La necesidad de adaptarse al nuevo escenario

No sólo la política está sintiendo el cimbronazo de la transición. Los que lideran negocios deben tomar nota de lo que está pasando y prepararse rápidamente para lo que se asoma.

En el imaginario de quienes han vivido circunstancias difíciles en el pasado merodea la idea de que esto es sólo una reiteración de ciclos ya transitados y que siempre todo termina invariablemente en el mismo lugar.

La experiencia dice, según esa mirada, que todo pasará y que finalmente se normalizará encontrando un esquema diferente, pero con algunos puntos de contacto. La historia alimenta esa visión con datos empíricos que lo respaldan dando muestra de evidencias contundentes.

Si bien es cierto que las coyunturas suelen parecerse, no menos real es que cada una tiene sus particularidades y esta vez no tiene por qué ser la excepción. La dinámica de este tiempo impone sus propias mecánicas y eso no puede ignorarse.

A eso se suma que la vertiginosidad de esta era modifica el panorama en todo momento y por lo tanto resulta muy difícil proyectar con criterio. La certidumbre ya no es parte de los pronósticos y eso incorpora una variable de imprevisibilidad propia de este presente tan complicado como angustiante.

En ese contexto quizás valga la pena comprender que el tan mentado “rebote” no podrá ser lineal ni tan elemental como muchos presagian, siempre apalancados en el reflejo de lo que ha sucedido antes.

El concepto del “ya pasará” intenta remitir a una tormenta pasajera que al concluir pone todo en el mismo punto de origen como si nada hubiera ocurrido. Un vendaval con algunas consecuencias, pero que deja todo como estaba.

Esta vez puede no ser igual. La profundidad del cambio, de la mano de las reformas planteadas, pero aún no operativas, a lo que se agrega un planeta convulsionado que propone innovaciones permanentes, no dan margen para imaginar que una vez transcurrida la turbulencia todo vuelva al inicio.

Esto significa que tomando como referencia el punto de partida y teniendo en cuenta que se está atravesando la peor parte de este anunciado recorrido crítico, cuando todo culmine el desenlace se podría ubicar en un desconocido escenario.

En lo económico esto se podría traducir de un modo muy concreto, y para algunos de una manera extremadamente desafiante. Es que lo que puede suceder es que las reglas nuevas no sean asumidas a la velocidad adecuada y entonces el proceso se vuelva tan cruel como enredado.

La inflación ha escondido por décadas casi todo. Detrás de ese perverso fenómeno se ocultaron la incapacidad y los errores cotidianos. Casi cualquier empresa con algo de astucia financiera podía sobrevivir sin mayores contratiempos.

Un buen manejo de la caja, de los cobros y los pagos, disimulaban la ausencia de talento comercial e inclusive, no demandaban una gran calidad de los productos y servicios, ni de la atención al cliente o aspectos hoy centrales en los países desarrollados.

Durante ese lapso las cantidades comercializadas eran poco relevantes y lo que acomodaba la ecuación era el precio. La desorientación propia de la indexación constante no permitía identificar casi nada y los compradores continuaban con una alocada inercia que no encontraba su límite.

Aun eso subsiste y por eso muchos todavía perduran a pesar de sus inocultables problemas estructurales. Pero sería muy necio creer que eso continuará así indefinidamente sin que nadie logre advertirlo.

Si el plan de estabilización resulta parcialmente exitoso y las variables tienden a ubicarse dentro de rangos de mayor sensatez, los negocios tendrán que “aggiornarse” hasta comprender que si no cambian pueden desaparecer.

El proceso de globalización es verdaderamente inevitable, pero el país se aisló con regulaciones absurdas y ridículas normativas impidiendo que eso se manifieste con plenitud. No se puede tapar el sol con un dedo eternamente. Mas tarde o más temprano va a ocurrir y quizás ahora sea ese instante postergado artificialmente por quienes prefirieron darle la espalda a la realidad.

Lo que se avecina requerirá de mayor profesionalismo, de una competitividad en sintonía con las exigencias de un mercado con estándares superiores, y además de una economía abierta que internacionaliza no sólo los precios sino también el funcionamiento del sistema.

Muchas empresas están listas para ese singular reto. Ya disputan mercados puertas afuera y se han preparado para dar la batalla en espacios más hostiles. Lamentablemente eso no ocurre a todo nivel y muchos emprendedores han logrado sostenerse sin la necesidad de ciertas habilidades.

No hay mucho tiempo y sería saludable que los que no arrancaron se apuren. Si no aceleran las transformaciones internas de sus organizaciones, si no cambian el chip de cómo visualizan los negocios, pueden quedar muy pronto fuera de toda chance de adecuarse a lo inexorable.

Aún hay margen, pero no mucho. Lo primero es entender lo que pasa, luego debería emerger la decisión de dar el paso para finalmente dedicarse de lleno a trabajar duro en ese nuevo paradigma que está a la vuelta de la esquina.

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