El riesgo de la prudencia

No cabe duda alguna de que el panorama promete mucha inestabilidad a su alrededor. Nadie sabe qué ocurrirá y eso genera una natural angustia. Ante ese escenario casi todos se tientan con esperar a que se despejen las nubes antes de retomar el itinerario original. Definitivamente hay que evaluar otras probabilidades.

La historia sugiere que, frente a un horizonte tan abruptamente convulsionado, repleto de interrogantes, es mejor disminuir la velocidad inercial y seleccionar la mejor ocasión para continuar con el recorrido.

El mundo se ha transformado demasiado y las reglas se modifican a un ritmo ingobernable. Cuando se aprende a lidiar con ciertos paradigmas estos ya están operando una conversión y desafiando todo lo conocido.

En otras palabras, cuando se logran incorporar adecuadamente las respuestas óptimas a cada intrincado dilema, de un modo inusitado y sin previo aviso emergen preguntas diferentes y el procedimiento se reinicia.

Parece un juego de nunca acabar. Es hora de reconocer que “lo único permanente es el cambio” y que, si bien algunas normas se podrían presumir como inmutables, los entornos están sujetos a vaivenes inimaginables.

Estas flamantes “verdades” no continuarán por un lapso muy extendido. Son completamente provisorias y acompañarán al presente durante unos pocos meses o a lo sumo por algunos años. Su vigencia será constantemente cuestionada y ante la aparición de algo novedoso puede extinguirse en un santiamén.

Esta dinámica tan efímera como real deja un margen muy acotado para pausas muy prolongadas, para la indecisión como un esquema de rutina y para esos espacios que en otras temporadas hubieran sido un símbolo de una colosal sabiduría digna de admiración.

Esto no significa que tomar decisiones veloces sea la receta infalible, ni mucho menos que hacerlo de esa manera garantice que se ha optado por la senda más apropiada entre las múltiples disponibles.

Entender lo que viene pasando debería invitar a abrir el amplio abanico de posibilidades que se puede examinar exhaustivamente si se tiene la actitud indicada. A sabiendas de que no existe una fórmula perfecta, que ninguna de las alternativas brinda certezas, la aceptación del riesgo es la primera premisa con la que habrá que acostumbrarse a convivir.

Actuar con rapidez no es seguro, pero aguardar para hacerlo tampoco lo es. Lo pertinente es considerar esa diversidad de senderos, analizar las ventajas y desventajas que cada trayecto propone para luego utilizar el sentido común y la astucia para establecer un norte.

De ese proceso surgirán determinaciones más elaboradas al menos. Nunca serán totalmente inequívocas, pero sí habrán sido el corolario de una secuencia más ordenada, abarcadora y por lo tanto más racional y menos emotiva.

Los más avezados dirán que ante una crisis corresponde tener el máximo de cautela. Sostendrán que una postura más “conservadora” aporta más control de la situación y por lo tanto las chances de sobrevivir a la tormenta se multiplican.

En circunstancias normales quizás ese enunciado sería admisible. En esta era tan vertiginosa, plagada de herramientas tecnológicas, en un contexto de globalización indiscutible, con la llegada de la inteligencia artificial y tantos otros aspectos laterales que están gestándose simultáneamente, predecir el futuro inmediato implica un desafío inabordable.

Cuando todo se mueve en forma concurrente, quedarse inmóvil no es un sinónimo automático de sensatez. Coquetear con las aventuras y las contingencias es casi una obligación, porque la opción de mantenerse estático se puede presentar como la de mayor peligro.

Hoy lo aconsejable es reunir información calificada, rodearse de gente preparada, escuchar a los especialistas con atención para luego construir un menú ampliado que ofrezca una gama de matices intermedios, con caminos que no sean exclusivamente binarios. La mayoría de las soluciones podrían encontrarse en una combinación entre lo habitual y lo disruptivo.

Lo más importante es que quien tiene la responsabilidad de elegir la orientación, el que lidera la coyuntura en una familia o una empresa, en una organización privada o estatal, en lo profesional o en lo social, debe entrenarse para administrar la complejidad de esta coyuntura.

El instinto o el oficio pueden no ser suficientes. La experiencia ya no alcanza. Lo que permitió llegar hasta aquí con algún éxito aceptable tal vez no permita en esta instancia dar el puntapié para el siguiente paso.

Al final del día habrá que comprender que se precisa de mayor profesionalismo en casi todos los campos de acción. Todo lo hecho hasta ahora ha sido de gran utilidad para sobrevivir, para estar parado con la frente en alto en este preciso lugar, expectantes de cara al porvenir, pero es vital admitir que esa lógica puede ser exigua para lo que todavía queda por delante.

La prudencia siempre fue un rasgo virtuoso. Hoy esa afirmación podría ser imprecisa, ambigua o hasta demoledoramente incorrecta. Para superar la siguiente etapa habrá que nutrirse de mucha paciencia, templanza para seleccionar rumbos y convicción para poner todo el esmero que la circunstancia amerita.

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