La magnitud, oportunidad y duración de la tempestad

El descalabro es enorme y la campaña política lejos de ayudar a calmar las aguas se ha convertido en un acelerador del proceso de deterioro, que complica el mediano plazo aumentando la peligrosidad del punto de inflexión.

Hace bastante tiempo que los ciudadanos intuyen que todos los caminos conducen a un escenario muy difícil. De hecho, buena parte de los últimos meses se ha debatido bastante acerca de si el actual gobierno tendría la chance de llegar a cumplir la totalidad de su mandato.

Esa discusión no fue retórica, sino que tenía que ver con la percepción de estar al borde del abismo y la sensación de fragilidad general que aparecía como una amenaza latente que le agregaba a la ya angustiante situación económica un condimento político que agrava el cuadro inicial.

A estas alturas y estando tan cerca los comicios que podrían definir el futuro, ese horizonte que plantea una eventual crisis institucional se despejará, pero en forma concurrente la economía cruje y hace pensar que se asoma una tormenta de grandes dimensiones.

Los mas optimistas dicen que no será tan brava como muchos imaginan. Buscar comparaciones en el pasado, intentar referenciarse en los episodios hiperinflacionarios o bien tratar de identificar similitudes con el fin de la convertibilidad a principios de siglo es un juego intelectual de escasa relevancia y cuestionable seriedad.

Se entiende la ansiedad por conocer más sobre lo que viene, y en esa dinámica tratar de usar parámetros conocidos es casi ineludible. Tiene que ver con la necesidad de visualizar el tamaño de lo que se avecina para desde ahí apalancarse en las herramientas ya aprendidas para surfear el porvenir.

Por eso es interesante dar el debate adecuado, ya que una vez que se supere el dilema electoral y el desenlace disipe todas las elucubraciones que hoy abundan, habrá que abrocharse los cinturones para enfrentar esa transición que tanto asusta a una sociedad acostumbrada a las turbulencias pero que vive este tipo de coyunturas con genuina preocupación.

Todos asumen que algo trascendente ocurrirá. El sentido común, la experiencia de los fracasos seriales y los pronósticos de la inmensa mayoría de los expertos lo anticipan con total contundencia. No existen dudas al respecto. Lo peor de esta etapa se aproxima a gran velocidad.

A pesar de esta certeza lo que no se sabe es cuando sucederá, cuál será la magnitud de ese cimbronazo y en qué momento culminará esta tempestad tan temida para dar paso a una nueva era de optimismo y esperanza.

Claro que todos esos interrogantes no tienen respuestas simples ni tampoco nadie puede asegurar precisiones al respecto. Lo importante en todo caso es comprender que se trata de un fenómeno ineludible que habrá que atravesar con altura, templanza y con el espíritu positivo de que tarde o temprano finalizará habilitando una instancia diferente.

Se podría teorizar acerca de cómo ha sido en el pasado o como han superado las naciones circunstancias similares, pero sólo serían conjeturas aisladas porque nunca se dan las mismas condiciones y por lo tanto pretender adivinar suena muy temerario.

Ante tanta incertidumbre lo razonable es aceptar que habrá que convivir con este tembladeral, para lo cual es vital estar psicológicamente preparado para esa fase. Algunos llegan mejor a este desafío. Otros sectores están muy golpeados y seguramente sufrirán mucho más las consecuencias esperables.

Habrá que ver como se modera, al menos parcialmente, ese potente impacto o que mecanismos económicos, sociales, políticos e institucionales se contemplan para sobrepasar ese ciclo inevitable.

La sociedad civil y no sólo los gobiernos tendrán una enorme responsabilidad para funcionar como muralla de contención, para proponer esquemas paliativos que amortigüen en parte lo que no se podrá eludir.

Mientras tanto la dirigencia tendrá que asumir su rol de apurar el tranco para que se vea la luz al final del túnel cuanto antes. Eso implica que por drástico que sea el trance es clave hacer lo correcto de una vez para que la salida se avizore y el humor social le abra la puerta al progreso.

La paciencia de la gente será esencial y es uno de los grandes miedos a superar. Si la comunidad es capaz de ponerle el cuerpo a lo que hay que hacer existe la posibilidad de dar vuelta la página y empezar a soñar con un país mejor.

Si, por el contrario, la cobardía le gana a la ética, todo habrá sido en vano y será imposible evitar que se siga girando en círculos por décadas. Lo que se viene es realmente difícil, pero también es una ocasión gigantesca de encontrar el rumbo que tanto se ha anhelado.

Hay que prepararse para un recorrido repleto de escollos y vacilaciones, para un trayecto en el que aparecerán el titubeo y la resignación. El resultado final depende de cómo se administren estas emociones.

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