Argentina ya cambió

Lo electoral sigue siendo un misterio después de unas primarias que dejaron más dudas que certezas. Aún está todo por verse, pero quizás se derrumbaron algunos mitos, cayeron en desgracia ciertas creencias muy arraigadas y se avecina por lo tanto un tiempo bastante diferente.

Este tumultuoso año de comicios todavía no ha terminado. Queda una escala más, o tal vez otra adicional para despejar incógnitas en un escenario que se presenta abierto y que permite conjeturas cuyo sustento es opinable, teniendo en cuenta lo inesperado del desenlace anterior.

En ese contexto de indefiniciones el país sigue navegando en aguas turbias, lidiando con sus problemas estructurales y atravesando una incómoda transición plagada de sobresaltos que invitan a hacer “apuestas” cotidianas sobre lo que puede ocurrir en el porvenir, con lo político y lo económico.

No se trata de un mero ejercicio lúdico, sino de la supervivencia vital. Imaginar cuál será la inflación futura, las devaluaciones que se asoman o las nuevas reglas de juego que traerá consigo el siguiente mandato es casi una lotería y requiere de elucubraciones de todo orden para avanzar.

Los actores del sistema no tienen otra salida. Deben tomar decisiones a diario para manejar sus empresas y finanzas, tienen que tomar un rumbo y bajo ese panorama seleccionar las mejores opciones disponibles, en función solamente su lectura de la realidad y las expectativas que visualizan.

Mucho se podría decir respecto de cómo eventualmente se reacomodará el confuso mapa electoral en los turnos que aún quedan pendientes. Sería temerario arrojar pronósticos, aunque la tentación es enorme en esa dinámica que busca amparo en esta coyuntura de tanta volatilidad.

Más allá de esa turbulencia percibida puede ser un buen instante para reflexionar sobre lo que queda en el camino, lo que ya no volverá, lo que efectivamente se modificará inexorablemente en los próximos meses.

Es que a pesar de las ambigüedades y vacilaciones de este extraño momento lo que ocurrió es una bisagra que amerita ser analizada. Ninguna de esas reflexiones será concluyente, pero están explicitando que algo inusitado aconteció y que eso probablemente establece una línea divisoria entre el ayer y el mañana.

El resultado electoral es virtualmente impredecible. Todavía quedan varias semanas por delante para la elección general, esa que aportará una mayor participación, que no sólo develará interrogantes de cara a la designación del nuevo primer mandatario, sino que fundamentalmente servirá para configurar otro formato del Congreso Nacional.

Independientemente de la chance de que se deba inclusive recurrir al mecanismo de la segunda vuelta para dilucidar recién entonces el nombre del próximo presidente, se dirimirá además en octubre la conformación de ambas cámaras legislativas.

Es que, en diciembre, sin importar quien sea electo, la mitad de los diputados completarán su ciclo y asumirán otros, como también sucederá lo propio con un tercio del Senado. Ese acontecimiento aislado marca un antes y un después. Por mucho que varíen las preferencias, se perfila un parlamento con tres fuerzas relevantes, que se necesitarán unas a otras para construir acuerdos y encaminar las reformas de fondo que urgen.

De hecho, no sería nada disparatado pensar que una vez que tome posesión del cargo el nuevo titular del Poder Ejecutivo deberá convocar a extraordinarias ya que precisará de instrumentos normativos para gobernar y eso obligará a no esperar hasta marzo, mes en el que empiezan constitucionalmente las sesiones ordinarias.

Por otro lado, una vez superados los rituales democráticos se inicia una discusión distinta, enfocada en plantear soluciones con otro horizonte, abandonando el cortoplacismo que inundó el final de esta funesta travesía del 2023.

El elegido contará con apoyo popular, ese que emerge de la voz de las urnas. Dispondrá de una mayoría significativa e inclusive si fuera preciso el ballotage tendrá a su favor una calificada cantidad de ciudadanos respaldando su designación.

Ese auspicioso período en sus comienzos siempre otorga crédito y una “luna de miel” que describen los especialistas, como esa etapa en la que se toleran ciertos errores menores y se tiene algo de paciencia. Claro que ese lapso no es eterno y que la sociedad tiene angustias inmediatas. Por ese mismo motivo, el nuevo ciclo tendrá que operar con celeridad y poner arriba de la mesa su plan de acción rápidamente.

La agenda de temas será otra. Hoy se dialoga sobre temas que hace meses eran impensados. La reforma del Estado es un hecho y eso tampoco depende de quien triunfe. Es un reclamo cívico que se escucha a gritos. La racionalidad en el gasto público no es una cuestión ideológica a estas alturas. El despilfarro actual es obsceno y negarlo parece de necios.

La política tradicional deberá reconvertirse si no quiere ceder espacios. Está cuestionada y el hartazgo es demoledor ya que no está dispuesto a escuchar excusas que justifiquen los inocultables fracasos recientes.

Las primarias no pasaron en vano. Dejan atrás una forma de hacer política, pusieron en duda el poder de las corporaciones, los “aparatos” fueron vencidos por la voluntad de la gente que se manifestó haciendo temblar las bases de todo lo conocido.

Un personaje irrumpió y sorprendió. Podrá ganar o perder. Los anticuerpos del sistema están haciendo su tarea para evitar la eliminación de sus privilegios. Habrá que ver si alcanza. En cualquier caso, la historia ya ha mutado. Esta Nación tendrá un nuevo Congreso y de la mano de esa herramienta republicana, debatirá lo hasta ahora indiscutible. Argentina ya cambió.

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