El debate se ha convertido en una caricatura

El formato televisivo y una ridícula impronta han deteriorado una herramienta cívica que podría ayudar a muchos a decidir atinadamente en circunstancias tan dramáticas como las que ahora se viven.

Criticar a la política se ha vuelto moneda corriente y podría hablarse en este caso también de las incumbencias de la dirigencia en cuanto a la dinámica seleccionada para establecer los tradicionales debates presidenciales.

Tal vez haya que hacer justicia y decir que en esta ocasión no sólo la partidocracia aporta su habitual mediocridad, sino que adicionalmente ha hecho lo propio la comunidad a través de sus diferentes instituciones.

Transformar un instrumento de enorme utilidad en un espectáculo de dudosa calidad no sólo es un grosero error, sino que además es una canallada. No se debería tratar de un mero entretenimiento. Para eso hay mejores alternativas y especialidades que pueden proveer algo superador.

En el deporte, en el arte y hasta en las ciencias se pueden encontrar variantes que combinen la destreza natural de los protagonistas con el interés genuino de los espectadores que observan ese esquema con un entusiasmo admirable.

Esto tendría que ser algo bastante más trascendente, quizás una oportunidad casi única para que los candidatos se explayen acerca de sus propuestas e ideas, de su visión y opinión ante cada asunto de relevancia.

No tiene mucha importancia si ese intercambio de miradas es popular o no consigue adhesión alguna, si tiene un rating gigantesco o sólo una minoría se ve seducida por la chance de escuchar a los aspirantes.

El debate sirve para que esas personas que asumen que están preparados para gobernar lo demuestren, poniendo a disposición sus conocimientos y madurez, presentando equipos y programas integrales.

Eso no se logra en dos miserables minutos asignados para explicar cada temática, y mucho menos apelando a preguntas forzadas que invitan más a la confrontación retórica que a la verdadera construcción de acuerdos.

Se supone que todos esperan que sus líderes tengan en mente cómo van a resolver sus problemas más urgentes, y por lo tanto la expectativa está puesta en conocer en detalle esa hoja de ruta, en saber la manera que utilizarán para concretar lo que afirman con palabras fluidas pero que implica ejecutar con gran habilidad si es que anhelan ser efectivos.

Lo que quiere entender cada votante no es como seguirán discutiendo eternamente entre sí los políticos, sino muy por el contrario de qué modo avanzarán en los consensos imprescindibles que posibiliten la implementación de políticas públicas de largo plazo.

Esta mecánica nefasta que por décadas ha fomentado giros bruscos que van de un extremo a otro, o esta maldita costumbre de arrancar de cero cada vez que una alianza gana una elección en una suerte de falsa refundación no es el camino sensato para ser una gran nación.

Este “circo romano” que hoy ofrece la política contemporánea no sólo termina siendo una burla para la sociedad, sino que constituye una muestra de la vulgaridad de una clase de siniestros personajes que no están a la altura de las demandas.

Un gesto adecuado sería intentar no caer en la trampa que proponen los superficiales integrantes de las corporaciones. Someterse a esta farsa sin plantarse con una posición digna, es ser funcional a la inercia que promueven los de siempre.

Ellos lo hacen porque creen que nadie tiene nada para ofrecer y por eso prefieren seguir de la misma manera, apostando sólo al show, capitalizando lo que sucede como si se tratara de un típico “reality” moderno.

El país necesita enfrentar de una vez por todas sus más profundos dilemas. Seguir jugando con esto no sólo es mofarse de las actuales y a las próximas generaciones legándoles un futuro espantoso, sino también un acto de completa irresponsabilidad propia de un conjunto de desquiciados.

Más allá de lo que diga la ley es hora de revisar este hito que debería ser una magnífica situación para que los que dicen estar en condiciones de gobernar lo exhiban con solvencia. Para puestos de mucho menor impacto se somete a los postulantes a un exhaustivo examen para el cual deben estudiar y esmerarse para ser eventualmente aprobados.

Vaya a saber por obra de cuál extraño mecanismo mágico parece que para semejante labor alcanza con balbucear algunos discursos, hacer spots de campaña, recorrer el territorio y conseguir sponsors que financien esa aventura.

Nunca se logrará lo soñado si no se trabaja correctamente como sociedad civil. Los ciudadanos deben exigir como corresponde y levantar la vara. Si todos se conforman con poco jamás se conseguirá salir de este patético laberinto.

No solamente la política debe madurar. Ellos tienen la obligación moral de hacerlo, pero si la gente no asume que parte de la tarea debe encarar para que eso finalmente suceda, lamentablemente ese círculo vicioso que se recorre hace años seguirá vigente sin solución a la vista.

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