Prepararse para lo que viene

La mayoría se inclina por esperar, tomar una pausa, no avanzar en ninguna dirección apostando a una prudencia opinable. Hay tal vez más temor que audacia, más desorientación que visión y eso puede ser aún mucho más peligroso que las mismísimas situaciones actuales.

A medida que las semanas se suceden y el calendario hace su labor una imaginaria línea de llegada se aproxima. Lo electoral atraviesa la agenda y le pone suspenso casi cinematográfico a una perversa película de la que todos son involuntarios protagonistas.

Las decisiones familiares, empresariales e institucionales parecen invitadas a una suerte de inmovilidad crónica. Es que el pensamiento dominante propone tomarse esta circunstancia con mucha cautela, evitando seleccionar rumbos sin información suficiente, esa que nadie sabe si en alguna instancia se tendrá a la mano.

Sería saludable señalar que las reglas de juego son siempre cambiantes, pero no aquí y ahora sino como un criterio absolutamente predecible. Todo se está moviendo sincrónicamente, nada está ni tampoco estará establecido como un horizonte seguro ni en esta ocasión percibida como muy diferente, ni tampoco después.

Nadie niega que el factor local, especialmente el que podría despejarse una vez superado los turnos electorales y un clima social algo opaco generan cierto desconcierto dada la diversidad de variantes que podrían emerger desde allí y sus eventuales derivaciones.

La ausencia de propuestas claras y explícitas desde la política, la escasa credibilidad que transmiten los candidatos no solo por sus dichos, sino por sus antecedentes en algunos casos o bien por su inexperiencia en otros no ayudan tampoco demasiado.

Ante ese escenario algo sombrío y con turbulencias tangibles, demasiados actores relevantes han optado por poner el pie en el freno y aguardar la presencia de un panorama más claro para definir hacia dónde destinar los esfuerzos y recursos disponibles.

Aun aceptando cierta validez en esa lógica aparentemente irrefutable, habrá que decir que hay que trabajar duro en prepararse para lo que se avecina. Una postura exageradamente pasiva difícilmente pueda ser considerada un camino muy inteligente.

Hay mucho para hacer en el mientras tanto. En cualquier caso, sea cual fuere la alternativa elegida por la sociedad y lo que ello implique en materia de políticas públicas concretas, las organizaciones estatales y privadas deberán “aggiornarse” no solo por lo doméstico que es sólo una arista del intríngulis, sino por las tendencias globales que ya están al desnudo.

Claro que eso implica advertir hacia dónde va todo, interpretar con astucia los procesos actuales, identificarlos con precisión y diseñar a partir de ese diagnóstico una hoja de ruta para acompañar esa impronta que ya está en acción y que marca un recorrido.

Temas como la formación y capacitación, la inteligencia artificial y el “big data”, la adaptabilidad y flexibilidad, el vínculo intergeneracional, los abruptos cambios en el mundo del trabajo y el arsenal de innovaciones que se están gestando deben estar en el radar y se debería tener claro qué hacer al respecto.

No son temas siquiera del futuro sino del absoluto presente, aunque muchos se resistan, prefieran tenerlos ante sus ojos para accionar. En realidad, ya están en el tapete, pero algunos por comodidad, por ignorancia o hasta por pereza intelectual han decidido postergar su abordaje.

No admiten que estos asuntos deben ser concebidos proactivamente con un sello de vanguardia, adelantándose a sus impactos y no reactivamente cuando ya puede ser tarde para involucrarse e iniciar un ciclo que no es automático sino complejo y secuencial.

Quizás el primer paso sea asumir el momento, reflexionar no sólo sobre las obviedades que están sobre la mesa de una forma despiadada y evidente sino también mirar un poco más allá, individualizando cuestiones que están visibles pero que muchos prefieren minimizar o quitarle relevancia.

Es hora de que esos asuntos estén en el centro de gravedad, porque son los que escapan de los dilemas de cabotaje, de la mirada de corto plazo y tendrán una vigencia superior sin una fecha de vencimiento tan específica.

Es vital que se puedan ensamblar las temáticas de coyuntura con lo más estructural. Una perspectiva muy acotada en tiempo y espacio es temeraria porque ignora deliberadamente lo que subyace y aparecerá repentinamente para aquellos que se hacen los distraídos ante la elocuencia de los hechos.

La incertidumbre no es hoy una cuestión de transición sino casi una constante en un mundo intrínsecamente cambiante. La dinámica veloz, las transformaciones permanentes, las mutaciones imprevistas y hasta lo más inusitado son parte de una rutina con la que hay que aprender a convivir.

Enojarse con lo que ocurre, o peor aun negar su existencia sólo porque parece imposible de encarar, o genera angustias propias del desconocimiento personal no es la actitud adecuada para enfrentar los desafíos de hoy.

Los retos hay que asumirlos primero, estudiarlos después con suficiente profundidad, dimensionarlos en su verdadera magnitud, para luego colocarlos en su lugar exacto, asignarle el esmero que se merecen en función de su prioridad para poder administrar adecuadamente las energías y combinar en sus dosis óptimas la coexistencia de las agendas que permitan ocuparse de lo urgente sin descuidar lo trascendente para el porvenir.

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