Hermanados por el Río de la Plata y unidos por parentescos, intereses, valores y costumbres, uruguayos y argentinos hemos sostenido una permanente rivalidad deportiva. Su fecha oficial de iniciación podría instalarse en 1930, con la inauguración del Estadio Centenario y el primer campeonato mundial organizado por FIFA y ganado por Uruguay en final disputada con el país vecino.
Esta semana, los orientales presenciamos con alegría y cierto orgullo rioplatense, el campeonato mundial logrado por Argentina en Qatar y la apoteósica recepción brindada a la selección de ese país a su arribo a Buenos Aires.
Varios millones de personas reunidas en torno al Obelisco y a las rutas de acceso de los futbolistas desde Ezeiza, mostraban a un país finalmente unido por una causa común, que dejó de lado clases sociales, diferencias generacionales y rivalidades políticas o ideológicas.
La nota discordante provino del gobierno, cuya insistencia para lograr politizar el triunfo llevando a los futbolistas al balcón de la Casa Rosada, llegó a niveles de presión inusitados.
Ante la negativa de los jugadores de prestarse para una especie de circo político, fueron tildados de “desclasados”- que vendría a ser algo así como quien reniega de su origen- y de “mercenarios” en alusión a que sus actuaciones les generan importantes beneficios económicos.
Desde Libertad Responsable, queremos celebrar el campeonato logrado por Argentina al tiempo de destacar el triunfo del individualismo que el mismo representa.
Un equipo integrado por once jugadores asociados entre sí, donde cada uno aporta el máximo de sus capacidades. Orientados en la cancha por un líder con amplia visión de lo que ocurre a cada instante y de lo que habrá de ocurrir al siguiente, que actúa a modo de armonizador. Compitiendo con reglas claras e iguales para todos, sin descuidar el fair play, los jugadores, casi sin pensarlo, terminan generando la imagen de las sociedades que queremos.
Y así lo entendió la gente.