El cinismo de los dueños de la sensibilidad social

Es increíble la actitud de quienes se siguen visualizando como los monopólicos propietarios del altruismo. El desenlace electoral los hizo despertar de su largo letargo negacionista. Hoy sienten que muchos la están pasando muy mal pero siguen sin hacerse cargo de nada.

Ha regresado la trillada batería de adjetivos utilizados para descalificar a quienes conforman el nuevo gobierno. No se han tomado el trabajo de renovar el discurso y entonces repiten aquellas consignas del siglo pasado, como cipayos, vendepatrias, entreguistas o neoliberales entre otras muy poco originales.

Más allá de lo mucho que destiñe ese vocabulario lo que no deja de llamar la atención es esa insólita postura de sentirse acongojados por el sufrimiento ajeno. Es que ellos se consideran efectivamente los custodios de la sensibilidad humana. Los titulares exclusivos de la solidaridad.

Como no han logrado procesar nada de lo que ocurrió, no sólo en términos electorales sino tampoco en la lectura básica de su estrepitoso fracaso al gobernar, creen que ahora pueden reconvertirse fácilmente girando en segundos hacia lo que estiman oportuno.

Omiten un factor determinante, que es su propia pérdida de legitimidad ante una comunidad que no olvidará con tanta simpleza sus múltiples errores, ni su impericia para ordenar la economía o su voracidad para apropiarse de lo ajeno apelando a las perversas prácticas de siempre.

No han entendido casi nada. Siguen creyendo que gobernaron muy bien y que la mayoría no valorizó su brillante gestión. Afirman que tuvieron mala suerte y que todo conspiró contra su plan perfecto. Están convencidos de que tendrían que haber continuado al frente de la conducción del país y que los ciudadanos se equivocaron.

Aún hoy siguen recitando los maravillosos números de la economía que ciertos sectores podían exhibir quirúrgicamente. No logran hacer el duelo de la derrota y entonces, repletos de furia, construyen un nuevo relato, tan desquiciado como sus antecesores.

No han tenido la paciencia de esperar unos pocos meses y entonces ahora hablan de pobreza e inflación, de república e institucionalidad como si no tuvieran nada que ver con el presente. Es verdaderamente sorprendente el enorme cinismo de quienes hoy critican con superficialidad lo que ha sido, a todas luces, el resultado de su propia incapacidad.

Hoy se espantan con los precios de los bienes y servicios, olvidando que fueron ellos quienes dejaron la inflación volando a niveles siderales, rechazando los argumentos técnicos de quienes señalaban sus inocultables yerros. Siempre buscaron afuera a quien endilgarle cada desastre.

Que todo aumentara no era un tema de ellos. Eran los malos de la película los que lo hacían. Los perversos empresarios, los formadores de precios fueron siempre los culpables. Sin embargo, por estas horas, es el nuevo gobierno el que genera inflación. Cuesta entender tan retorcida lógica.

Ahora se muestran conmocionados por la pobreza. Están angustiados por las penurias que padecen los más vulnerables. Hace semanas el país se parecía a Suiza y de pronto es, mágicamente, una nación de las peores del continente africano.

No solo olvidan su deplorable gestión como gobernantes, sino que deliberadamente minimizan la corrupción estructural como factor que explica en gran parte el despilfarro estatal.

Ellos lo saben, pero lo ocultan sin sonrojarse. Sus ejércitos de militantes contratados en oficinas públicas, que no asisten ni trabajan, sino que sólo figuran en una nómina para “juntar” recursos para hacer política barata son invisibilizados por los instrumentadores de ese esquema tan burdo como ruin.

Hablan de moral mientras avalan el robo a las arcas sin que se les mueva un pelo. Son unos caraduras. Ni siquiera registran que se han convertido en una caricatura de sí mismos, en seres completamente despreciables. Tienen mucha tarea pendiente para volver a edificar algo de credibilidad ante una sociedad que les ha dado la espalda.

Es tiempo de que reflexionen sobre lo que hicieron y que conecten causas con efectos. Lo que está pasando hoy es mérito exclusivo de ellos. La dinámica política, la impronta de lo nuevo y el espantoso devenir económico son la consecuencia de lo que ellos mismos hicieron durante años. Cosecharon su siembra y hasta que no lo asimilen navegarán en círculos.

Se han abusado de todo. Usaron al Estado como botín de guerra, confundieron el patrimonio de los contribuyentes con el propio, intentaron engañar a los habitantes con mentiras alevosas y adicionalmente fueron pésimos administradores.

Sólo un grupo de líderes sin visión y dirigentes sin valores pueden engendrar esta catástrofe. No deberían enojarse con la gente, sino con ellos mismos. Creyeron que podrían sostener sus falacias indefinidamente y ese cálculo también fue fallido, como todos los otros.

Deberían después de tanto desmadre, tener al menos una cuota mínima de dignidad y mantenerse respetuosamente en silencio mientras lavan sus culpas. Podrían hacer su autocrítica y dejar de manipular a una sociedad que ya se cansó de sus andanzas.

Los argentinos están aquí y ahora intentando algo distinto. Nadie tiene certeza alguna de que esto funcione, pero existe un importante consenso en que lo anterior no resultó y que continuar por aquella senda hubiera sido un suicidio colectivo. Decir basta bajo esa coyuntura fue una determinación razonada y no emocional como intentan exponer los que siguen denostando a los mismos votantes que apoyaron su patética aventura en el pasado.

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