Referéndum LUC: ¿El fin de la utopía?

El resultado del 27 de marzo puede haber sido algo mucho más complejo para sus promotores que su derrota en las urnas.

En mayo de 1959, Fidel Castro, un joven líder revolucionario que acababa de derrocar al dictador Fulgencio Batista, se expresaba ante los ciudadanos de Montevideo en un extenso y removedor discurso, desde la Explanada Municipal.

Los montevideanos recibieron el impacto de su mensaje. Admiradores del Ariel de José Enrique Rodó, de José Martí y de Ruben Darío, muchos de ellos creían ver en aquel joven rebelde el paradigma de una nueva América emergente. Otros más pragmáticos y objetivos, no dudaron en calificar al orador de comunista, ni en advertir del peligro que ese personaje entrañaba. Obviamente, la inmensa mayoría no entendía mucho el significado de aquellas expresiones, pero las opiniones encontradas y las sensaciones vinculadas, discutidas, repetidas y analizadas por muchos años en todos los ámbitos sociales y familiares, se iban grabando a fuego lento en el ideario popular.

Era un Uruguay muy especial el de esa época. Derrotada en 1904 la revolución ruralista de Aparicio Saravia por José Batlle y Ordóñez, se estableció un socialismo innovador, el cual, diferenciándose del fascismo italiano, del nazismo alemán y del comunismo bolchevique, dio al Estado uruguayo el mayor poder imaginable en democracia.

En 1947 y a partir de la prosperidad económica alcanzada por el país gracias a su producción y venta de materias primas durante la Segunda Guerra Mundial y en la postguerra, Luis Batlle Berres, el primer gran populista del Uruguay, alcanzó la Presidencia tras el fallecimiento de Tomás Berreta.  Se inició así un período de estatización de empresas y demagogia sin precedentes, insostenible social o económicamente.

En ese contexto, y con el deterioro ya patente, el discurso de Fidel Castro en la Explanada Municipal tocaba fibras muy íntimas de una sociedad animosa, pero plagada de confusión, demandas y frustraciones.  A partir de allí probablemente, se comenzó a gestar la idea de una nueva revolución local, esta vez urbana, enfocada a la toma del poder en nombre de la “justicia social”.

Con el respaldo de Castro en el poder en Cuba y con la Unión Soviética reconocida como su aliado principal para la instauración de un régimen marxista-leninista en la isla y la región, se desarrolló el MLN-Tupamaros, que llevó al país a la lucha de clases y al caos. Ellos despertaron los monstruos de la guerra y dieron fundamento al sueño dictatorial de algunos militares ambiciosos de poder, aprovecharon la oportunidad para eliminar guerrilleros y políticos, quedándose con el gobierno en aras de la “paz social”.

Los uruguayos, rehenes económicos de un Estado teóricamente “benefactor”, pasaron a serlo luego de una guerrilla importada que mataba, robaba y secuestraba a su antojo y más tarde de los militares formados en el batllismo, que desde Luis Batlle Berres veían al Estado como un botín a repartir, ahora bajo sus botas y las de sus cómplices.

La vuelta a la democracia en 1985, no podía ofrecer muchas novedades, más allá del retorno a la libertad y al respeto por los Derechos Humanos. Los gobiernos de Julio María Sanguinetti, matizados por tenues fogonazos libertarios de Luis Alberto Lacalle y Jorge Batlle, dieron paso a la vuelta formal de un neobatllismo, esta vez como estandarte del Frente Amplio. Integrado por blancos y colorados de izquierda que eran mayoría y lo dirigían juntamente con los socialistas y fundado previo a la dictadura, ese conglomerado estaba integrado además por comunistas y tupamaros pro-Fidel Castro.

Mientras todo esto ocurría, el “libertador” de Cuba que había dado su discurso en la Explanada Municipal, no abandonó nunca el poder alcanzado con la revolución en 1959.

Sometió al pueblo cubano a la esclavitud.

Por décadas, los cubanos que aún conocían el significado de la palabra libertad, encarcelados en su propia isla, preferían ser devorados por los tiburones tratando de lograr su liberación, que seguir siendo sometidos o muertos por los esbirros de Fidel.

Miles de exiliados arriesgaron sus vidas durante esos años ayudando desde la Florida a esos compatriotas desesperados a alcanzar su meta. Muchos murieron en enfrentamientos con los mercenarios del régimen cubano, mucho más peligrosos que los tiburones.

Fidel aprovechó el tiempo para lavar el cerebro de su gente desde la más tierna infancia. Con una educación gramsciana, única y obligatoria, instruida por el Estado, convenció por generaciones a “todos los cubanos en Cuba” de la santidad y patriotismo del dictador y del régimen. Con esta misma fórmula, convirtió en máxima aceptada por todos en la isla, el culpar de todas las miserias y privaciones (del pueblo, nunca de los gobernantes), a un enemigo común maléfico y externo, llamado capitalismo.

Abandonado por la Unión Soviética tras la implosión del comunismo y caída de Muro de Berlín, extendió sus tentáculos a Venezuela a la que estranguló en asociación con el chavismo, hasta su destrucción social y quiebra económica.

Fidel Castro murió de viejo y multimillonario en noviembre de 2016, 57 años después de su discurso en la Explanada Municipal de Montevideo y justo antes de que la magia de internet y el boca a boca de los cubanos comenzaran a desenmascarar con información veraz la realidad de la mentira sostenida.

No muchos gobernantes en la historia tuvieron tanto poder para resolver los problemas de sus gobernados pero muy pocos sometieron a sus pueblos a tal grado de sumisión, miseria y pérdida de libertad.

A la hora de analizar el resultado del referéndum para derogar algunas partes de la LUC, vale la pena preguntarnos si la mitad que decidió votar por SI para derogar esos artículos es realmente homogénea y se identifica realmente con las actuales autoridades frenteamplistas, que hasta el día de hoy veneran al extinto líder cubano y a sus totalitarios continuadores.

Luego de más de treinta años gobernando Montevideo y quince en el gobierno nacional, parecería que los sectores más extremistas del Frente Amplio, actuando desde la inocencia de la democracia, pero con la misma línea ideológica que aprendieron de Fidel, han logrado seducir de manera casi irracional desde la educación, la cultura, la organización sindical y la inercia partidaria, a numerosos ciudadanos que si bien hasta ahora los han acompañado, piensan en realidad de manera muy diferente a la que imponen y manifiestan sus actuales dirigentes.

La dirigencia moderada y democrática de ese sector político, configurada por socialistas y líderes neobatllistas hoy en minoría, parece estar tomando nota de esta situación.

El resultado del 27 de marzo puede haber sido algo mucho más complejo para sus promotores que su derrota en las urnas.

Podría significar, para muchos frenteamplistas, el final de la utopía.

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