La tradición conservadora del empresariado local

El cambio de paradigmas no sólo ha desconcertado a los políticos sino también a muchos de los lideres del ámbito de los negocios. Esa desorientación impacta dramáticamente en sus decisiones de corto plazo y por lo tanto atenta contra su propio porvenir. Si no se despiertan pronto, sus imperios corren peligro.

En los últimos meses se ha instalado una expresión que describe la realidad. El “no la ven” es parte del debate cotidiano. Ese recurso discursivo simple ayuda a abarcar abreviadamente la bisagra por la que se atraviesa y las transformaciones que han iniciado un proceso que probablemente sea tan prolongado como profundo en la medida que la mayoría acompañe esa dinámica.

En ese contexto los políticos aparecen absolutamente aturdidos. No logran visualizar lo que ha ocurrido recientemente y pese a su dedicación no consiguen interpretar la secuencia de hechos que derivaron en esta nueva modalidad que todavía no comprenden.

Bajo una mecánica idéntica vienen tropezando los académicos e intelectuales, los periodistas y comunicadores, los analistas y observadores expertos. Ellos, como el resto, no pueden descifrar ni lo que pasó, ni lo que esta aconteciendo. Lo intentan, pero no llegan al nudo central de esta cuestión y por eso siguen equivocándose con sus retorcidos pronósticos.

Esta misma configuración que denota impericia para adaptarse activamente la vienen sufriendo muchos de los más conocidos líderes empresariales del país. Lo que siempre les ha permitido ser exitosos no parece funcionar ahora. Buscan desesperadamente una guía para aferrarse y no la encuentran a pesar de sus esfuerzos.

Habrá que ser justos y decir que esta generalización, como casi todas, puede resultar injusta, ya que algunos han reconocido con claridad el sendero que está emergiendo y han ajustado sus velas para tomar el rumbo adecuado y no salir eyectados del sistema por pura necedad.

La idea de “esperar” a que todo se acomode para avanzar en los proyectos ha quedado obsoleta y totalmente fuera de sintonía. Es que no tiene sentido alguno si efectivamente se cree que esto vino para quedarse. La lentitud a la hora de seleccionar alternativas de inversión no parece muy inteligente ni sensato bajo estos parámetros.

Quizás haya que decir que los “empresarios” históricos de esta nación no son exactamente eso. El atributo vital de alguien que aspira a emprender es asumir riesgos, es decir para buscar la gloria es indispensable aceptar que en ese devenir se puede fracasar.

Cuanto más ambicioso es el sueño mayor es la chance de caerse y allí radica la clave de quienes apuestan por el futuro. El que no está dispuesto a perder, jamás ganará. Sin embargo, si se mira con el espejo retrovisor muchos de los triunfadores, demasiados tal vez, han sido personas que construyeron sus fortunas gracias a sus opacos acuerdos en los que los gobiernos han tenido una participación indiscutible.

Sus riquezas han nacido y se han desarrollado bajo un manto de razonables sospechas. Para que eso resulte han apelado a sus vinculaciones, generando normas a la medida de sus intereses, recurriendo a favores políticos para que los números cierren, en algunos casos obscenamente y a cara descubierta, sin pudor alguno.

Esos personajes hoy se encuentran naufragando en aguas turbias. Tienen muchas explicaciones que dar y además las reglas con las que han operado hasta aquí están siendo revisadas y es probable que sean abolidas una a una.

Nunca fueron empresarios. Son sólo pícaros que aprovecharon el momento. Entendieron que para crecer debían tener ciertos cuestionables talentos y ocultarse con bajo perfil para no ser reconocidos públicamente. Lograron jugar el juego preferido de los más corruptos e hicieron de la prebenda su forma de vida.

Luego aprendieron bastante de finanzas y sólo tuvieron que cuidar su patrimonio, eludiendo al fisco y aprovechando cada uno de los perversos recovecos por donde se filtran oportunidades. Eso lo hacen muy bien y por eso perduran, aunque en ese recorrido han cosechado un pésimo prestigio social, que afirman que no les importa, aunque lo viven con una vergüenza indisimulable.

El país necesita de empresarios con mayúsculas. Gente con coraje dispuesta a tomar riesgos y hacer grandes proyectos que le sirvan a la sociedad. Los que entienden que esto se trata de servir a la comunidad, de ser útiles y recibir recompensas por esa mirada tienen hoy una ocasión magnífica de hacer lo imposible para crecer genuinamente.

Afortunadamente son muchos los que hoy encarnan ese rol con entusiasmo. Algunos son muy jóvenes y prometen ser el recambio de sus propios padres, esos a los que sucederán al mando de la empresa familiar, la misma a la que reconvertirán a partir de los cimientos que han edificado esos visionarios que tanto mérito tuvieron para llegar hasta aquí con dignidad.

Otros contemporáneos están reinventándose. Han logrado darse cuenta a tiempo que esto está mutando y que eso implica profesionalizarse velozmente, ya que sin esa compleja tarea no podrán enfrentar los difíciles retos a los que tendrán que enfrentarse en un mundo cada vez más exigente y sofisticado.

La posición timorata y conservadora de quienes han acumulado posesiones de una manera impropia puede constituirse en su propio certificado de defunción si no reaccionan con agilidad ante un escenario tan distinto como desafiante. Algunos quizás logren tomar nota y giren rápidamente. El resto sucumbirá por su obstinación, arrogancia e incapacidad para recalcular.

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