El régimen se acabó

Como si de un cronograma cuidadosamente establecido se tratara, esta semana el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela (TSJ) validó lo anunciado por el Consejo Nacional Electoral (CNE) el 28 de julio y proclamó presidente a Nicolás Maduro. Un capítulo más de esta insólita serie electoral payasesca, teatral, dantesca.

Pretendiendo ignorar la tragedia sobre la cual se solventa, la parodia venezolana aspira a burlarse del mundo democrático en el cual se encuentra insertado su territorio.

Una derrota electoral aplastante, confirmada por la abrumadora mayoría de sus ciudadanos habilitados para votar – habida cuenta de que de los ocho millones en el exilio solo se les ha permitido hacerlo a algunas decenas de miles – ha convertido al autoritarismo de Nicolás Maduro y sus secuaces aduladores en un triste hazmerreír del mundo occidental más allá del mínimo grupito de cómplices que aspira a ser como ellos.

Mario Moreno, conocido como Cantinflas, poseía una inolvidable habilidad para burlarse de los engreídos y poderosos políticos de su país natal. Pero ni siquiera él habría sido capaz de imaginar tal nivel de estupidez y desparpajo al cual poder imitar.

La mentira descarada y el terrorismo de Estado practicados desde hace años fueron anunciados – ahora a los gritos – por el dictador. Acto seguido, sus esbirros   desataron violenta e inescrupulosamente una cruel represión a la vista de todos. Esa dictadura oprobiosa con la que convive el pueblo de Venezuela se ha vuelto la encarnación de un cinismo despótico sin precedentes en Sudamérica.

El pasado 28 de julio, día de la elección en aquel país, publicamos una columna titulada La esperanza venezolana, en la cual ya señalábamos que los resultados de las encuestas más confiables mostraban claramente las tendencias de la voluntad ciudadana. Anunciábamos que, de ser las elecciones libres y democráticas, el candidato oficialista perdería de manera aplastante.

También veíamos con preocupación la constante complicidad de algunos países y la degradante indiferencia de otros, que ya han permitido que ocho millones de venezolanos vivan repartidos por el mundo expulsados por la tiranía. Llegaba a ser indignante su indiferencia mientras el dictador cocinaba sin disimulo alguno el resultado de una nueva elección, para perpetuarse en el poder, proscribiendo, persiguiendo y deteniendo candidatos, haciendo casi imposible la campaña electoral de sus opositores.

Recordábamos que lo mismo ocurrió cuando fue reelecto en 2018 y que aún a conciencia plena de aquella nefasta experiencia, continuaban repitiéndose previo a la elección los mismos o peores abusos de poder y operaciones antidemocráticas practicadas anteriormente.

Pero señalábamos también que esta vez existía una diferencia:

“El régimen se agotó y su final parece estar a la vista”.

Nuestra impresión ante la evidente evolución de los hechos era de que sólo el temor a una victoria pírrica fraguada tramposamente – lo que en efecto terminó ocurriendo- acabara impidiéndole negociar su salida y las de sus secuaces del poder, con cierta calma.

La oposición no solo arrasó en la elección, sino que, en una estrategia nunca imaginada por el régimen, logró demostrarlo al mundo con total solvencia, publicando las actas oficiales probatorias.

En Latinoamérica, la salida final de los dictadores caídos en desgracia y la de sus cómplices, solía ser negociable y les permitía continuar en otras latitudes sus vidas, disfrutando de las fortunas amasadas por varias generaciones.

Maduro parece querer mantenerse a contrapelo de esa tradición en un mundo cada vez más convulsionado, en el que la información trasciende y sus payasadas lejos de ser graciosas, se transforman en burlescas y patéticas.

Latinoamérica no se merece terminar con un territorio tan clave como el que ocupa Venezuela, envuelto en una tragedia como la que aún mantiene en África la Libia post Gadafi.

Todavía parecen mantenerse algunos puentes tendidos para que los dictadores, siguiendo la lógica tradición regional, abandonen el poder y permitan el renacer natural de una Venezuela libre que ya los derrotó en las urnas.

Tal vez sea esta la hora de terminar con la parodia y hacerse cargo de la realidad; su última oportunidad.

Después podría ser demasiado tarde para intentarlo.

Y las consecuencias, impredecibles.

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