La inconsciencia de la política contemporánea

Nadie, en su sano juicio, ingresaría a un quirófano para tomar el lugar de un cirujano y operar a un paciente extremadamente grave sin los conocimientos necesarios y la experiencia suficiente para llevarlo a cabo con profesionalismo.

No sería razonable, ni justo, avanzar en esa dirección porque para ese individuo que padece la dolencia y que precisa de ese acto médico vital, esa instancia sería trascendental para definir su eventual futuro en esta tierra.

Pero además tampoco es procedente ya que pondría en evidencia la absoluta irresponsabilidad del temerario farsante que se anima a arriesgar la vida ajena en ese comportamiento completamente evitable.

A pesar de esta lógica bastante difícil de refutar, se asiste en estos momentos a una obscena avalancha de improvisados que intempestivamente deciden, sin mediar análisis serio alguno, meterse en la política para “rescatar” a su país y devolverle la dignidad perdida.

Lo hacen sin ningún descaro. Lo dicen a viva voz, anunciándolo con grandilocuentes discursos, ufanándose de esa resolución ante propios y extraños, como si se tratara de algo elogiable, que merece realmente ser aplaudido y apoyado vehementemente por toda la ciudadanía.

Apelando a la analogía original, si realmente la vocación que emerge de las entrañas fuera la de salvar vidas, el primer paso no es hacer una cirugía, sino ingresar a la carrera de medicina, es decir primero es imprescindible estudiar y mucho, para estar luego de años de formación, listo para ocupar ese puesto en la trinchera.

Evidentemente son muchos los que banalizan la política. Ellos, los imprudentes, creen que es algo muy simple, que no requiere de ningún desarrollo relevante, y que cualquier delirante puede hacerse cargo de esas posiciones. Sostienen que sólo hay que tener el deseo de intentarlo.

Es un absoluto desquicio suponer que alguien que no entiende nada de cómo funciona un sistema puede pretender entrar al ruedo sin experiencia alguna y en poco tiempo y con algo de fortuna encontrar todas las soluciones pendientes que hasta ahora nadie pudo instrumentar.

De hecho, muchos, incluidos algunos con un recorrido académico relevante, imaginan que seleccionar rumbos desde las más altas esferas del poder sólo implica disponer de algo de “sentido común”. Afirman, sin tapujos, que con un poco de criterio los problemas se resolverían a gran velocidad.

Ese tipo de comentarios son muy elocuentes. Demuestran en definitiva la enorme ignorancia que existe acerca de cómo funciona la política, cuales son sus resortes, de qué modo pueden lograrse cambios relevantes y que ellos impacten positivamente en la comunidad.

Obviamente que poseer una férrea voluntad es un requisito clave. Hay que amar lo que se hace para tener chance de hacerlo de un modo excelente. Pero un deseo primitivo no sirve para prometer seriamente a una sociedad resultados mágicos.

Lamentablemente, con voluntarismo no alcanza. Nada se logra con una mera enumeración de anhelos. El mundo actual es cada vez más complejo, el ecosistema político tiene un entramado muy sofisticado, que hasta los más avezados cuando lo omiten terminan tropezando al no otorgarle importancia a ciertos aspectos centrales de esa dinámica coyuntural.

Lograr que todo funcione aceptablemente bien requiere de un gran talento y de múltiples habilidades. Salir de este enjambre de corrupción e ineptitud, de incapacidad y mediocridad no es tarea para un conjunto de intuitivos y mucho menos para charlatanes repletos de ambición, pero carentes de templanza.

La gente está hastiada de la política y entonces demanda nuevos dirigentes. Quiere que los están, que ya han demostrado su impericia den un paso al costado y se retiren cuanto antes. Las pruebas en su contra son muy contundentes. Tuvieron la oportunidad de hacer las cosas bien e implementar sus supuestas ideas y sus bonitos discursos y fracasaron rotundamente. La ciudadanía no tiene intenciones de renovarles el crédito o de brindarles esa revancha con la que ellos sueñan sin autocrítica alguna.

Pero en esa búsqueda genuina de renovación no sólo es esperable que aparezcan nuevos actores, sino también líderes capacitados para el desafío. No aspiran a reemplazar a los actuales políticos ordinarios por una nueva casta de audaces depredadores, de saqueadores irracionales plagados de idénticos defectos y de escasa ética.

Es cierto que se necesitan mejores políticos que los de hoy. Pero para convertirse en una oferta superadora deben ser efectivamente distintos. No debería ser una cuestión de marketing sino que esa diferencia tendría que estar anclada en un nivel de preparación y de integridad moral realmente admirable.

No hay que sustituir la peor versión de la política por otra camada parecida. El verdadero reto es esmerarse, hacer lo que se debe, apostar por avanzar en un trayecto que sea digno de elogios, de reconocimiento social y que genere un entusiasmo suficiente para que cuando esa generación de lideres les toque en suerte tomar decisiones estén prestos para “entrar al quirófano” y puedan transmitir con certeza de que se ha tomado la mejor determinación cívica posible porque los más aptos para la labor están donde deben estar.

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