El miedo a lo desconocido

Las primarias pusieron sobre la mesa un sinfín de interrogantes sobre el futuro. La ciudadanía plasmó su visión, pero tendrá que hacer una nueva valoración de cara a la elección general, esa que será determinante para fijar el rumbo hacia el porvenir.

Se podrán hacer muchos análisis y plantear especulaciones sobre el panorama político que se avecina. Casi todos los especialistas intentan elucubrar cuál será el curso de las preferencias cívicas en los próximos comicios, pero nadie tiene, al menos por ahora, respuestas contundentes.

Las urnas ya hablaron estableciendo un escenario casi impensado por la inmensa mayoría. No solo se sorprendieron los más escépticos, sino que también sucedió lo mismo con propios y extraños en cada uno de los espacios.

Lo interesante es que la disputa se volvió a mover, porque desde hace algunas semanas la polémica gira en torno a otra configuración. Es que muchos suponían que todo se encaminaría hacia una polarización entre el oficialismo y la tradicional oposición, por lo que la controversia transitaría por los senderos habituales, con sendos movimientos acusándose de sus históricos fracasos.

Eso finalmente no ocurrió y los “tres tercios” que dejaron las PASO como legado instalaron un terremoto político que aceleró adicionalmente la debacle económica contenida artificialmente por el gobierno desde hace varios meses.

En ese contexto, los medios de comunicación y la gente en general deliberan acaloradamente ya no por la rutina sino por los condimentos que el nuevo emergente ha puesto en tela de juicio.

Ya no se trata, como en el pasado, de las proposiciones clásicas que ofrecían matices, a veces, casi imperceptibles, sobre las circunstanciales soluciones que el país precisa a gritos, desde hace décadas.

Ahora son ideas muchas veces recitadas en el ámbito intelectual y académico pero pocas veces profundizadas en la política, ya que ninguna expresión había tomado esas consignas como si se pudieran implementar efectivamente. Siempre parecieron de imposible realización.

Hoy, eso ya no es así. Existe una chance muy tangible de que finalmente esa plataforma triunfe en el marco de las decisiones democráticas, y que una importante cantidad de personas apoyen la instrumentación de conceptos que hasta hace poco eran abruptamente descartados y hasta tildados de absurdas utopías.

Nadie puede afirmar que el desenlace electoral conduzca hacia esa opción, pero lo cierto es que dicha alternativa está siendo tenida en cuenta y que lo que antes era improbable, hoy tiene un porcentaje de posibilidades de convertirse en factible.

Bajo esas reglas aparece el miedo. Es que muchos votantes se han mostrado dispuestos a apoyar ese plan, mientras otros observan con pánico esa posibilidad ya que imaginan consecuencias inaceptables para ellos.

La resistencia al cambio está descripta con mucho detalle en la literatura especializada. Se han escrito artículos, ensayos, estudios científicos y libros al respecto. Lejos está el asunto de ser una enorme novedad. Muy por el contrario, es completamente predecible que aparezca en estas instancias.

Lo paradigmático no es el temor que producen en una porción de la comunidad. Es totalmente esperable que los “beneficiarios” directos de las políticas actuales se quejen vehementemente y se espanten ante la sola mención de planteamientos tan disruptivos. Después de todo ellos serían los principales perjudicados frente a esas inminentes transformaciones.

En realidad, los “interesados” en que todo continúe sin mutaciones deberían tener el decoro de hacer silencio. No pareciera que su opinión gozará de ecuanimidad. Mucho menos razonable es pretender que todos apoyen sus “causas” solo por el hecho de proteger sus remuneraciones vigentes.

Claro que hay excepciones, pero en muchas de las “cuevas” que la politiquería alberga no hay trabajadores sino individuos que cobran salarios a cambio de militancia, esas fuerzas de choque de los partidos que disputan el poder. No siempre se trata de empleos productivos ni generadores de riqueza, sino más bien destructores seriales de la economía y cómplices necesarios de la decadencia.

Es quizás la hora de dar la discusión de fondo. Analizar los temas con seriedad y serenidad para llegar a conclusiones más equilibradas, evaluar la verdadera viabilidad de esas propuestas y dejar de lado, de una vez por todas, los fanatismos irracionales y los eternos prejuicios disparatados.

Es esperable cierta dosis de alarmismo genuino. Lo no conocido puede producir esa sensación. Lo ridículo es no tenerle terror a continuar del mismo modo, a preservar la ineficiencia, la corrupción, la trampa, el clientelismo, la manipulación del voto, y el abuso autoritario del Estado para provecho personal, ese que es funcional a las mezquinas prioridades de una corporación que demuestra a diario su despiadada insensibilidad social.

Si se va a discutir acerca del miedo, el debate que se aproxima debería ser acerca de cuál situación es preferible. Si se va por lo positivo, es oportuno poner énfasis en entender lo que viene, y si se opta por descartar algo por que se considera peor, más vale que se asuma con responsabilidad el costo absolutamente explícito de proseguir por la misma senda, esta que ya exhibe obscenamente sus resultados patéticos.

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