La reforma imprescindible

Mucho se ha hablado y se habla por estos días acerca de la apatía y desinterés que muestra el electorado a pocas semanas de las elecciones nacionales.

Políticos de todos los partidos, pero muy especialmente de los dos que más posibilidades tienen de predominar en esta elección, no escatiman esfuerzos para encontrar una fórmula mágica que entusiasme a los diferentes sectores, atendiendo a condición social, edad, intereses personales, gustos, sentimientos, nostalgias, etc., etc.

Muchas de las propuestas de última hora apuntan a grupos específicos y carecen totalmente de sentido para el resto de la sociedad. Denotan una tendencia al populismo muy preocupante y cuando de casualidad se logran fundamentar los criterios que justifican la nueva promesa, o no están previstos los recursos o sencillamente se proyectan en base a más presión impositiva.

En medio de este permanente desfile electoral que bien podría compararse con un espectáculo carnavalesco, destacan figuras excepcionales que se diferencian por sus claras y racionales posturas políticas y opiniones, las cuales, al no resultar importantes para los estrategas electorales de sus respectivos partidos, terminan pasando casi desapercibidas.

Una muy reciente encuesta de la consultora Cifra, da cuenta de que el porcentaje de indecisos viene en aumento y se ubicaría actualmente en el 13% del electorado, cuando la diferencia entre las dos coaliciones con probabilidades de ganar la elección sigue siendo mínima y de resultado incierto.

La democracia se ha vuelto monótona y aburrida.

Son casi siempre los mismos nombres y estilos que se reiteran período tras período y es evidente que ese 13% que define la elección, se manifiesta disconforme con la oferta.

Sacando propuestas disparatadas y en extremo populistas como el plebiscito de la seguridad social propuesto por el Pit-Cnt, el Partido Comunista y el Partido Socialista, nada unifica criterios ni promueve debates removedores.

Los votantes tienen que elegir a partir de listas sábana, conteniendo candidatos a presidente, senadores y diputados a cuya mayoría ni siquiera conocen o tal vez directamente rechazan. Si tienen simpatía y confían en un político determinado porque por algún motivo entienden que conocen sus ideas e intenciones, para poder elegirlo tienen que votar a otros que simplemente detestan.

Dado que cada voto proviene de un individuo y no de parte de un rebaño al que se puede arrear con el poncho, esa realidad vuelve tosca y forzada la elección y deteriora período tras período la confianza en el sistema y el entusiasmo democrático.

Una reforma que permita la elección en forma autónoma de candidato a presidente, a senador y a diputado elegido cada uno por el elector, sin importar partido o posición en la lista para el caso de los legisladores, daría libertad real a los votantes, que además serían vigilantes permanentes y jueces implacables del accionar de sus elegidos.

Una reforma que, por otra parte, ya se practica exitosamente en países democráticos como Chile o Estados Unidos, permitiendo que el sistema logre los contrapesos necesarios para su funcionamiento, haciendo al ciudadano realmente libre para elegir y al político elegido un auténtico representante.

Una reforma electoral imprescindible, que devolvería el entusiasmo a los electores y revitalizaría un sistema democrático desgastado, que pide a gritos su renovación.

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