hacer recortes en los presupuestos familiares y que habrá poco margen para derrochar recursos.
Pero todos esperan ser acompañados en ese recorrido y por eso observan con gran atención a los políticos, a esa “casta” que durante la campaña fue tan contundentemente caracterizada y que ahora tiene que actuar en consecuencia.
Lo que muchos dirigentes aun no comprenden es que no se pueden hacer los distraídos. Ser austeros no es una oportunidad política para hacer demagogia, es un mandato popular que no se puede eludir.
El político que no lo haga quedará en falsa escuadra. Será denostado por los ciudadanos y criticado sin piedad en las redes sociales. Los votantes ya perdieron el miedo y utilizan su herramienta más barata para calificar a cualquiera que no se adecue a esta dinámica que no tiene retorno.
Algunos tienen la ingenua expectativa de creer que es una moda y que luego de que pase la tormenta todo se calmará. No parece ser esa la impronta cívica que está muy hipersensible con los malgastadores.
Ninguna jurisdicción escapará a esta flamante regla. Todos los estamentos, lo nacional, lo provincial y lo municipal, en cada rincón del país los ciudadanos van a estar vigilando este aspecto con una ansiedad a prueba de todo.
Los líderes deberían reaccionar rápido, antes de que sea tarde. Los que tanto hablaron de la necesidad de revalorizar la política y devolverle el prestigio que alguna vez ostentó tienen ya no la posibilidad sino la obligación de honrar sus consignas y hacer lo correcto.
Hay que empezar por lo grotesco. Autos oficiales y choferes, celulares y viáticos por viajes poco transparentes, sueldos desproporcionados y horas extras dibujadas, pauta publicitaria y lujos evitables, adicionales ridículos y gastos de representación opacos. La motosierra está instalada en el corazón del vocabulario popular.
Tendrán que recortar gastos por doquier. No sólo se trata de disminuir el agobiante peso del Estado sino también de lo simbólico. El argumento de que tal o cual costo es poco relevante ya no sirve. Hay que alinear la retórica con la acción. Se agotó el tiempo de los discursos grandilocuentes. Es la hora de los gestos. Es ahora mismo y no después.