Los economistas Andrés Velasco y Daniel Brieba, publicaron en mayo de 2019 Liberalismo en tiempos de cólera.
Entre los muy fermentales análisis que realizan sobre populismo, capitalismo y mercado, estos dos pensadores que podrían encasillarse en lo que suele denominarse liberalismo social, nos regalan la siguiente frase: “Precisamente porque Rousseau, Marx y Sandel a veces, pero solo a veces, tienen razón, las sociedades justas son mezclas sutiles de mercado, Estado y sociedad civil, en que las proporciones de la mezcla dependen de incontables características de la sociedad en cuestión, su historia y sus instituciones. No es lo mismo el capitalismo de Suecia que el de Estados Unidos y ambos a su vez son muy distintos del de Guatemala”.
En lo que respecta a Chile, su país de origen – y nosotros consideramos que en mayor o menor medida este hecho se repite en toda Latinoamérica – la mayoría de los analistas políticos actúan como si existiese un solo tipo de capitalismo y una sola variedad de economía de mercado, a la que se ensalza o se critica dependiendo de cual sea la posición política del observador.
Las opiniones se balancean entre una idolatría al laissez faire o una crítica feroz a ese pensamiento de quienes pregonan la importancia de un Estado sobredimensionado dedicado al intervencionismo y al control férreo de todo lo que pueda oler a actividad privada.
De sociedades como Noruega, Dinamarca, Australia o Nueva Zelanda, destacan los autores que nunca se habla, porque cuentan con un mercado muy dinámico que cohabita con un Estado capaz de garantizar bienestar social y devolver lo que cobra a través de los impuestos con servicios de excelencia.
Afirman que “…gobernar el capitalismo consiste en modificarlo gradualmente para reducir los elementos de degradación, explotación e injusticia…” que enfatizan los tres críticos citados al inicio de esta columna, “…manteniendo al mismo tiempo las virtudes innovadoras de un sistema de mercado”.
Compartimos estos criterios y consideramos esencial para la paz y el progreso de nuestras sociedades, la toma de conciencia de la clase política.
Avocarse a la ambiciosa tarea de alcanzar el poder solamente pensando en el reparto del botín, destruye y desmoraliza.
Aprovechando cada minuto de su tiempo desde el gobierno o la oposición para tender puentes de entendimiento, negociando día tras día en la búsqueda de soluciones y evitando el camino tortuoso de abonar las grietas sociales eliminando las causas que la fomentan, marcarían un cambio de era y se convertirían en el ejemplo a seguir que la ciudadanía reclama.