El deseo de dar vuelta la página emerge en los discursos con gran potencia, pero la duda acerca de la convicción para hacerlo cuando corresponda merodea el debate cotidiano.
El hartazgo frente a la complicada situación actual, el cansancio social luego de tantos sinsabores y las continuas desilusiones con las oportunidades desperdiciadas a lo largo de décadas han instalado la necesidad de culminar esta nefasta etapa abruptamente y encontrar soluciones eficaces.
Durante mucho tiempo la gente se aferró a la idea de que el éxito llegaría mágicamente. Con cierta ingenuidad muchos creyeron que el futuro sería inexorablemente glorioso y que todos estaban predestinados a una vida mucho mejor.
Los hechos demostraron exactamente lo opuesto. Girar en círculos viciosos se convirtió en una desgastante rutina repleta de frustraciones. Las satisfacciones se volvieron esquivas y el camino se hizo siempre cuesta arriba.
En ese contexto, agotados de tantos inconvenientes y ansiosos de encontrar un rumbo venturoso muchos ciudadanos se ven convocados a iniciar una búsqueda que conduzca a la resolución de los múltiples conflictos del presente.
Eso se concreta iniciando alguna vez una secuencia de transformaciones relevantes para abandonar estas patéticas circunstancias y comenzar una nueva fase que sea superadora de todo lo conocido hasta aquí.
Todo eso suena muy interesante y además esperanzador pero la nómina de interrogantes que rodean a esa supuesta decisión son demasiados ya que a medida que se discuten los detalles los temores se multiplican.
Bajo ese enigmático paradigma el dilema real es cuán dispuesta está la mayoría de la comunidad a comprometerse enfáticamente en un intrincado proceso de profundas mutaciones.
Si bien desde lo retórico todo parece encaminarse adecuadamente es posible que sea más fácil por ahora decirlo que hacerlo. La distancia entre lo expresado y lo fáctico puede convertirse en un abismo. A veces la imaginación juega una mala pasada y lo que parece simple se torna muy engorroso.
Muchos están convencidos de que hay que emprender ese trayecto sin pudor, pero cuando sus privilegios están en juego los titubeos están a la orden del día. Es como si prefirieran que los otros dejaran de lado sus ventajas, pero nadie espera renunciar a las propias.
Esta perversa dinámica pone en jaque la vocación de cambio. Habrá que entender que esa decisión no es tan sencilla como parece. Requiere de perseverancia, tenacidad y una verdadera determinación a prueba de tropiezos, esos que indudablemente aparecerán en forma recurrente.
Quizás antes de simplificarlo todo haya que revisar pormenorizadamente el paso a paso, evaluar no sólo lo que se puede corregir sino los costos que habrá que pagar durante ese trayecto que no está exento de escollos.
Involucrarse como corresponde en ese análisis no sólo preparará a todos para comprender lo que va a ocurrir, sino que permitirá dimensionar la magnitud de lo que se pretende y mensurar los costos que eso implica.
La superficialidad en los diagnósticos y una elevada dosis de infantilismo no han ayudado en el pasado. Muy por el contrario, es probable que esa ingenua modalidad de abordar la realidad explique al menos parcialmente los reiterados fracasos.
Encarar con seriedad las problemáticas vigentes es un primer escalón ineludible. Por obvio que parezca ha sido un trámite eventualmente subestimado y eso ha tenido un impacto clave tan indisimulable como contundente.
Es hora de preguntarse en voz alta si efectivamente quienes reclaman cambios de fondo con tanta vehemencia están sinceramente preparados para ser protagonistas de ese giro brusco que manifiestan apoyar.
Esa interpelación que precisa de una respuesta clara no incluye sólo aquellos aspectos que otros deben resignar sin chistar, sino sobre todo esos asuntos que tienen impacto directo en la totalidad de la población.
Es que las reformas que se deben implementar imperiosamente tendrán un efecto sectorial, pero también transversal que muchos tienden a minimizar al hacer lecturas incompletas que no alcanzan a mensurar el alcance de cada medida reclamada.
Existe hoy una vacilación acerca de hasta cuanto y cuando soportarán las predecibles consecuencias negativas de las exigencias cívicas los mismos que afirman estar tan de acuerdo con lo que hay que hacer.
Muchas de las decisiones que se deben instrumentar marcarán huellas potentes y en diversos casos el nuevo punto de equilibrio podría demandar meses y hasta años, transición que algunos creen que será breve, fugaz y automática.
Seguramente no hay un veredicto definitivo para este reto. Sería temerario decir que todo será absolutamente imposible o completamente elemental. Sólo sería probable tener una suerte de aproximación cuando finalmente suceda.
Mientras tanto cualquier clase de planteos se constituye en mera conjetura sin demasiado sustento. Aunque ciertamente es muy saludable enfocarse en considerar escenarios por ahora sólo forman parte del abanico de alternativas que podrían presentarse.
Todavía falta un tramo significativo de este recorrido que incluye varias escalas electorales, pero quizás sea esta la hora de ensayar posibilidades o mejor aún, de convencerse de la importancia que tendría en ese panorama darle consistencia a la palabra y la acción. El final de este derrotero depende mucho de esa coherencia para sostener aquello que se recita.