No hay almuerzo (ni cena) gratis

Milton Friedman solía utilizar en muchas de sus charlas aquello muy americano de que “no hay almuerzo gratis”. Y solía acompañar al conocido proverbio con una frase contundente: “Nadie gasta el dinero de otra persona tan cuidadosamente como gasta el suyo”.

El diario El País informó con abundancia de detalles sobre la fiesta del 25 de agosto en la embajada de Uruguay en Buenos Aires, al día siguiente de su realización. Pocos días después continuó con el tema, publicando declaraciones del embajador Carlos Enciso con comentarios acerca de los costos y de la forma de financiar el festejo.

Es muy uruguayo eso de tender a justificar cualquier cosa que aparente prosperidad; en eso somos diferentes a los argentinos. Hay un cierto vestigio atávico que nos condiciona y nos pone en guardia ante envidiosos o frente al simple riesgo de parecer presumidos y ser mal vistos.

Y es precisamente eso lo que podría deducirse, prima facie, en las declaraciones aclaratorias del representante diplomático.

Nadie puede dudar de que la fiesta salió muy bien. Probablemente, su éxito sumado al de una buena gestión, contribuirán a solventar la carrera política de su organizador. ¿Por qué dar ahora explicaciones saliendo al cruce de algunos legisladores que se habrían interesado en conocer los costos de la celebración?

Sus respuestas que se visualizan muy naturales y espontáneas aclaran las interrogantes, pero también alertan sobre ciertos usos y costumbres que llaman a la reflexión.

Enciso reconoció haber gastado por parte de la embajada, una cifra inferior a los nueve mil dólares, monto que encuadraría perfectamente con los doce mil dólares que dice tener asignados en ese trimestre como “partida de etiqueta”.

Dado que esa cifra no parece cerrar con lo que normalmente debería costar una fiesta al nivel de la realizada atendiendo a más de 700 invitados, aclaró que además “se recibieron donaciones de varios productos”. Y es en ese punto donde queremos detenernos para analizar los razonamientos que podrían indicar prácticas, trasfondos, riesgos y efectos.

Desde un punto de vista diplomático y social, la fiesta logró amplia convocatoria y repercusión. Fue una gran recepción que contó con la presencia de políticos, diplomáticos, personalidades de la cultura e integrantes de la farándula argentina.

El anfitrión ofreció a un selecto grupo de invitados, la oportunidad casi surrealista de abstraerse de la situación, distendiéndose por un rato de tantas tensiones, en ambiente uruguayo.

No estamos en contra de la diplomacia ni de las fiestas de gala. Pero la embajada está ubicada en una Buenos Aires invernal y angustiosamente agobiada. Es la ciudad capital de una Argentina que atraviesa actualmente un momento de grave crisis económica, política, social e institucional. Y tal vez, en un contexto tan particular, los festejos serían también exitosos manteniéndose prudentemente proporcionales al mismo.

Según declara el embajador, muchos productos que se sirvieron en la celebración, fueron donados por organismos públicos y por empresas uruguayas y argentinas. En ese sentido, destacó los aportes de bodegas uruguayas, del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INAVI), del Instituto Nacional de Carnes (INAC) que habría donado carne, de las productoras de lácteos Conaprole y Lapataia, donaciones de café, espumante y otros.

El embajador destacó además que una de las “virtudes” del evento ha sido la de “cuidar al erario público”. No dudamos de las buenas intenciones del declarante al pretender “cuidar los gastos”, pero la política de donaciones a la que manifiesta haber recurrido para la realización de una fiesta de ese calibre, celebrada a todo tren, merece al menos algunos comentarios.

Si la embajada uruguaya en Argentina fuera una suerte de obra social que dependiera de dádivas para su subsistencia, veríamos con buenos ojos la solicitud o aceptación de donaciones; pero no es ese el caso, ni es esa su función.

No entendemos que INAVI, que no produce vinos, o INAC, que no produce carnes, respalden con “donaciones” de esos productos los festejos del embajador Enciso.

Entendemos el aporte de bodegas y frigoríficos para promoción de los productos uruguayos en diferentes eventos organizados por los mencionados institutos, pero dado lo declarado por el embajador surgen algunas interrogantes:

¿Será que desde esos organismos controladores se solicita a algunas de las empresas por ellos controladas que hagan donaciones selectivas para ser servidas fiestas como la que nos ocupa?

Y de ser así, ¿existen bodegas o frigoríficos mejor o peor conceptuados y atendidos o “controlados” dependiendo de su capacidad de respuesta a esos requerimientos?

¿Estarán de acuerdo las empresas menores de esos rubros que no están en condiciones de colaborar al mismo nivel que las más grandes con ese accionar?

Tampoco entendemos que empresas privadas uruguayas y argentinas “colaboren” con la embajada. Se supone que la embajada representa a todos los uruguayos y recibe con igual deferencia a cualquier empresario argentino o uruguayo que así lo solicite, sin que deban mediar para ello ofrendas especiales.

En cualquier caso, ese régimen de búsqueda y aceptación de dádivas para realizar fiestas diplomáticas podría generar contrapartidas y compromisos cosa que, si bien damos por descontado que no ocurre, es bueno no permitir generar la menor sospecha de que pudiera ocurrir.  No hablamos de un club de barrio, o de una entidad de beneficencia sin fines de lucro, ni de un hogar de ancianos; hablamos de la embajada de Uruguay en Argentina.

Si la embajada tenía un presupuesto previsto considerando las celebraciones relacionadas con el 25 de agosto tal como lo declara el embajador, tal vez debió adaptar el nivel de su festejo a esa realidad.  Puede que la fiesta no hubiera sido tan glamorosa, pero es así como actúa la inmensa mayoría de personas todos los días, en sus constantes tomas de decisiones.

Y, además, aunque no lo parezca, financiar festejos a partir de donaciones, también podría tener su costo.

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