El inimaginable mundo de la inteligencia artificial

Este ya ha dejado de ser un tema abstracto y ha pasado a ser parte de la cotidianeidad, aunque algunos aun no logren registrar su presencia. A pesar de su elocuente progreso es importante individualizar las verdaderas posibilidades y dejar de lado una idealización que se aleja de la realidad.

No hay dudas de que los hallazgos cambian el ahora y también modifican el porvenir a gran velocidad. Desmentir eso sería ignorar lo que ya se ha confirmado y desconocer aquello que se ha vuelto completamente irrefutable.

No menos cierto es que esos hitos operan como bisagras que marcan un cambio de era, ya que a partir de estos inusitados momentos la lógica tradicional sufre un quiebre y lo que se asomaba como imposible se vuelve inexorablemente factible.

Es evidente que la inteligencia artificial ha venido para quedarse y que la tendencia indica que acelerará sus pasos independientemente de las opiniones y controversias que puedan emerger en su trayecto.

Sus niveles actuales cuentan ya con mayor versatilidad y por lo tanto su impacto se acrecienta vertiginosamente sin pedir permiso. Esto viene siendo así. Entrar en el juego de minimizar su existencia confirma una escasa lucidez.

Por mucho que se resistan los más necios este movimiento seguirá creciendo sin cesar y no detendrá su complejo esquema porque un grupo numeroso de incrédulos e inadaptados los cuestione o se resista infantilmente a su despliegue.

En línea con la misma dinámica existe otra corriente tan peligrosa como la “negacionista” que milita un pecado equivalente. Confluyen en esa categorización dos grupos aparentemente disímiles pero que coinciden en sus desmesuradas proyecciones.

Conviven en ese espacio tan diverso como irregular los optimistas irreflexivos amantes de la ciencia ficción cinematográfica y los pesimistas crónicos adictos a las conspiraciones, esos que identifican fantasmas y catástrofes en todos los rincones de sus vidas.

Por diferentes caminos llegan a conclusiones bastante parecidas y quizás valga la pena reflexionar sobre los riesgos que anidan en esos razonamientos y lo que enseñan las experiencias más recientes de la historia.

En muchas ocasiones se ha fantaseado sobre situaciones que luego jamás ocurrieron. Ante cada descubrimiento ciertas mentes creyeron que la humanidad iniciaría un derrotero predecible e inevitable.

La realidad luego hizo su tarea y colocó las cosas en un lugar que ni los escépticos viscerales ni los delirantes eufóricos pudieron prever. Es que la conducta de los individuos no es tan fácil de pronosticar y a estas alturas se debería tomar nota de esto ante la abrumadora demostración empírica que abunda ante procesos de características bastante compatibles.

La inteligencia artificial ya es un hecho. No es necesario restarle relevancia cuando viene exhibiendo resultados fabulosos en muchos campos y promete aún mucho más. Seguirá sorprendiendo por lo insólito de su derrotero.

Lo que ya ha puesto a disposición de todos es absolutamente extraordinario y seguramente lo que florecerá después será magnífico en múltiples asuntos que hoy se presentan como utopías inabordables.

Quizás haya que ser más prudente y austero a la hora de las profecías. La idea de que las amenazas son infinitas es, al menos, temeraria. Visiones tales como que se provocarán guerras, se destruirá el empleo o se perfeccionarán los instrumentos de control ciudadano siempre están presentes, pero esas alternativas son solo hipótesis y no certezas.

El temor de los más paranoicos se exacerba y los más exultantes alucinan con sueños impracticables. Habrá que hacer memoria y apelar a cierta dosis de sentido común. Probablemente en el mundo real las cosas terminan ubicándose en estratos más avanzados, pero a mitad del recorrido entre lo actual y el anhelo, y no en los márgenes como tienden a creer muchos.

Cuando irrumpió la televisión miles de agoreros dijeron que era el fin de la radio. Afirmaban que nadie escucharía la voz de otro en un aparato pudiendo verlo en una caja además de oírlo. No solo que no desaparecieron las emisoras, sino que a medida que la TV se desarrollaba se multiplicaron las estaciones radiales.

Algo muy similar ocurrió con la llegada de internet. Los libros ya no se editarían. La gente leería todo en las pantallas y las publicaciones de papel tendrían su certificado de defunción. Otra vez falló la percepción. Desde el nacimiento de la red de redes se reprodujeron como jamás antes los títulos literarios y se imprime y se lee más que nunca, aunque la leyenda diga otra cosa.

La “IA” hará la vida mucho más confortable, segura, ágil y contribuirá a tomar decisiones más atinadas, pero no reemplazará al hombre ni lo dejará reducido a su expresión más básica. Abrirá la puerta a que las personas inviertan su recurso más escaso, el tiempo, en nuevas aristas asignando prioridad al ocio y la creatividad, utilizando esa eficiencia para provecho propio.

La tecnología es un gran aliado, pero no se avecina ni la extinción humana, al menos por estos motivos, ni tampoco se resolverán todos los problemas con un chasquido de dedos. En el horizonte se visualiza un planeta mejor, con nuevos dilemas, con ciertos asuntos evolucionando, otros retrocediendo y una larga lista de oscilantes temáticas que no encontrarán su rumbo.

Sería bueno no perder la calma ni caer en la trampa de las grandilocuentes predicciones. Ni las dramáticas ni las muy animosas. Posiblemente el futuro esté en un punto intermedio entre los anhelos y los miedos y no en esa suerte de extremos donde la mayoría tiende a pensar que la llevará el destino.

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