Un liderazgo a la medida de la coyuntura

Las enormes dificultades que hoy se padecen y la complejidad del cuadro actual precisan para ser superadas no solo de propuestas adecuadas sino de una persona capaz de conformar eficientes equipos de trabajo y adicionalmente tener el valor para hacer lo imprescindible.

Siempre se afirma que quien tiene la tarea de conducir un proceso debe estar repleto de virtudes. Si bien eso parece una obviedad, no menos cierto es que cuando las circunstancias a administrar revisten niveles de sofisticación mayor ese menú de talentos es mucho más exigente.

Lo que está sucediendo en este momento es quizás la culminación de un devenir que se ha encargado de acumular por décadas problemas estructurales. Nadie sabe si se trata del peor instante de esta secuencia o si esta novela delirante tiene previsto capítulos aún más dramáticos.

Lo que sí parece evidente es que ante la proximidad de un acto electoral trascendente existe la chance de revertir esta patética dinámica si los ciudadanos finalmente aciertan en su diagnóstico y especialmente en la selección del espacio y los individuos que tendrán la gigantesca labor de encontrar un rumbo razonable.

Por ese motivo es muy importante comprender qué atributos debería tener el líder al que se le asigne la misión de diseñar primero e implementar después una hoja de ruta que permita salir finalmente de este eterno laberinto plagado de pésimos hábitos y deplorables actitudes.

Seguramente son muchas las cualidades deseables, pero como el ser humano perfecto no habita este planeta habrá que conformarse con una lista breve pero potente de características vitales para que el intento sea lo más exitoso que se pueda imaginar.

Lo que claramente no puede faltar es una férrea determinación. No hay margen para titubeos, inclusive en el error. Se podrá fallar, se equivocará la estrategia, pero un estilo dubitativo y sin convicción no funcionará ni siquiera con la mirada correcta.

Esta es una trágica emergencia ya que el cóctel de ingredientes que hoy actúan de manera concurrente es peligrosamente explosivo y no deja prácticamente espacio alguno para posturas demasiado timoratas.

Aquel sobre quien recaiga el apoyo popular tendrá no sólo que disponer de un plan de acción en mente, sino que deberá convocar a un gran equipo, en el que participarán no solo los más cercanos sino también ineludiblemente muchos especialistas de asuntos muy singulares que también deben abordarse y a los que habrá que sumar.

La sociedad intuitivamente entiende que se precisa de un “piloto de tormentas”, alguien capaz de tomar decisiones arriesgadas y transitar su camino hacia la meta sin vacilaciones.

Probablemente el dilema más difícil de resolver en este esquema es si habría que inclinarse por alguien con mucha experiencia, con horas de vuelo suficientes, acostumbrado a resolver en un ambiente de gran estrés o por el contrario, optar por alguien más fresco, que no esté condicionado por las tradiciones y que aplique recetas más disruptivas, no sólo desde lo conceptual sino también desde las formas de instrumentarlo.

La respuesta no es simple, ni tampoco lineal. Después de todo nadie extenderá un certificado de garantías para asegurar que un sendero será mejor que el otro. Aquí existe un riesgo y hay que asumirlo también con ese mismo coraje cívico que se le reclama a la política.

Tal vez sí sea un buen momento para descartar a los personajes tibios. La romántica noción de que con calma y templanza se puede avanzar es pertinente, pero en escenarios bien diferentes a los que esta crisis terminal plantea.

Ante un naufragio hay poco tiempo para el debate y la asamblea. La vertiginosa seguidilla de inconvenientes obliga a tomar rápidamente acción, para lo cual es clave razonar velozmente y con agudeza, tener los reflejos para actuar con premura y además el coraje para soportar los daños colaterales que cualquier opción trae consigo.

La gente ha tomado conciencia, en un elevado porcentaje, de la gravedad de este trance. Advierte que la salida no será fácil y que tampoco será inocua. Saben todos que el horizonte no está despejado y que atravesar este sombrío túnel no resultará sencillo.

Los ciudadanos entienden que hay que estar preparados para los múltiples cimbronazos de una magnitud bastante relevante. Que retomar el cauce es posible pero que existen costos asociados que habrá que inexorablemente pagar para alcanzar el sueño.

Algunos ingenuos siguen creyendo en la magia, en que todo se puede solucionar con un chasquido de dedos. Esos voluntaristas deberían repasar un poco de historia no solo de la propia sino de lo que ha ocurrido en el mundo. Las naciones que prosperaron lo hicieron con sacrificio y no con consignas vacías dilapidando recursos.

Pronto habrá que ir a las urnas. El panorama es aún muy confuso, pero más allá de las ofertas electorales y de las típicas consignas de la campaña proselitista cada votante debería reflexionar sobre la clase de liderazgo que se necesita para encarar esta desafiante coyuntura.

Esta ocasión de opinar activamente al respecto no se presenta a diario sino de tanto en tanto y es por eso esencial tomar la posta actuando en consecuencia con gran madurez y sin minimizar esta magnífica oportunidad.

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