Javier Milei, candidato a presidente en la República Argentina por La Libertad Avanza (LLA), se presenta a sí mismo como libertario, aunque declara adherir a la corriente anarcocapitalista de pensamiento. Un candidato a presidente difícilmente podría tener una forma de pensar en lo político y otra diferente en lo económico.
Con el nombre de “libertarios”, se distingue en el hemisferio norte y particularmente en los Estados Unidos y sin desmedro de los diferentes matices que los caracterizan, a quienes coinciden en pregonar la libertad de mercado y la reducción del Estado a sus quehaceres más justificables como los de seguridad, justicia, educación y salud. Es por esa razón que al parecer sería algo inadecuado que el señor Milei insista en identificar su pregón de campaña con el liberalismo.
En la esencia del pensamiento anarcocapitalista al cual suscribe, subyacen dos realidades aparentemente contradictorias con su accionar.
La primera es la que nos muestra a alguien que busca alcanzar el poder por la vía democrática, cuando el objetivo final de la utopía que declara defender sería la desaparición completa del Estado.
La segunda, es que el anarquismo que proclama se define según la Real Academia Española (RAE), como la “doctrina que propugna la supresión del Estado y del poder gubernativo en defensa de la libertad absoluta del individuo”. Si algo ha diferenciado desde siempre a los liberales de los anarquistas, es que aquellos defienden la libertad absoluta del individuo, pero sin perder de vista la importancia de contar con un Estado reducido, sí, pero fuerte y sólido en las áreas donde todos y cada uno de esos mismos individuos lo requieren, para organizarse y vivir civilizadamente en sociedad. Los anarquistas no aceptan la existencia de un gobierno ni el hecho de ser gobernados.
Y es aquí donde cabe preguntarse en base a qué justifica el señor Milei su participación electoral en el marco de un gobierno democrático y en un proceso controlado por el Estado, al que, siguiendo la doctrina que manifiesta profesar, aspiraría a desintegrar.
Siempre se supo que, en política, los aportes a los diferentes partidos, más allá de ideologías, suelen respaldar candidaturas de las cuales los aportantes esperan recibir favores o prebendas, que son en definitiva lo que justifica su “generosidad”.
Planteos tan audaces como el derecho de las personas a vender sus órganos a quien los necesite y pueda pagar por ellos, marcó en 2022 un punto de inflexión en cuanto a los límites que el audaz candidato se autoimponía. La donación de órganos dejaba de ser en su proyecto un acto supremo de generosidad, a ser planteado desde la solidaridad de familiares o amigos, para convertirse en una transacción económica regida por las leyes del mercado. Una permisividad similar pudo justificar a su tiempo, la implantación de la esclavitud.
Al parecer, el candidato de referencia, aspiraría a liquidar el Estado dando al sector privado la responsabilidad de ocupar los espacios de poder que quedarían vacantes. Sorprendentemente, esta semana habrían surgido desde su entorno críticas por el hecho de “subastar” candidaturas y montar un “régimen de franquiciado político”, según señala un artículo del diario La Nación de Buenos Aires, de lo cual y en caso de comprobarse, surgirían serias interrogantes.
En primer lugar, cabe preguntarnos cómo justifican el candidato y quienes identificados desde siempre con el liberalismo lo apoyan y respaldan, un accionar de ese tipo en caso de que se compruebe que así ocurre. ¿Cómo podrían pretender identificar ese proceder con las ideas de la libertad?
El anarcocapitalismo, más allá de ser a nuestro entender una utopía irrealizable, parece desconocer que, sin el contralor de un Estado democrático controlado a su vez por la ciudadanía, la ambición desmedida de algunos seres humanos carecería de límites. La puesta en práctica de políticas tan “revolucionarias”, nos llevarían más temprano que tarde a padecer un oscurantismo y retroceso irreversibles en el proceso civilizatorio de Occidente, cuyas devastadoras consecuencias en pérdida de libertades serían difíciles de imaginar.
Una cosa es vender imagen de liberal y otra, a veces muy diferente, serlo realmente.