Más allá de las encuestas

Con la coordinación del economista Agustín Iturralde, ex director del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), más de cincuenta grupos integrados por unas 400 personas, colaboran en la elaboración del programa de gobierno de Álvaro Delgado.

El economista declaró a La Diaria que “es evidente” que el equipo por él liderado “representa la continuidad”, pero “hay que volver a construir un programa ambicioso”.

Señaló también que sus dirigidos deberán “construir un programa de gobierno que ponga esa mirada ambiciosa, para dar un salto hacia adelante cualitativo en el nivel de desarrollo del país”. Espera tener listo para mediados de marzo (en unos 8 o 10 días más), un primer documento con propuestas.

En esa línea, preparando el terreno para encarar su compromiso y el probable inicio de su carrera política, Iturralde viene dedicando sus columnas semanales en el diario El País, a marcar puntos de vista que, posiblemente, serán su guía en esta nueva etapa que ha aceptado emprender.

Bajo el título de Renovar la continuidad, señalaba hace algunos días que, “en cuanto a lo programático, la coalición tiene un desafío. Representar la continuidad de un gobierno con elevados niveles de popularidad, pero sin que eso implique renunciar a la renovación de la agenda de políticas públicas.”

Organizar y generar un buen programa en pocas semanas, a partir de un grupo heterogéneo de 400 personas, huele a producto preelaborado.

Aclaremos que no tendría nada de malo que el programa de gobierno del precandidato hubiera sido diseñado entre pocos. De hecho, suele ser esa la forma de definir ese tipo de documentos. Pero el “manual del buen político”, parece indicar que la teatralidad y demostración de un interés participativo multitudinario, son ingredientes que no pueden faltar. 

Desde otro punto de vista, siendo coordinador del programa de gobierno del precandidato a la presidencia del partido y sector con más peso en el gobierno, suena algo precipitado comenzar tan temprano dando pautas de lo que la coalición de partidos que actualmente lo acompañan, deberá asumir como desafío y programa de gobierno de cara a la próxima elección. 

Aquella famosa frase de Batlle y Ordóñez de que “en política el que se precipita se precipita”, calza como anillo al dedo ante la ambiciosa pretensión del coordinador, que ya se imagina dirigiendo una orquesta diferente, como si la actual le hubiera quedado chica.

No hay nada de malo en jactarse de los logros alcanzados en este gobierno – que los hay y muchos – y destacarlos.

Pero salta a la vista que, en paralelo con esos logros, ha habido hechos, acciones y tomas de decisiones que se sitúan en las antípodas de aquel concepto de “libertad responsable” acuñado con solvencia en plena pandemia.

Para nosotros, la libertad responsable sigue siendo un objetivo. Y el gobierno parece haber perdido esa brújula, en diversas ocasiones.

Siempre hemos sostenido que el liberalismo no es de derecha ni de izquierda.

Más allá de la justa dosis de triunfalismo que no debe faltar como ingrediente en ninguna campaña electoral que pretenda ser exitosa, un programa de gobierno de quien ya está gobernando, debería también saber ubicar y reconocer errores, para poder corregir rumbos cuando estos están errados.

No existen éxitos totales ni gobiernos infalibles.

Cuando se proviene de un think tank que ha promovido desde su creación las ideas de la libertad, esa premisa resulta indispensable y no admite excusas el hecho de no aplicarla.

Desde las ideas de la libertad, resulta un desafío mucho más gratificante el intentar, con nuestro humilde granito de arena, volver más liberales a quienes hasta ahora han visto al liberalismo como el enemigo a derrotar.

Por décadas hemos criticado a quienes, desde posiciones sociales de privilegio, vendían izquierda y consumían derecha. La misma sensación nos generan quienes venden liberalismo y terminan resultando estatistas y mercantilistas.

Las mezclas inestables no resultan en democracia y debe encontrarse un punto de equilibrio.

Las listas sábana y el reparto de cargos entre apellidos y nombres que se reiteran período tras período y de generación en generación, conforman la famosa “casta”, tan de moda y en decadencia, que ha usado y abusado del liberalismo en beneficio propio.

Es natural que quienes la integran o al menos se sienten parte de ella, intenten mantenerla. En democracia, será el electorado quien juzgue y tenga la última palabra. Pero respaldarla, no es lo nuestro.

Nunca lo ha sido.

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