La micro, la macro y los nostálgicos del intervencionismo

Todos sabían que lo que venía sería muy difícil. Para combatir a la inflación irremediablemente había que bajar el gasto estatal y eso derivaría en un severo ajuste con una recesión de esperable resultado negativo de corto plazo. Hoy algunas voces anhelan mecanismos ya conocidos que han fracasado rotundamente.

La política y también la economía atraviesan en estos tiempos grandes mutaciones de paradigmas hasta aquí absolutamente impensados. Han cambiado no solo las ideas sino también las formas de un modo que muchos no logran aun asimilar.

En ese contexto de turbulencias y de búsqueda permanente de novedosas explicaciones, Argentina recorre un sendero extremadamente desafiante. Los observadores miran con atención lo que ocurre descifrando lo que puede suceder a sabiendas de que el entorno está minado de incertidumbre.

La macroeconomía viene transitando un camino que fue debidamente anticipado, pero que igualmente sorprende a los más incrédulos. Es que muchos siguen abonando a la visión de que lo que dice un funcionario no es necesariamente cierto y entonces apuestan a que las promesas pueden incumplirse.

Al menos hasta ahora la dirección de lo oportunamente diseñado se fue verificando con bastante contundencia. La desaceleración de la inflación, el achicamiento del Estado, la licuadora y la motosierra y el foco en despejar lo financiero son parte del paisaje que no ha hecho más que confirmar que lo dicho se va plasmando en la realidad.

El dilema no pasa por si se acuerda con esa dinámica o se la rechaza de manera categórica, sino con la incontrastable evaluación de que todo lo explicitado va sucesivamente presentándose en base a lo previsto.

Con ese aprendizaje sería bastante razonable empezar a tomar nota de lo que se escucha en los discursos oficiales. Uno de los grandes cambios del presente parece ser que lo que se dice que se hará se hace y ese no debería ser un dato menor en el análisis de las acciones que los jugadores del sistema deben ejecutar frente a cada anuncio formal.

Las variables centrales de la economía van por un trayecto predecible. Los más escépticos miran de reojo ya que creen que este plan, más tarde o más temprano, implosionará trayendo consigo consecuencias dramáticas. Conviven en esos diagnósticos apreciaciones subjetivas pero atendibles, con otras abrumadoramente interesadas y sospechosamente apasionadas, de poca seriedad técnica.

Hoy pareciera ser que todo termina pasando por la micro, ya que la macro está tan encaminada como cuestionada por algunos, o al menos asumida como intocable. Eso ha llevado a que el debate económico ronde la cuestión más cotidiana y que toda la atención esté puesta en la bendita recuperación.

Lo interesante es que la discusión ahora comenzó a girar en torno a cuáles serían las mejores medidas que deberían impulsarse desde el gobierno para lograr un resurgimiento veloz que ayude a movilizar el consumo y la inversión.

Nadie podría objetar demasiado acerca de las bondades de esos efectos deseados que tantos esperan con enorme premura. Las metas soñadas son quizás las adecuadas pero el problema emerge cuando se plantean las herramientas fallidas que ya han demostrado su escasa efectividad a la hora de alcanzar sólidos resultados.

El crecimiento económico no es el producto de un conjunto de funcionarios bien intencionados o brillantes profesionales que proponen atajos inconsistentes, sino de reglas de juego bajo las cuales los protagonistas, es decir los empresarios y los consumidores, avanzan ocupando debidamente su rol.

Proteger industrias, inyectar artificialmente dinero, subsidiar tasas de interés con créditos blandos o cualquier otro artilugio de los tradicionales, lo único que consigue es enviar señales equivocadas.

El gobierno ya ha transparentado que esa no es su visión. Lo han dicho antes de arrancar y lo repiten a diario. Sin embargo, un grupo de insistentes personajes reclaman “intervención” en un gesto tan nostálgico como improcedente. Algunos de ellos están convencidos de que eso funciona. Y es que los efectos inmediatos pueden aparecer tal vez, pero nada de eso será duradero si se implementa a expensas de otros sectores.

La estrategia eterna de los influyentes que intentan sacar alguna tajada sigue intacta. Ellos hacen lo que saben y por eso “operan”, muchos en las sombras, para provocar acciones directas que los beneficien sin importar qué impacto perjudicial puede generar en el resto. Otros saben que eso no es lo correcto, pero de todos modos hacen su parte y miran para el costado como si estuvieran distraídos, o como si todo fuera como antes, como siempre.

La reactivación sucederá, si y sólo si, los actores económicos apuestan a este modelo. Algunos invertirán entendiendo que las oportunidades de todo este reacomodamiento están a la vista y que solo resta identificarlas y ponerse en marcha. Los más cobardes tropezarán hasta el cansancio.

La economía prospera cuando las condiciones son las adecuadas y esa es la tarea del gobierno. Bajar impuestos, disminuir regulaciones, eliminar la burocracia, esa es la labor que le corresponde a los funcionarios. Eso sí contribuye a que todo se encamine.

La alquimia de las “ayudas” es más de lo mismo, es lo conocido que ya ha fracasado. Los negocios que puedan adaptarse al nuevo escenario encontrarán su cauce, los que deban reconvertirse a rápida velocidad también, y otros, lamentablemente no podrán continuar como antes.

El sinceramiento económico es saludable, inclusive cuando invita a que ciertas actividades hagan profundas transformaciones a sus procesos. El reto es “aggiornarse” y dejar de buscar excusas esperando que la mano salvadora del Estado haga lo que los usuarios y el mercado ya no demandan. La micro arrancará cuando la gente así lo disponga.

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