La democracia y sus infiltrados

A lo largo de sus doscientos años de historia, las naciones sudamericanas han atravesado por diferentes etapas.

En diversas ocasiones – alguna de las cuales puede apreciarse aún en el presente, por ejemplo en Venezuela – los destinos de estos países han caído en manos de gobiernos despóticos. Las consecuencias de tales experiencias han sido en todos los casos nefastas para la ciudadanía, resultando ellas favorables tan solo para unos pocos privilegiados, asociados al poder de turno.

Tal vez por esa razón cueste en la actualidad comprender los enfrentamientos, casi insoslayables, con los cuales quienes conquistan el gobierno y aquellos que conforman la oposición, suelen relacionarse en estos países; la famosa grieta.

La esencia de la democracia es la de analizar, proponer y llevar adelante proyectos que liberen y estimulen a los individuos y al mercado, potenciando su energía y creatividad.

Esto traería como consecuencia directa, la consiguiente mejora de la calidad de vida de los ciudadanos.  

Sin embargo, el accionar político instalado, ha derivado en un análisis permanente de estrategias y procedimientos enfocados a mantener o alcanzar el poder, teniendo a la toma del Estado por la vía democrática y la necesidad de nutrirlo, como objetivo.

La mejora de la sociedad no parece ser un objetivo real.

Y en ese sentido es curioso observar cómo, al menos en Uruguay, cuando la centro derecha opta por ampliar el Estado, casi siempre la oposición de centro o extrema izquierda suele acompañar sin críticas ni discusión ese tipo de medidas. Cuando crece el Estado disminuyen las discrepancias.

Son los ciudadanos, incluidos los más pobres, los que pagan la fiesta.

Ser político hoy en día, entraña la imperiosa necesidad de pertenecer a un partido dentro del cual intentar moverse para alcanzar posiciones de relevancia o al menos algunos favores. Responde al mero interés personal de cada uno y grupal del sector al que cada cual pertenece. Una ocupación que la mayoría de quienes la practican espera convertir en algo de tiempo completo. El éxito o fracaso se miden en la relevancia del cargo o del favor alcanzado.

Salvo contadas y valiosas excepciones, la política se ha convertido en un medio desde el cual trabajar para alcanzar el poder y con él el acceso al reparto del botín consistente en cargos, prebendas y privilegios.

Las ideas y su fundamentación, por lo general brillan por su ausencia. Importa más el vínculo y compromiso con los sectores empresariales o sindicales a quienes considerar y recompensar, una vez en el gobierno.

El avance vertiginoso que han tenido las comunicaciones en las dos últimas décadas y la velocidad con las que cualquier torpeza circula por las redes sociales, profundizan el deterioro y aceleran el camino hacia el caos.

El profesor Friederich A. Hayeck señalaba en el prefacio de su libro Camino de Servidumbre (1943) desde la London School of Economics en Inglaterra, lo siguiente:

“No veo motivo alguno para que la clase de sociedad que tengo por deseable me ofreciese mayores ventajas a mí que a la mayoría del pueblo británico. Por el contrario, mis colegas socialistas siempre me han afirmado que, como economista, alcanzaría una posición mucho más importante en una sociedad del tipo que rechazo; siempre, por supuesto, que llegase yo a aceptar sus ideas.”

¿Cuántos políticos e incluso votantes de nuestro tiempo, podrían manifestarse con ese nivel de hidalguía?

Curiosa y sorpresivamente, en consonancia con la honestidad intelectual manifestada por el integrante de la Escuela Austríaca hace casi ochenta años, la región está dando en la actualidad algunas muestras de madurez y reacción a través de algunos de sus líderes. Eso enciende una luz de esperanza que vale la pena considerar.

La democracia pertenece a los ciudadanos, aunque quienes la terminen administrando sean los políticos. Desde la sociedad civil, es hora de que aquellos que comprendan o aspiren a comprender esta realidad, comiencen a manifestarse y a hacer oír su voz.

Esa toma de conciencia exigirá esfuerzo y dedicación o al menos un análisis objetivo y personal del valor de cada voto; pero vale la pena intentarlo.

Eso es lo que diferencia al individuo de la manada.

Y todavía estamos a tiempo.

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