Al llegar el fin de semana uno no siempre está claro y dispuesto para generar una columna desde la cual pretende opinar sobre algún tema de actualidad. Siempre resulta positivo aportar ese granito de arena intentando contribuir con el permanente y variado debate que da vida a cualquier sociedad democrática.
Pero es tal la carga tensional que esa enormidad de información que se renueva permanentemente ante nuestros ojos genera por estos días, que cuesta mucho sentarse frente al computador y elegir un tema.
Estaba en esa sensación de “esta semana paso” cuando un artículo de poca visibilidad publicado el 20 de octubre en el diario El País, me iluminó.
Proponen que la vestimenta gauchesca sea declarada de gala «para todo propósito protocolar», anunciaba su título a todas luces atrapante.
La extraña iniciativa y el no menor detalle agregado de “para todo propósito protocolar”, nos llevó de inmediato a imaginar el colorido escenario al que nos han tenido acostumbrados personajes como los expresidentes Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador con sus atuendos de gala inspirados en la tradición indigenista de sus países, o el también expresidente de Perú Pedro Castillo con su característico sombrero blanco.
A nuestros presidentes, afortunadamente, no les ha dado por pasearse por el mundo disfrazados de tradición, pero para hacerlo y vestir de “gala gauchesca”, no habrían necesitado una ley.
Hay un par de términos que rigen en el mundo en el que por ahora nos movemos en lo referido a vestimenta de gala, que hacen a la convivencia y al respeto con los cuales nos relacionamos: Elegancia y protocolo.
Nadie está obligado a seguirlos y para ejemplo alcanzan los tres personajes sudamericanos mencionados, pero seguirlos, contribuye a fortalecer las relaciones.
Intentar que un determinado tipo de vestuario se convierta en vestimenta de gala por ley, conlleva un grado tal de positivismo y desconocimiento de la capacidad de las personas para mostrarse elegantes y acordes con el medio en el que se desempeñan, que sorprende.
Si hay algo que ha destacado y destaca a nuestros paisanos, es el orgullo y la prestancia con que eligen y portan su vestimenta de gala, en aquellas ocasiones que lo ameritan. Pero nuestros paisanos no se disfrazan de gauchos; lucen sus prendas con prestancia e hidalguía. Es evidente que eso impresiona bien a la diputada del Partido Nacional María Fajardo que, deslumbrada con su idea, elaboró un proyecto de ley al parecer sin comprender que la tradición, no es cosa de políticos o demagogos de turno.
Según el mencionado artículo, en el proyecto se detallan prendas tales como poncho, chiripá, calzoncillos o bombachas camperas, faja, botas de potro, sombrero y pañuelo, rebenque, boleadoras, lazo, facón y espuelas a efectos de que “sean reconocidas”.
El hecho de que esas prendas se utilicen, lo genera una tradición que las respalda, para cuya continuidad nunca hizo falta una ley. Podemos imaginar la cantidad de prendas, adornos y accesorios que habrán quedado fuera de la lista recabada por la diputada, que de aprobarse la ley quedarían desamparadas y con ellas sus usuarios.
Hay muchos hechos que llevan a analizar la real proporción entre los sueldos y beneficios disparatados de nuestros legisladores y el resultado en beneficios para los ciudadanos que su labor parlamentaria genera. Pero hay ciertas cosas que no parecen responder a lógica o fundamento alguno.