El intendente de Canelones, Yamandú Orsi, acompañó al expresidente José (Pepe) Mujica a Brasil, para alentar a Luis Ignacio Lula da Silva en el ballotage del domingo 30 de octubre, que convirtió por un estrecho margen a Lula en presidente electo del país limítrofe.
Con esta acción, Mujica dio claramente la bendición definitiva a su nuevo delfín, para que inicie su postulación primero como candidato a la presidencia por el MPP y luego representando al Frente Amplio, de cara al 2024.
Fue además su presentación formal al Foro de San Pablo. Orsi volvió consagrado y hablando de la gran nación Latinoamericana y su visibilidad en el mundo. Tiene mucha prensa y ya se imagina presidente.
Desconociendo completamente la realidad política de un Brasil que ha madurado mucho en los últimos años, tanto Mujica como Orsi insistieron en adjudicar a la elección realizada una condición particular de disputa entre la libertad y el totalitarismo.
Nada más lejos de la realidad de ese gran país y nada más adecuado para generar divisiones, grietas y rispideces.
La personalidad claramente discutible de Jair Bolsonaro buscando la reelección, pudo haber sido muy favorable al triunfo de Lula da Silva. Su estilo contestatario y agresivo, su indisimulada prepotencia y un estilo político que pretende imponer antes que explicar o consultar, no constituyen una imagen adecuada de las transformaciones positivas e integradoras que, bajo su mandato, ha logrado Brasil en los últimos años.
Es por eso que, cuando Mujica habla de partidos con vocación democrática enfrentados al autoritarismo y Yamandú Orsi evoca sus palabras agregando que lo de Brasil “lo hizo acordar mucho a la salida de la dictadura en Uruguay”, ambos demuestran que están de acuerdo para intentar crear esa imagen.
Con nostalgia del pasado, opinan desde sus propios intereses político-partidarios, interfiriendo de paso en asuntos internos de otro país. Demuestran así un fanatismo ideológico de igual o peor calibre que el que atribuyen a Bolsonaro.
Lula y Mujica se conocen desde hace años, comparten una inocultable amistad y es natural que al Pepe lo ponga feliz el triunfo electoral de su amigo. Hasta allí todo muy sano y natural.
Pero retornar al país ofreciéndose como intermediarios para mejorar las relaciones entre naciones y opinar con una parcialidad desconcertante sobre temas que no les conciernen y de los cuales ignoran explícitamente la mitad de la historia, no parece ser la mejor manera de aprovechar el momento para la búsqueda de reencuentros, instancias de diálogo y armonía.
Lula ganó la elección y el sistema electoral de Brasil funcionó perfectamente. Pero en Uruguay no necesitábamos que llegaran Mujica y Orsi para contarnos qué cosa había ocurrido y cuál era el diagnóstico de la elección brasilera. Estamos en un mundo donde quien quiere se informa y eso es muy sano.
Ciertamente hay una nueva Latinoamérica en gestación y nadie tiene muy claro cuál será su rumbo. Pero, aunque en la mente de algunos se insista en volver a modelos superados y perimidos a partir de mayorías alcanzadas a costa de pobreza y frustración, solo un desarrollo y crecimiento auténticos darán fundamento y solidez a cualquier proyecto que se pretenda aplicar y sostener en el tiempo.
El Brasil que le toca ahora gobernar a Lula, no es más el que le tocó gobernar antes; y Lula lo sabe. Esas mayorías que hoy lo hicieron nuevamente presidente, no admiten más ni demagogia ni populismos y curiosamente, ya no son de derecha ni de izquierda.
Todos queremos que a Brasil le vaya bien.
Una cosa es evocar el pasado y otra muy distinta pretender volver a él.