La ortodoxia dirá que el “riesgo país” es un índice económico que mide el riesgo que representa un país para los inversores. Más concretamente lo que pretende registrar es la diferencia en el interés que paga una nación por su deuda, algo así como una “sobretasa”, en comparación al que eroga por sus bonos la Reserva Federal de los Estados Unidos.
La relevancia tiene que ver con que esos instrumentos son considerados un punto de referencia por representar un menor peligro relativo. Entre los parámetros que influyen en su desenlace los especialistas siempre destacan las turbulencias políticas circunstanciales y otras aristas económicas trascendentes como la deuda y la situación fiscal.
Suele ser un termómetro para evaluar la coyuntura de un momento determinado y, en buena medida, los actores más significativos siguen atentamente su evolución para tomar decisiones en relación con sus inversiones de corto, mediano y largo plazo.
Para Argentina siempre esta fue una de las brújulas a considerar para proyectar el futuro. Cuanto más alto el valor, más complicada es la situación, aunque las oscilaciones están presentes y aparecen irremediablemente como un fantasma que amenaza todo el tiempo con interrumpir instantes de cierta estabilidad.
Hoy se asoma como un dato que muestra con contundencia los logros de la gestión gubernamental. De hecho, es exhibida como una variable que convalida el rumbo de las medidas y corrobora ese fervor que tanto la sociedad local como el mundo de los negocios sigue con enorme intriga y atención.
Tal vez, con una cuota de osadía intelectual, se podrían aventurar otras conclusiones, siempre asumiendo que este tipo de “señales” están sujetas a subjetividades y también a vulnerabilidades que no sólo dependen de lo que pasa en lo estrictamente doméstico, sino también en el marco del contexto internacional, muchas veces tan frágil como volátil.
El temor con Argentina no solo emerge tomando en cuenta lo que sucede en la actualidad ni siquiera tiene que ver únicamente con lo que se decide en el ahora. Obviamente que eso pesa y mucho, pero no se pueden considerar esas cuestiones de un modo aislado.
Una visión más abierta debería incluir otros aspectos que muchos minimizan o al menos no los agregan con potencia a la hora de analizar el panorama de un modo cabal. Cuando la historia es comprendida acabadamente y esa perspectiva se incorpora a los pronósticos todos recuerdan que los ciclos han operado de una manera secuencial y casi inevitable.
Por eso, en los peores episodios y también en los picos de euforia, todos tienden a recordar que “ya pasará”. Pareciera que muchos analistas tienden a creer que inexorablemente esto se comporta como un círculo vicioso y que cualquiera sea la foto del presente, el siguiente giro irá en la dirección opuesta volviendo casi seguro al punto de partida.
Bajo esa lógica nunca será posible salir adelante y entonces gana la resignación, la escasa confianza, y una suerte de determinismo histórico, bastante irracional y repleto de pesimismo, que sostiene que todo lo conseguido hasta aquí es tan líquido como insustancial.
Sin embargo, a pesar de esta inercia repetitiva, algo parece estar cambiando. Algunos dirán que es mero optimismo sin asidero, pero otros se detendrán a valorar una hipótesis naciente que todavía no tiene evidencia empírica suficiente pero que no debe, por ello, ser descartada de plano tan ligeramente.
La descripción del país pendular, que anda de lado a lado, sin sustentabilidad en sus políticas públicas parece estar en condiciones de darle un corte a esa dinámica. No es que las actuales directrices vayan a ser definitivas pero tal vez se esté abriendo la puerta a un esquema que encuentre un cauce con matices, pero con un norte más claro y predecible.
El riesgo país está disminuyendo y aunque sigue siendo muy elevado, está bastante lejos de su punto máximo conocido y también distante de sus valores de fines del año pasado. Algunos prefieren creer que es solo un veranito, algo pasajero, amparado en algunas cifras del presente.
Habría que darle crédito a la chance de que esta tendencia se esté consolidando no solamente por la marcha de la macroeconomía, la normalización de ciertos estándares y el trayecto hacia la sensatez en el manejo de las finanzas, sino fundamentalmente por el alejamiento de la posibilidad de volver a las políticas populistas irresponsables del pasado.
La sociedad sigue mayoritariamente convencida de que este plan puede explicitar resultados positivos, pero mucho más aún se muestra firme sobre la posibilidad de nunca más recurrir a los políticos que fueron los culpables de tantos desmadres.
Esa resistencia de la comunidad en general para volver sobre sus pasos, esa postura basada en no retroceder quizás explique mejor porque este indicador está recorriendo este descendente proceso que entusiasma a muchos observadores. Tal vez sea solo una conjetura, pero habría que darle el beneficio de la duda a este augurio. El tiempo dirá.