Una crisis absolutamente anunciada

Se ha iniciado un capítulo inédito de la política nacional. Con un estilo completamente disruptivo desde las formas y también en lo que respecta al contenido, se asoma con potencia un estallido económico inusitado.

Argentina ha vivido a lo largo de su alborotada historia todo tipo de circunstancias. Han ocurrido catástrofes financieras que aun hoy están en la memoria de muchos y que fueron vividas con dolor y sufridas por millones de ciudadanos que las soportaron con estoicismo.

Todas ellas fueron evolucionando, cada una en su coyuntura, pero en un momento determinado detonaron repentinamente y se convirtieron así en una desgracia con consecuencias abrumadoramente devastadoras.

En la mayoría de los casos estas penosas vivencias vinieron acompañadas de una fragilidad política manifiesta y eclosionaron simultáneamente en todos los frentes. Cuando la economía cruje los gobiernos también y el fracaso en un campo se termina escalando en todas las dimensiones.

Los colapsos más recordados son los de la hiperinflación de fines de los años 80 y la tristemente famosa tragedia del 2001. Ambas fueron realmente terribles trayendo consigo pobreza e indigencia, desesperación e impotencia, desocupación y recesión.

Esos fenómenos económicos dejan siempre secuelas imborrables. Los malos recuerdos no desaparecen por arte de magia con el paso de las décadas. Superar aquella etapa tan desdichada fue traumática y sigue viva en la memoria colectiva las postales de aquel período.

A diferencia de otras veces pareciera que ahora la crisis aparecerá desplegando su brutal crueldad luego de ser debidamente anunciada por quienes tendrán la responsabilidad de conducir este engorroso proceso.

Es casi imposible acordarse de una situación siquiera parecida a la actual. Los desastres siempre aparecieron abruptamente. De hecho, sus autores materiales lo negaron hasta que fue imposible ocultarlo. La narrativa trató de esconder lo obvio pero la verdad se encargó de enterrar los relatos.

El año electoral fue completamente agobiante, repleto de comicios que complejizaron el panorama y le agregaron a los ya inaceptables padecimientos económicos otros ingredientes igualmente intolerables como la angustia social y una incertidumbre que se fue haciendo crónica.

Bajo ese contexto nace la primera crisis anunciada de la historia política argentina. En esta ocasión notificaron antes, la anticiparon con creces. La gente llega a este hito a sabiendas de que el porvenir puede ser muy duro. Un desafío con escollos a sortear que se presenta como un temible monstruo.

Lejos de la demagogia superficial el nobel Presidente anticipa que ya se visualiza una tormenta perfecta. Blanquea sin filtros la herencia recibida. Explicita en números la fotografía del presente. Sin atenuantes, sin piedad, sin medias tintas, sin pelos en la lengua, ni eufemismos poéticos.

Esto también es novedoso. No hay antecedentes parecidos. Nunca se ha dado que quien debe llevar adelante el timón del barco haya puesto la cara para dar las peores noticias. La política tradicional ha seguido el viejo manual que afirma que sólo se debe aparecer en público para dar alegrías. Se quebró esa tradición y arranca entonces otra dinámica bien distinta.

En los próximos días se presentarán en sociedad un sinfín de flamantes reglas de juego. El discurso presidencial ya puso en el tapete la gravedad del asunto y le dio marco a esa batería de determinaciones que emergerá a todo vapor, generando a su paso muchísima polémica.

Buena parte de la gente está lista para el cimbronazo. Al menos psicológicamente está preparada para pasarla mal. Pero una cosa es imaginarlo y otra es tener que surfear semejante transición.

La luz al final del túnel está incrustada en ese sofocante panorama, pero nadie cree que eso vaya a ocurrir a la brevedad. Muy por el contrario, los plazos que se pronostican no son acotados y nadie sabe muy bien cuál es el nivel de tolerancia que cada habitante tendrá con esta nueva escenografía.

Serán tiempos tumultuosos, de debate apasionado, de una discusión que tendrá instancias altisonantes y en los que la pasión política no faltará a la cita. La lucha de intereses corporativos también será protagonista.

A algunos sectores los nuevos paradigmas no los favorecen. Estaban cómodos con el esquema anterior y este replanteo pone todo patas para arriba, tirando por la borda lo conocido para establecer modalidades jamás ensayadas.

El futuro no ofrece certeza alguna. Está impregnado de horizontes difusos. Los más optimistas entienden que el sacrificio valdrá la pena. Que no hay manera de eludir el ajuste. Que esto irremediablemente debía pasar. Nada es gratis y la fiesta tiene un elevado costo que ahora hay que saldar.

Los más pesimistas piensan que no se podrá concretar nada de lo dicho, sobre todo teniendo en cuenta la debilidad en términos de gobernabilidad que se hace palpable en la conformación de un congreso atomizado, con internas partidarias y alianzas en plena reconfiguración.

Sería temerario afirmar que todo está encaminado. Sería muy ingenuo creer que con la retórica se arregla todo. Reconstruir la confianza es un reto gigantesco que se debe enfrentar pero que no ofrece garantía alguna y ante el primer tropiezo puede resquebrajarse.

Lo que no se podrá reprochar en esta oportunidad es que ahora se ha avisado. Se ha dicho que lo que ocurrirá es tremendo y que hay que prepararse para colisionar. Ese gesto es una muestra de que algo está cambiando en este mismo instante.

Pronto se sabrá si ese desenlace encaja con las expectativas. Se conocerá la magnitud del impacto y, si se hacen las cosas razonablemente bien, se podrá recorrer un nuevo sendero con vientos de esperanza y prosperidad.

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