A medida que transcurren los años y se logra cierta madurez se comprende la relevancia de dejar un legado. La tarea es ardua y no siempre se consigue el objetivo, pero buena parte del esmero se concentra, al menos, en intentarlo.
Cuando se toma plena consciencia de la finitud de la vida se analiza el presente de un modo muy diferente. Independientemente de las creencias religiosas individuales y de los matices que pueden encontrarse en ese esquema son muchos los que coquetean con la visión de prolongar su existencia de alguna manera.
La imposibilidad fáctica de posponer la muerte lleva a los seres humanos a pensar acerca de cómo permanecer en el recuerdo de todos. La inmensa mayoría de los mortales se enfocará en su círculo más cercano. Después de todo, lo que importa es que los afectos no se olviden de lo valioso, de lo aportado, de aquellas circunstancias positivas que casi cualquiera podría legar.
A pesar de esa lógica irrefutable algunos no se conforman con ese impacto probable en su entorno familiar y apuestan con mayor ambición a ser recordados por su comunidad, quizás inclusive por su nación y los más insaciables consideran que el mundo tampoco sería una meta imposible.
Se le atribuye al reconocido escritor argentino Jorge Luis Borges, aquella cita que dice que “todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes”. Tal vez allí está el nudo de la cuestión.
Salvo casos muy excepcionales de enorme jerarquía, todos están inexorablemente destinados a quedar invisibilizados cuando las décadas y los siglos hagan su trabajo. Más allá de la fina ironía del famoso exponente de la literatura sudamericana el trasfondo de esa reflexión es muy potente.
El delirio de muchos pasa por quedar definitivamente en la historia, quizás sin comprender que aun en el caso de ser relativamente exitosos en ese cometido, aquello sólo podrá durar un poco más, pero de ningún modo convertirá esa epopeya en eternidad.
La variable que puede hacer la diferencia entre los que pasarán sin pena ni gloria y aquellos otros que lograrán una supervivencia mayor en la memoria de otros es la presencia de un talento singular en algún menester.
Efectivamente los que han conseguido seguir vigentes en la mente de muchos aun después de concluir su presencia terrenal lo han logrado como consecuencia directa de haber desplegado sus particulares habilidades.
Eso es muy meritorio y es una prueba contundente de un triunfo categórico en términos de relevancia. No son muchos los que obtienen semejante premio póstumo y eso debería ser de gran orgullo para sus descendientes directos ya que incrementa la valía de su obra.
Lo difícil para muchos tal vez sea lidiar con la idea de un final absoluto, uno que vaya bastante más allá de la ineludible culminación de la vida en la tierra. Ser olvidado es una tragedia mayor para cierta gente. El fallecimiento es obviamente inevitable, pero esfumarse de los recuerdos de los demás suena muy triste.
Es muy saludable entender la importancia de vivir el presente con la intensidad adecuada, de proyectar el futuro con enorme entusiasmo, de intentar ser feliz en cada momento, a pesar de los circunstanciales dramas cotidianos que también son inapelables y forman parte de la realidad.
Hacer lo que se ama, disfrutar de la búsqueda de aquellas cuestiones que apasionan, de esos motores que movilizan profundamente son claves en este magnífico desafío que es vivir. Apuntar a esa meta es central para darle un rumbo superlativo a esta abreviada transición.
Asumir la irrelevancia propia en términos generales quita mucha presión, pero también pone las cosas en el lugar correcto. Más allá de los “egos” nadie está destinado a ser el ombligo del planeta para todos, salvo para sí mismo y eso es lo verdaderamente importante.
Desdramatizar es vital y hasta puede resultar terapéutico. Este recorrido maravilloso tiene un inicio, pero también un desenlace esperable. Probablemente no está escrito en su totalidad. Cada día se agrega un nuevo capítulo más a los ya conocidos en esta fascinante novela y el reto quizás consiste en deleitarse con el paisaje mientras el reloj marca su ritmo.
Trascender le dará cierto sentido a la labor. Tener un objetivo preciso en mente, ordena definitivamente la acción y hace mucho más eficiente el esfuerzo. No disponer de esa brújula que guía puede quitarle norte al trayecto y eso no ayuda demasiado.