Esta semana, el ministro de Trabajo y Seguridad Social Pablo Mieres, consideró en rueda de prensa que el movimiento sindical en Uruguay “tiene un reflejo muy rápido de ir al paro” que estaría “naturalizado” y a diferencia de lo que ocurre en otras partes del mundo donde ese tipo de medidas son consideradas extremas, en este país se aplican constantemente. Dicho eso aclaró que considera que son medidas que “tienen legitimidad y es parte de las reglas de juego de la democracia.”
Estas declaraciones surgen en el marco de diversos paros programados entre los que destacan una movilización de los metalúrgicos pautada para el 9 de junio, un paro nacional de la enseñanza propuesto para el 15 de junio, un paro de la Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado (COFE) anunciado para el 16 de junio, un paro de las empresas públicas programado para el 22 de junio, un paro parcial en la construcción fijado para el 29 de junio y un paro general nacional con movilización resuelto por la central sindical Pit-Cnt para el 7 de julio.
Ante esa avalancha de medidas cabe preguntarnos: ¿Es esta permanente actitud de queja y reclamo desde que asumió el actual gobierno algo que sorprenda o llame la atención? ¿Qué mejoras reales se logran a través de esa estrategia? ¿Salen realmente beneficiados los trabajadores acompañando las directivas emanadas de sus líderes sindicales? ¿Son los trabajadores quienes deciden parar y marchar o lo deciden a puertas cerradas sus dirigentes?
Para tratar de entender la verdadera razón de tales comportamientos, vale la pena analizar lo que expresa Jean François Revel en su libro La Tentación Totalitaria, cuya primera edición data de 1976.
El libro comienza denominando su primer capítulo El socialismo y sus enemigos y con una afirmación cuyos ecos en permanente aumento, retumban con fuerza en nuestros días: “El mundo actual evoluciona hacia el socialismo. El principal obstáculo que se opone al socialismo no es el capitalismo, sino el comunismo”.
Cuando meditamos sobre la permanente actitud de confrontación proveniente del movimiento sindical y de la mayoría de izquierda radical que hoy dirige al Frente Amplio, queda en evidencia el total desinterés a por al menos esbozar la posibilidad de discutir sobre la forma de establecer elecciones libres y democráticas con control de la Corte electoral, para elegir las autoridades sindicales. Y así como el ministro señala con razón la legitimidad democrática de las medidas de paro, nosotros vemos la idea de la elección controlada y por voto secreto de los dirigentes laborales, también como parte de las reglas de juego de la democracia a las que hace mención el ministro. Pero en este caso la regla es ignorada y ni siquiera existe.
Podemos imaginar que, si esos criterios cambiaran hacia ese nuevo tipo de organización electoral, la izquierda radical no acapararía todo el poder sindical, lo que permitiría un sano equilibrio democrático y facilidad de diálogo, dando a sus procederes solvencia y credibilidad.
Y es por esa misma razón que esa idea es permanentemente ignorada. Los trabajadores no eligen realmente a sus dirigentes, sino que les son impuestos. También les es impuesta la idea de que ese dirigente es el que va a defender sus intereses, la de que ese dirigente es quien debe conducirlos y la de que se deben seguir sus instrucciones al pie de la letra, parando si ordenan parar, o marchando si gritan marchar.
Así, la convocatoria al paro se convierte en un reflejo rápido, pero a la vez condicionado.
En paralelo a ese rechazo permanente a establecer elecciones libres con voto secreto en los sindicatos, vemos en la realidad constatada del día a día a las figuras moderadas y de tendencia social demócrata que integraron, fortalecieron y llevaron al gobierno al Frente Amplio. Y las vemos cada vez más relegadas y marginadas, dando paso a esta nueva dirigencia radical que solo plantea confrontación y negativa al diálogo.
Decía Revel en su libro que “El comunismo se propone sin duda destruir el capitalismo, pero no instituir el socialismo – es decir, poner la economía al servicio del hombre. Su objetivo es poner la economía y el hombre al servicio de la ¨nueva clase¨ dirigente (la cual dicho sea de paso ya no es tan nueva) – es decir, la burocracia. El dominio de esta clase se funda, no ya en la propiedad, sino en la función. Impone a los trabajadores un sometimiento mucho más riguroso que el del dominio capitalista, y permite la ¨explotación¨ – es decir, si se quiere, la obtención de plusvalía -por vías más directas y autoritarias”.
En 1976, Revel no podía imaginar la caída del Muro de Berlín y la casi total extinción del comunismo. Tampoco podía imaginar la mutación ideológica y económica que iniciaron muchos regímenes a partir de aquellos hechos, transformando a los diferentes Estados comunistas en creadores de una nueva clase dirigente, esta vez asociada a grandes oligarquías sustentadas en los privilegios que esos mismos Estados otorgan y protegen.
A veces la lucha por el poder y la forma de ejercer presión de ciertos sectores, podrían tener connotaciones mucho más complejas de las que a simple vista sorprenden y llevan a reflexionar al ministro de Trabajo y Seguridad Social. Tal vez ese reflejo rápido de ir al paro por él observado, además de rápido, podría resultar condicionado.