Las encuestas previas a la elección del 27 de octubre asignaron por varios meses cifras más altas de lo habitual al número de indecisos constatado, que en algunos sondeos de opinión llegó a alcanzar el 15%.
Esas mismas empresas encuestadoras pronosticaban en aquel momento un nivel de adherentes superior al 50% para ambas propuestas plebiscitarias planteadas en simultáneo con la elección.
Finalmente, muchos de los catalogados como indecisos se decidió a votar y la elección nacional, terminó arrojando un esperable 5% de votos anulados o en blanco.
Ambas propuestas de reformas constitucionales fracasaron, ante el contundente rechazo de más de un 60% del electorado. Y aunque es indudable que algunos votantes que pensaban votar a favor de alguno de los plebiscitos cambiaron de idea a la hora de votar, fue el voto de un 10% de “indecisos decididos” lo que marcó la pauta del resultado.
Pero entonces cabe la pregunta: ¿Son los indecisos o quienes deciden votar en blanco o anular su voto personas inseguras que no tienen claras sus ideas o son en realidad quienes con más cuidado razonan y hacen valer su voto?
La pregunta viene al caso porque comienza ahora una nueva etapa electoral que culminará en el balotaje del próximo 24 de noviembre, instancia en la que habrá que optar por uno de los dos candidatos, cada uno de ellos representando a su propia coalición.
Aquí ya no entran en juego los plebiscitos ya superados. Dos opciones a elección, una de las cuales superará a la otra en el porcentaje, y decidirá quien es el elegido para presidir el país por los próximos cinco años.
Insistir en atender al planteo de quienes no alcanzaron ni el 40% de los votos en el plebiscito que buscaba la reforma de la Seguridad Social con eliminación de las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional (AFAP), podría resultar ahora poco oportuno.
Ese tema por el momento ya fue laudado y los indecisos – que ahora sabemos son bastante numerosos – ya demostraron tener claridad en sus ideas, a la hora de decidir.