Los sectores moderados del Frente Amplio parecen haber quedado relegados a un segundo plano o haber perdido interés en participar de la campaña por el SI, de cara al referéndum para derogar 135 artículos de la LUC.
La avalancha comunista y sindical – encabezada por líderes de extrema izquierda que desde hace muchos años batallan por lograr el poder total – opacó a los moderados completamente.
Luego de más de treinta años en el gobierno departamental de Montevideo y quince años corridos de gobierno nacional, con mayorías absolutas en el Parlamento, los principales dirigentes que hoy manejan los destinos de esa coalición decidieron salir a recoger y tal vez exigir firmas, con miras a derogar determinadas partes de una ley que se oponían a sus proyectos personales.
Decidido en plena pandemia y en un momento histórico que requería gran precaución y sobriedad a la hora de tomar decisiones políticas, prefirieron priorizar sus propios intereses a los de la gente y los del país.
¿Qué llevó a estos operadores políticos a tomar decisiones tan riesgosas y a distanciarse aún más del diálogo constructivo para volver a practicar la idea de distanciamientos irreconciliables entre gobierno y oposición que tienen sus raíces en la perimida lucha de clases que tanto pregonaron y con la que tanto daño provocaron sus antecesores?
El comunismo desapareció consumido en su propio fracaso con la caída del Muro de Berlín en 1989, pero muchos de ellos se siguen declarando comunistas. Los regímenes totalitarios que amparados en esa ideología continuaron o surgieron con posterioridad a aquellos hechos, mutaron sin pudor alguno hacia el fascismo.
Quienes lideran el Pit-CNT y el Frente Amplio – que a esta altura es simplemente el nombre de su brazo político – aumentaron su poder durante las administraciones de esa coalición.
Llegado este punto, sus actuales intenciones podrían incluir el apoderarse del Estado al que podrían considerar un botín a repartir entre camaradas en la transición del comunismo al fascismo como ha ocurrido en otras partes del mundo, situación que se les habría ido escapando de las manos como agua entre los dedos y podría ser el motivo de tanta ansiedad y desatino. Tal vez en aras de la ambición todavía se autodefinen como comunistas, cuando en la práctica se identifican con regímenes como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde el fascismo gobierna, el pueblo acata y el comunismo pasó a la historia.
Consideramos al sindicalismo parte esencial e insustituible de una democracia vital y transparente. Pero soñamos con sindicatos donde todos sus integrantes puedan participar, proponer, ser electores y elegibles, en elecciones libres amparadas por voto secreto y controladas por la Corte Electoral, que cambiarían la cara del país volviéndola más natural; más uruguaya.
Sindicatos donde la presión de la patota que caracteriza a los regímenes fascistas se diluya hasta desaparecer y pueda ser criticada sin riesgo de bullying para quienes discrepen de sus criterios. Sindicatos ejemplares donde las decisiones de todos se tomen por mayoría desde la opinión de cada uno y no se impongan en asambleas masificadas y manipuladas.
Un sindicalismo creativo y constructivo que no busque divisionismos estériles ni ambiciones personales desde el manejo sindical.
Un sindicalismo participativo para mejorar las condiciones de los trabajadores y sus familias desde la clara noción de sus dirigentes de lo que significa el trabajo día a día y codo a codo con cada uno de sus dirigidos y no desde la cúspide del poder desde donde a veces se confunden roles, necesidades y oportunidades.
Un cambio radical en la acción sindical que nadie se atrevió a plantear a ese nivel.
En eso parece haber derivado el referéndum convocado, convirtiéndose en el búmeran que sus promotores nunca imaginaron.