Una famosa canción de Roberto Carlos, dice en su primera estrofa lo siguiente:
“Yo sólo quiero mirar los campos
Yo sólo quiero cantar mi canto
Pero no quiero cantar solito
Yo quiero un coro de pajaritos”
La canción se titula Un Millón de Amigos y podemos suponer que Marcelo Abdala pudo haberla tarareado varias veces, antes de animarse a declarar públicamente que más de un millón de uruguayos adhirieron “voluntariamente” al paro general decretado por el Pit-Cnt el pasado jueves.
De haber sido así, podría ocurrir que además de la cifra imaginada, lo del “coro de pajaritos” haya servido de estímulo al presidente de la central sindical. Es cosa de recordar la excelente relación y cercanía que mantiene con otro latinoamericano que suele sacar fantásticas conclusiones de sus conversaciones con las aves.
Lo cierto y constatado es que la ilusión manifiesta del dirigente – aunque él tal vez no sepa – encuadra perfectamente en lo que se conoce como Realismo Mágico Hispanoamericano, cuyos elementos principales – que pueden revisarse fácilmente en Wikipedia – transcribimos a continuación tomados de esa fuente:
- Predominio de «narrador impasible». El narrador presenta los hechos generando una atmósfera de normalidad aunque se trate de sucesos extraordinarios.
- Contenido de elementos mágicos/fantásticos percibidos por los personajes en general como parte de la «normalidad».
- Elementos mágicos tal vez intuitivos, pero (por lo general) nunca explicados.
- Presencia de lo sensorial como parte de la percepción de la realidad.
- Presencia del paisaje y/o climas reforzando las emociones de los personajes.
- Alusión a referencias socio-culturales de los ámbitos más populares y/o pobres de las comunidades.
- Los hechos son reales pero tienen una connotación fantástica, ya que algunos no tienen explicación, o es muy improbable que ocurran.
- Lo verídico: ciertos hechos precisos ocurridos en Latinoamérica participan de la irrealidad y constituyen la base de muchas narraciones.
- Los personajes pueden sufrir ciertas metamorfosis como lo hacen en los cuentos maravillosos.
A los paros generales decretados por el Pit-Cnt, tal vez adhieren en realidad voluntariamente más allá del grupete dirigente, un porcentaje muy bajo de trabajadores. Y cabe suponer que muchos de quienes participan pasivamente, lo hacen por imposición y no por decisión propia.
Si los trabajadores pudieran elegir por voto secreto el ir o no a un paro general, muy probablemente esos paros que afectan perjudican y molestan – eso es así – a mucho más de un millón de uruguayos, no existirían.
Medidas de ese tipo resultan de verdad auténticas, cuando se emplean para respaldar a las instituciones democráticas si por alguna razón peligran, o para amparar a los trabajadores de injusticias o abusos que en el Uruguay no ocurren. Ante cualquier situación que indique el menor grado de riesgo en tal sentido, están disponibles todos los mecanismos legales para corregir ese tipo de situaciones.
Al utilizar la herramienta del paro general con el único interés de buscar réditos políticos y no mejoras reales para los trabajadores, el movimiento sindical pierde credibilidad y eso no es sano para la democracia.
Si a eso le agregamos la parodia del socio político del Sr. Abdala y presidente del Frente Amplio Fernando Pereira, que cuarenta y ocho horas antes de ese paro convocó en el Parlamento a líderes de los demás partidos políticos para hablar de diálogo y concordia, la estrategia de la izquierda resulta a todas luces irrisoria.
Ya no basta con resaltar desde las redes sociales y medios de prensa afines cada posible error que pudiera amagar a cometer el gobierno. Es evidente que ese accionar se aplica para tapar los enormes desaciertos de una oposición que cada vez se aleja más de la realidad y confunde sus objetivos.
La demagogia e improvisación saltan a la vista y va llegando la hora de que antes de seguir actuando desde el capricho y la fantasía, comiencen por apurar los trámites para obtener la personería jurídica de los sindicatos como se ha planteado. En paralelo a eso, también es de esperar que procedan a transparentar sus finanzas y a elegir sus autoridades bajo los controles y garantías que exige el participar con solvencia dentro de un sistema democrático.
Es entendible que haya quienes ven al Estado como un botín al cual acceder para desde allí repartir poder y privilegios. Es también natural que quienes aprendieron el arte de la política desde la ilusión del realismo mágico, continúen siempre con la misma estrategia.
Lo que escapa a toda lógica, es que dirigentes de izquierda más centrados, con aparente vocación democrática y sensibilidad social, continúen aliados con ellos y ni siquiera hagan pública su discrepancia con ciertas formas de proceder.
Hay ciertos discursos y charlas con pajaritos, que ya avanzado el siglo veintiuno han perdido vigencia y credibilidad. El realismo mágico huele a cambalache cuando intenta utilizarse para camuflar la realidad. La verdad termina llegando tarde o temprano a todos, a través de internet y de las redes sociales.
Los electorados cautivos ya dejaron de existir.