La política empieza a cuestionar sus propios paradigmas

Con el diario del lunes es posible finalmente adentrarse en una lectura ya más afinada respecto de ese intrincado proceso que culminó, luego de una angustiante secuencia, con una segunda vuelta y un desenlace inapelable.

Seguramente, como sucede habitualmente, encontrar explicaciones a lo que ocurre no es una tarea lineal ni simple. Afirmar esto sería desconocer el devenir histórico y minimizar la concurrencia de múltiples factores que conviven para arribar a una coyuntura determinada.

Asumiendo que esa complejidad puede ser inabordable quizás valga la pena detenerse en algunos aspectos específicos que aparecen como novedosos en medio de esta desorientación generalizada que ha dejado perplejos a los más experimentados.

Ganó un “outsider”, un jugador fuera del sistema. Casi nadie lo vio venir, ni en la primaria ni en ninguna otra instancia de este frenético derrotero. Fue una sorpresa sobre todo para quienes lo subestimaron en todo momento.

Claro que ese menosprecio no parecía un verdadero despropósito, sino que fue evaluado con aquellos parámetros que estaban completamente vigentes en esa circunstancia y que eran los que la cultura política indicaba.

Esas consignas tradicionales han quedado obsoletas y entonces comienza a configurarse de esa manera un nuevo esquema inusual, con otras aristas menos esperables, con una lógica disruptiva difícil de descifrar.

Decían que no podía triunfar porque no tenía experiencia en semejante función. Entendían que tampoco podía exhibir grandes dotes de liderazgo ya que jamás había conducido grandes equipos de trabajo. A la luz de los acontecimientos eso no tuvo ninguna relevancia.

Muchos creían que no tenía chances de alcanzar una victoria ya que su partido lucía joven, débil e inclusive improvisado. Los clásicos armados tenían una ventaja que provenía del conjunto de vicios y trampas que estaban acostumbrados a desplegar para alcanzar el poder. Tampoco importó eso a la hora de contar los votos.

Las tan sobrevaloradas “estructuras” territoriales y partidarias no pudieron torcerle el brazo a ese aluvión repleto de gestos genuinos, profundas convicciones y ninguna “profesionalidad” para la visión inercial de los observadores familiarizados con otros códigos.

Es una era de plena ebullición o al menos buena parte de lo aceptado hasta aquí está en revisión. Se podrían objetar casi todos los conocimientos sobre cómo funciona la política. Lo que antes era incorrecto ahora parece lo pertinente. Lo que en el pasado era lo adecuado, ya no sirve y hasta es contraproducente.

Desde esa perspectiva tal vez convenga barajar y dar de nuevo. No dar por sentado nada. Se está transitando una era de mutaciones, en la que mucho de lo que era apropiado ha dejado de serlo, y lo que estaba mal visto ahora parece ser no sólo tolerado, sino que además aplaudido.

Aquellos que no tomen nota de esas transformaciones no solo no podrán adaptarse activamente a los nuevos escenarios, sino que además tampoco estarán en condiciones de interpretar cada una de las decisiones que se avecinan a gran velocidad.

Es demasiado evidente que la resistencia al cambio está operando en su máximo nivel. Todos los que decían que era imposible que este resultado se diera hoy tienen que admitir que se equivocaron, pero más allá de reconocerlo deberían prepararse para mirar los hechos con otro prisma porque el que usaron hasta aquí no les sirvió para visualizar este presente.

Para entender lo que viene es imprescindible despojarse de los criterios que ya caducaron. Eso no significa que no puedan volver, o que algunos de ellos no sigan siendo parte de la realidad, pero es vital asumir que nada está dado definitivamente y que tampoco se debe plantear livianamente que todo continuará igual sólo porque siempre fue de ese modo.

En muy pocas semanas aparecerá una andanada de novedades. Los anuncios estarán a la orden del día y eso será moneda corriente durante varios meses. Habrá tensión y enojo, pero también entusiasmo y esperanza.

En ese contexto la mayoría de los analistas intentarán decodificar cada medida para traducirla a la comunidad. Deberán de tener mucho cuidado y hacer el máximo esfuerzo para hablar el mismo idioma que la gente.

Las pautas serán diferentes, los enfoques quizás algo inéditos y hasta las temáticas no encajarán en la agenda convencional. Son tiempos de fragilidad, pero también de mucha volatilidad.  

No sólo las formas están llamadas a romper el molde, sino que también esa mecánica impactará en el fondo de cada engranaje trascendente. Habrá que ser lo suficientemente flexible para traducir rápidamente las nuevas modalidades en clave contemporánea.

Lo que ha pasado no es una moda, ni un vendaval. Atribuir este fenómeno reciente a las extraordinarias singularidades de esta particular ocasión implica correr el riesgo de equivocarse otra vez en el diagnóstico.

Esta es otra etapa, distinta, bastante peculiar. Hay que cultivarse mucho aun para asimilar lo que se está atravesando. Las reglas son cada vez más “líquidas” y se han convertido en un torbellino cuya durabilidad es efímera.

La inteligencia estará en tener una humildad a prueba de “gurúes”, tomar una postura prudente dispuesta al aprendizaje permanente, a la observación atinada y a absorber con docilidad esto que la sociedad ha manifestado con una contundencia inusitada.

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