No
solamente porque en la jornada mundialista del viernes, la selección de Brasil
haya quedado eliminada sorpresivamente por penales, ni porque la selección de
Argentina haya clasificado para semifinales en un partido vibrante y por la
misma vía.
En
particular se dieron dos situaciones que marcan la agenda de las noticias
internacionales y generan opiniones divididas.
La primera
situación fue la condena a 6 años de prisión y la inhabilitación de por vida a
ocupar cargos públicos a Cristina Fernández, en un fallo histórico porque nunca
un vicepresidente en ejercicio había sido condenado por corrupción en el país
vecino.
La propia
Fernández luego del veredicto expresó que “son un estado paralelo, es la mafia
judicial”, un mensaje que está en línea con lo expresado por Evo Morales, quien
renunció a su cargo en 2019 por fraude electoral cuando buscaba ser reelecto,
cuando expresó que Cristina Fernández “enfrenta un
juicio político armado por la derecha con la complicidad de algunos operadores
corruptos de la justicia”.
No es extraño pensar que entre políticos
que están en sintonía ideológica se apoyen, lo más llamativo es cuando las
personas de a pie empiezan a defender a un político, en detrimento, nada más ni
nada menos, que la justicia.
Porque la situación es bien fácil, los
ciudadanos de a pie, sabemos del político lo que él quiere que sepamos, ni lo
conocemos, ni nos conoce. Seamos inteligentes, si las personas nos dejamos
manipular porque el político diga que la justicia está manipulada en su contra
y creemos la aseveración sin tener absolutamente ningún elemento objetivo para
confirmarlo, entonces nos estamos engañando a nosotros mismos.
Parece tan fácil de entender, de ver como
los políticos, y de todos los partidos, fallan continuamente durante décadas en
Latinoamérica con la excusa de que siempre la culpa es del opositor, del
anterior, del extranjero, que si sumamos todas las excusas y los períodos,
pasaron décadas sin que nada mejore sustancialmente como para catapultar a un
país a las décadas siguientes. Sin embargo, seguimos cayendo en la misma
trampa, una y otra vez.
La segunda situación a destacar fue el
autogolpe de estado que ejecutó el presidente de Perú, Pedro Castillo, sobre
quien pesan acusaciones de corrupción que lo involucran a él directamente y a
su familia. Mientras en el Congreso se discutía la moción de vacancia contra
Castillo, éste último anunció la disolución temporal del Congreso y la
instauración de un gobierno regulado por medio de decretos ley. Se suscitan
varias dimisiones de ministros , el Congreso convoca a un plenario y destituyen
al Presidente por 101 votos a favor de la citada vacancia. Asume como
presidenta Dina Boluarte y Castillo es detenido por el presunto delito de
rebelión.
¿Cuál es la similitud entre el caso de
Castillo y Fernández? El no comprender que las instituciones están por encima
de ellos, en el caso de Fernández, la justicia está para el cumplimiento de la
Ley, y si cometió algún delito, hay que someterse a la justicia. En el caso de
Castillo, el Congreso forma parte del Poder Legislativo, y si el poder
Legislativo, elegido por los peruanos, tiene la potestad de cesar en funciones
al presidente, y es votado y con razones fundadas, no hay muchas opciones que
pueda tener Castillo. No puede ser que, como la Justicia o el Congreso, no me
favorece, entonces no sirven. Esto no es un partido de fútbol en el campito que
cuando el dueño de la pelota se enoja se la lleva y se termina el partido, es
mucho mas.
El mismo concepto de superioridad ante
las instituciones pasó en Bolivia con Evo Morales, pasó en Brasil con Lula Da
Silva (otro caso de supuesto “lawfare”), pasa en Venezuela con Maduro y con la
era castrista en Cuba. Todos con algún fin quieren estar por arriba del
sistema, sea para perpetuarse en el poder, para evitar condenas, para
beneficiarse económicamente.
Si el sistema político una y otra vez
repite una y otra vez la receta, es porque se lo permitimos